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miércoles, 6 de enero de 2010

El valor de la vida frente al precio de las cosas, unas reflexiones

Dicen que la envidia y la avaricia son el motor de la economía; el mercado tiene a la envidia como engrase, y a la avaricia, como combustible. Dicen que sin envidia ni avaricia, no viviríamos en el capitalismo.  La envidia y la avaricia como cualesquiera de los cinco pecados capitales restantes,  no tienen límite, son insaciables.  Por eso la economía capitalista se ha hecho global: ese mundo a grandes escalas está repleto de envidia y avaricia: ansiosas ellas, acapararán todo, y acabarán con todo.

No son pocos los que afirman que la envidia es uno de las causas del abandono de los pueblos. Creo sin embargo, que  no lo es en el mundo reducido de un pueblo.
La envidia en un pueblo, realmente no es envidia, es sarna por lo que pica,  por las heridas que forma, por  la sangre que deja, y por lo estéril que es. No sirve más que a los parásitos. Los parásitos de los pueblos que acapararon el valor comunal solo para ellos, y al final se encuentran solos y con menos valor del que tenían.

Las ganas de vivir en un pueblo, tiene que ver con el sabor de las cosas que tienen más valor: lo que más vale no necesariamente tiene mayor precio; y al revés, no siempre el precio es un buen indicador del valor de una cosa (el precio de un piso se ha visto ahora que no es indicativo de su valor).
Un pueblo vale más en casi todo, pero tiene menos precio, quizás por eso se menosprecia, porque no está en el mercado del precio, el de la envidia y de la avaricia.

Las cosas de más valor se pueden apreciar mejor en los pueblos: Muchas cosas que no tiene precio, son las que más valen. Las que tiene más valor no suelen costar dinero. Esas están aún circulantes en los pueblos: la familia frente a la soledad, la fiesta frente al consumo, el paisaje frente al cemento, el silencio frente al ruido, la tranquilidad frente ansiedad y el estrés, el conocimiento frente al anonimato, la naturaleza frente lo artificial, el horizonte frente a los rascacielos, los aromas conocidos  frente a la ignorancia del olor, la sabiduría acumulada frente a la incultura, la solidaridad frente al comercio, la hospitalidad frente al hotel, el camino frente al atasco, la constancia frente a las urgencias, el  caminar frente al correr, el común frente al individuo (no conviene olvidar que los individuos mueren, y los pueblos se perpetúan)…

Por eso el estilo de vida de un pueblo que quiera sobrevivir al presente, y la forma de hacer de un pueblo que quiera saber del futuro, solo puede estar en el trabajo comunitario, en la aportación al común de los saberes de cada cual a un proyecto que nazca de las ganas de vivir en común, de producir juntos.

Es cierto que eso ni se compra ni se vende, por tanto no está en el juego de la envidia y de la avaricia, o sea en el tejemaneje del mercado. Pero tiene un valor que sólo lo disfrutan los sabios que viven en los pueblos...

Urge estar a gusto consigo mismo en los pueblos, porque, pensado como ellos los envidiosos, tenemos lo que más vale. A ver si les damos envidia, y ellos los avaros ponen mejor precio a nuestra riqueza.
¡Ellos hoy son pobres y nosotros ricos; y no tenemos ningún problema en “venderles” algo de nuestra riqueza..!.

Victor Barrio, Feliz año 2010

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