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miércoles, 2 de marzo de 2016

Por los Montes de Ayago, marcha nocturna

Rutas de Vilda
Puntuales a la cita fuimos apareciendo en el lugar convenido, eran las cinco menos diez de la mañana, noche cerrada, y caía un poco de agua . Después de los saludos de rigor y de comentar  lo que nos podía acontecer durante la jornada, en cuanto a climatología (por que la previsión era agua para todo el día), nos ponemos en marcha seis aguerridos caminantes.
Nos dirigimos a Redecilla del Campo, este primer tramo es por carretera, cruzamos el pueblo en silencio  y aunque parezca raro no nos ladran ni los perros. Parece un pueblo fantasma y nosotros almas en pena sin un destino. Salimos del pueblo por una fuerte pendiente y comienza a caer agua, es el primer chaparrón de los muchos que nos cayeron encima. No nos pilla por sorpresa, la previsión era de "chaparrones intermitentes durante toda la jornada".
Nos dirigimos hacia Castildelgado por una estrecha carretera, continua lloviendo, pero ya vemos las luces a lo lejos. Cuando llegamos deja de llover, el trafico en la nacional 120 es escaso, hay una cafetería sin clientes abierta, pero el pueblo duerme. A lo lejos el ladrido de un perro y sin tiempo para más el pueblo se ha terminado. Seguimos por carretera y como los margenes están bien delimitados apagamos los frontales, con lo que nos quedamos en la oscuridad mas absoluta.
Cuando llevas el frontal encendido, el mundo se reduce a los 8 o 10 metros que ilumina pero cuando lo llevas apagado este se reduce aún más, limitándose a los sinuosos margenes de la carretera. Comienza a llover, nos ponemos la capucha, y mi campo de visión se reduce a la mínima expresión. Solo existe la carretera, más allá de la cuneta no hay nada, solo el más profundo abismo.
Así llegamos a Bascuñana, aquí los perros nos ofrecen un recibimiento  bastante digno, pero en cuanto abandonamos el pueblo se olvidan de nosotros. Continua lloviendo, este chaparrón es bastante largo, con lo que sigo cerrado en mis pensamientos. ¡Que cosa más rara!, sin referencias visuales de ningún tipo, todo lo que nos rodea no existe. Te puedes imaginar lo que hay alrededor, pero como tu mundo se reduce a tu campo visual y no ves un carajo, el mundo es muy pequeño.
Sabia que nos dirigíamos dirección sur, porque sabía colocar los pueblos en un mapa, no por que tuviera referencia alguna. Seguía la noche cerrada y el cielo cubierto, con lo que seguíamos" a pies juntillas" las indicaciones de nuestro  guía. El agua se ha convertido en una compañera inseparable, llevamos varios kilómetros en su compañía y empieza a ser un poco pesada.
Llegamos a Quintanar de Rioja, aquí el recibimiento es apoteósico, un nutrido grupo de perros prepara un jaleo bárbaro. Casi seguro que algún vecino se asomaría a la ventana para conocer el motivo de tal jaleo. Nosotros a lo nuestro, en las ultimas casas se acaba el alumbrado, la carretera y todo lo que conocemos como civilización y avanzamos por, lo que se intuye más que verse, un camino. No tenemos más remedio que encender el frontal para hacernos una idea de como es el camino, y sin demora comenzamos las primeras pendientes de ascenso al monte Ayago.
 El viento sopla con fuerza y mueve los pinos y hayas que se intuyen a nuestro alrededor, los bordes camino están regados de Galampernas de todos los tamaños, kilos y kilos, pero no hemos venido a por setas, otra vez será.
El ascenso comienza a endurecerse, a una curva la sigue otra curva ¡esto no tiene fin! y seguimos a oscuras. Casi en la cima comienza a clarear, es un amanecer espeso con las nubes rozando las copas de los arboles. Y el mundo comienza a ampliarse, no mucho, pero ya veo las hayas y pinos que intuía en el ascenso. Son casi las ocho y media de la mañana.
Tenemos ante nosotros una zona de llano, pero un poco impracticable a causa del agua, el hayedo es magnifico, lastima que nuestra visión, quede reducida a unos cientos de metros. Me comentan que desde esta altitud el paisaje es magnifico. Para tener constancia de nuestro paso hacemos las primeras fotos. Un albergue espera nuestra llegada, donde reponemos fuerzas, a  mí me quedaban  muy pocas por lo que como con avidez. Una vez repuestos comenzamos el largo descenso.
Al principio hay grandes campas, donde pastan las vacas, repletas de todo tipo de setas. Pero no estamos a ellas, con lo que se quedan para otra ocasión. El bosque está precioso con los colores del otoño.
 Nos adentramos en un hayedo y empieza a llover como si no lo hubiera hecho nunca, el ruido es ensordecedor y las gotas enormes. El camino está tapizado de hojas y las hayas crean una bóveda sobre él y en cada recodo del camino hay una nueva sorpresa. ¡Maravilloso!
Salimos del bosque y tras un rápido descenso nos acercamos a Ojacastro.

Precioso pueblo, con varias casonas señoriales y una monumental iglesia ( que no se ve desde la carretera). Salimos del pueblo y por un pequeño puente de madera cruzamos el rió Oja, siguiendo la ruta verde, que algún día fueron vías del ferrocarril llegamos a Ezcaray.
Cuando llegamos a la plaza mayor son las 10.30 h. nos hemos metido entre pecho y espalda 28 km en algo menos de cinco horas y media y creo que nos hemos ganado el almuerzo.
Los más aguerridos continuaran hasta la cima del San Lorenzo, pero yo me retiro, por hoy vale.
Nota.
Nunca había hecho una marcha nocturna, pero por las sensaciones experimentadas espero no sea la ultima. En otras rutas, los sentidos están ocupados permanentemente, paisajes, ruidos etc... pero por la noche tienes los sentidos alerta, a la expectativa y lo más curioso es que no captas nada de nada. ¡Es fantástico!

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