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jueves, 27 de julio de 2017

La España profunda.

Fernando Molinero Hernando, 
Catedrático, Univ. de Valladolid,










Publico este artículo sobre el gran tema de la despoblación rural, 
porque me parece un buen trabajo que toca casi todo lo que es necesario tener en cuenta para conocer y operar sobre este fenómeno que está matando los pueblos. 

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Desde que en los años 1990 se empezara a hablar del renacimiento rural (rural revival, renaissance rurale), ha habido muchos autores que han hecho extensivo este fenómeno a todos los territorios rurales europeos, sin tener en cuenta las enormes diferencias que los separan. Diferencias que surgen, ante todo, de la brecha demográfica, de las disparidades de accesibilidad y de la diversidad de situaciones y distancias respecto a centros urbanos capaces de organizar el territorio en su área de influencia.


Así, a menudo se aplica el modelo de las “áreas de fuerza” (áreas periurbanas y de los grandes ejes de desarrollo, como la banana azul, el arco mediterráneo o el arco atlántico, entre otros) a todo el territorio rural europeo, cuando ni siquiera este está bien definido. Contribuye a esa indefinición el carácter difuso y ambiguo de las categorías rurales europeas definidas por la Comisión Europea (áreas “esencialmente rurales”, “intermedias” y “esencialmente urbanas”), unas categorías basadas en densidades superiores o inferiores a 100 hab/km2, cuando los espacios rurales españoles no llegan a esa densidad en ningún momento, sobre todo si se excluyen de ellos las áreas periurbanas, que constituyen otra categoría de poblamiento, en ningún caso asimilable a la rural.
Esa es la gran confusión que ha permitido a autores como Benjamín García Sanz (2011) hablar de la recuperación rural en todo el territorio español ya antes de la actual crisis económica. Según este autor, no solo estaríamos ante una recuperación demográfica en términos absolutos, sino también en una recuperación de la natalidad, acompañado todo de una diversificación económica clara.
Creemos que esa percepción de los hechos no se corresponde con la realidad del espacio rural español, en cuyo territorio conviven un rural dinámico, un rural intermedio y un rural profundo, muy distantes entre sí. La crisis, que ha expulsado a algunos inmigrantes de los espacios rurales, ha contribuido a tomar conciencia de la existencia de un espacio rural marginal, poco accesible, escasamente poblado, envejecido, regresivo, netamente dominado por la actividad agraria y en el que no solo no se gana población, sino que se pierde.
Es en esta coyuntura cuando se publica el libro de Sergio del Molino La España vacía (editado por Turner), que destaca los caracteres y circunstancias opuestas a las que planteaba Benjamín García Sanz en su citado trabajo Ruralidad emergente: posibilidades y retos (editado en 2011 por el MARM). Entre esas posiciones discordantes pretendemos hacer, en primer lugar, una conceptuación de los espacios rurales, en segundo lugar, un análisis de sus características, y en tercer lugar, una aproximación territorial, para acabar con una valoración de las cualidades, los problemas y las perspectivas de lo que denomino la España “profunda”.

La disparidad de espacios rurales en España

Como hemos dicho, la disparidad de espacios rurales en España es evidente, pero también lo es fuera de España, por más que en la UE exista esa misma dualidad rural no siempre reconocida. El Ministerio de Agricultura (MARM en esa época) lo planteaba en 2010, en la definición de las áreas rurales elegibles para la Ley de Desarrollo Sostenible del Medio Rural (LDSMR). Allí, a escala comarcal, distinguía tres tipos: zonas rurales a revitalizar, zonas intermedias y zonas periurbanas1.
Las dos primeras suman 390.000 km2 (el 77,4% del territorio español), si bien solo las primeras (zonas rurales a revitalizar) ocupan la mitad del solar hispano. Se trata de un espacio muy extenso, distribuido por todo el país, aunque con mayor concentración y densidad en la España interior, exceptuada el área metropolitana madrileña. El mapa del MARM lo refleja claramente (ver mapa 1).
Esta clasificación no parece suficiente para una aproximación fina, aunque, en todo caso, nos permite comprobar que las áreas rurales se extienden por una abrumadora mayoría espacial. En el cuadro que el MARM ofrece en la dirección web de la nota 1, se puede observar su distribución por CCAA, pero nuestro propósito es acercarnos más, a una escala municipal, por cuanto en la comarcal se mezclan territorios con problemas muy dispares. En este sentido, y aplicando los criterios que el MARM estableció en esa ley LDSMR, podríamos llegar a definir tres categorías de poblamiento: dos rurales (progresiva y regresiva) y una no rural (urbana y periurbana), basadas en la definición del MARM (municipios con menos de 30.000 habitantes, y menos de 100 hab/km2), a lo que hemos añadido el saldo de población durante los años de la crisis (ver mapa 2).
Con estos datos tendríamos el resultado en términos cuantitativos que se refleja en el cuadro 1. Con esta situación de partida podemos extraer la información que el mapa aporta de una manera clara: la mayor parte del territorio español (328.845 km2) corresponde a los municipios rurales regresivos, que, por otro lado, son los menos densos y los de peores condiciones de accesibilidad, ya que se localizan esencialmente en la España interior. Ahora bien, interesa destacar no solo los hechos cuantitativos, sino los cualitativos: qué tipos de espacios rurales son, cuáles son sus características demográficas y socioeconómicas, qué causas y qué dinámica los han llevado hasta ahí.

Caracteres demográficos y socioeconómicos del espacio rural español

Lo primero que llama la atención es la baja densidad de población (18 hab/km2, que desciende a 14 hab/km2 en las áreas regresivas). Es una densidad de población que no aumenta, sino que disminuye y que viene gestándose desde la plétora demográfica que alcanzaron muchos de estos municipios a mediados del siglo XX. Pero el éxodo rural de los años del desarrollismo y de la modernización agraria vació los campos, provocó el abandono de las tierras marginales, produjo la matorralización general de los pastizales por el abandono del pastoreo y de las quemas controladas periódicas y produjo también la falta de limpieza de los montes, además de la desvitalización demográfica y el abandono generalizado de las prácticas ganaderas tradicionales, que favoreció el aumento de los incendios.
Este panorama se observa, en primer lugar, en el mapa de densidad (mapa 3), en el que, además, se percibe nítidamente cómo las áreas del interior, y especialmente las de montaña (las menos accesibles), aparecen como páramos demográficos, con las densidades más bajas en las tierras altas de la Cordillera Ibérica, en las provincias de Soria, Teruel, Guadalajara y Cuenca. Los vacíos destacan, igualmente en el Pirineo, en la Cordillera Cantábrica, seguida por los Montes de León, secundada por las áreas de las penillanuras de Zamora y Salamanca y continuada por la raya de Portugal. Otros vacíos secundarios se observan en los Montes de Toledo, que enlazan con Sierra Morena y con las sierras jiennenses de las prebéticas y el SO de Albacete.
Es la España despoblada, vaciada, por cuanto en la economía agraria tradicional, dominante hasta mediados del siglo XX, las densidades alcanzaban entre 28 y 35 hab/km2, antes de que el éxodo rural vaciara los campos y antes de que se abandonaran muchos pueblos a causa de la modernización del campo, que hizo innecesario el trabajo y el concurso de sus vecinos. Sin embargo, de esta desbandada general se libraron algunas comarcas o sectores de regadío o de viñedo o de otros aprovechamientos dedicados a cultivos más exigentes en mano de obra.
De este modo, el campo español, que fue perdiendo progresivamente sustancia, modificó drásticamente su modo de vida, su economía y hasta su poblamiento o forma de ocupación y explotación del suelo. De este fenómeno solo se salvaron las áreas periurbanas, las turísticas y las de determinados enclaves privilegiados y centros comarcales, pero, evidentemente, a costa de transformar su economía tradicional.
Desde esta perspectiva demográfica, basándonos en el grado de ocupación, densidad y dinamismo, podríamos establecer cuatro categorías de espacios rurales (más una quinta transversal)
1) “rural profundo” (con menos de 5 hab/km2), que va a menos; 
2) “rural estancado” (entre 5 y 15 hab/km2), que también retrocede; 
3) “rural intermedio” (entre 15 y 25 hab/km2), estancado, pero viable, fuertemente agrario; 
4) “rural dinámico” (entre 25 y 50 hab/km2), viable, y 
5) las cabeceras comarcales y centros de atracción (con más de 50 hab/km2 y con diversificación económica), que se superponen a las demás.

Pero esta clasificación por densidad, aunque es la más expresiva, no es suficiente, dado que, a la postre, la densidad depende en gran medida del empleo existente; no es la variable independiente. Por ello, es fundamental saber cuántos empleos y qué tipo de empleo se dan en el mundo rural. En este sentido, desde que la Comisión Europea dio a conocer su folleto sobre el futuro del mundo rural en 1988, no han dejado de crecer los intérpretes de los espacios rurales que vaticinan no solo la recuperación demográfica del campo, sino su diversificación económica.
Pero ambas circunstancias solo afectan a las áreas rurales dinámicas, aunque también se da la contradicción de que en las zonas de montaña y más inaccesibles la diversificación es mayor, pero la pérdida de sustancia es brutal, por cuanto esa diversificación se ha producido a costa de la disminución de los empleos más abundantes (los ganaderos) y no merced a la suma de nuevos empleos. Así, los mapas de pérdidas y ganancias de empleos municipales durante los años de la crisis (2007 a 2015) (mapas 4 y 5) expresan que es el mundo urbano el principal perdedor, como es lógico, porque es el que acapara la mayoría de los empleos, pero, si lo comparamos con las pérdidas y ganancias de población, comprobamos que es también el mundo urbano el que gana, frente al rural, que pierde, con los matices que veremos.
En definitiva, para sintetizar las características laborales del mundo rural español podríamos partir de las antes citadas categorías de espacios rurales, con un peso demográfico, laboral y territorial enormemente contrastado, pero que, en contra de lo que habitualmente se dice y escribe, tienen a la agricultura como base de su actividad económica. En efecto, se puede comprobar en los gráficos adjuntos (gráficos 1 y 2), en los que se aprecia el escaso valor del empleo agrario en el conjunto de España (menos del 5%), mientras alcanza un 25% en el territorio rural, llegando a valores mucho más altos en los municipios del rural profundo.
En ambos gráficos hemos representado la estructura de los ocupados cotizantes a la Seguridad Social en junio de 2015, pero en el gráfico 2 lo hemos hecho con círculos cuyas áreas son proporcionales al número de empleos. Está claro que la agricultura es, en todos, una actividad fundamental, si bien no es, en ninguno de ellos, la principal, ya que este rango corresponde a los servicios, como sucede en cualquier economía moderna (hemos desagregado la posición del alojamiento y la restauración, por mor de la importancia creciente que alcanzan en el mundo rural moderno).
Las dos actividades tradicionales clave del mundo rural español continúan manteniendo hoy el mismo carácter: la agricultura y la construcción. Entre ambas acaparan casi la mitad del empleo (47%) en el “rural profundo” y casi un tercio (31%) en el “rural dinámico”, mientras que en el “rural estancado” y en el “intermedio” ocupan posiciones parecidas. No podemos soslayar la importancia que tuvo tradicionalmente la cantería y la albañilería, hoy convertidas en pymes de la construcción, con más peso en el mundo rural que en el urbano.
Pero ni la densidad de población ni su dinámica ni la estructura del empleo constituyen por sí solos indicadores suficientes para explicar el grado de descomposición y vaciamiento de la España profunda. Por ello, procederemos a un análisis territorializado, pero relacionado con las condiciones ecológicas de las tierras en que se producen esos fenómenos.

La distribución territorial del espacio rural de España y las causas de su dinámica

La escala municipal de análisis nos permite una aproximación fina a los fenómenos analizados, pero no nos permite definir conjuntos territoriales homogéneos que deben aparecer integrados en el ordenamiento y el funcionamiento territorial. Por ello, es necesario buscar escalas intermedias que configuren territorios funcionales desde una perspectiva de ordenación territorial, política, económica y administrativa. Para nuestro propósito, vamos a partir de la localización del espacio rural “profundo” y del espacio rural “estancado”, que son los dos integrantes de esa España profunda a la que nos referimos en este artículo, para completarlo, después, con el espacio rural “dinámico” (mapa 6).
Si por algo se distingue la localización de este espacio rural “profundo y estancado” es por situarse en el interior de la España peninsular, además de por constituir un páramo demográfico, con bajas densidades de población (menos de 10 hab/km2), con una población en regresión, envejecida, desvitalizada y desestructurada, a consecuencia del vaciamiento del último medio siglo. Podemos preguntarnos por las causas que han provocado esta situación, que no solo se mantiene, sino que empeora. Para ello debemos poner en relación las características demográficas y socioeconómicas comentadas con las características geográficas de estas áreas.
Así, el hecho más llamativo es que se trata de territorios enclavados en áreas de montaña, por una parte, y de territorios llanos, pero aislados, por otra. En todo caso, constituyen tierras altas, meseteñas o montañosas, y alejadas de los ejes de fuerza económica del país.
Cada una de estas características merece nuestra consideración. Primero, porque los focos de poblamiento peninsular, salvo el de Madrid y otros pocos secundarios, son exteriores. Ya lo planteaba Ramón Tamames en su Estructura económica de España en 1960, y desde entonces la concentración de la población y de la actividad económica en la costa y en unos pocos ejes del interior no ha dejado de crecer y de producir desequilibrios territoriales.
En el mapa anterior (mapa 6) podemos comprobar que las más bajas densidades de ocupación se extienden principalmente por la Cordillera Ibérica, que representa el área de montañas y tierras altas más extensas, menos accesibles y más despobladas de España. Estas tierras altas ibéricas albergan algunos de los bosques de coníferas más extensos y mejor explotados de España, pero se trata de montañas de interior, de no mucha humedad y de suelos poco desarrollados. En economías cerradas tradicionales se defendían muy bien, pero en las modernas son los territorios del abandono, y no porque se viva mal en ellos, sino porque la falta de masa crítica de población y de actividad económica hacen de estas tierras un lugar marginal, poco accesible y difícil. Hoy cuentan con una economía diversificada, pero débil y de bajo perfil. Por más que el turismo rural, los productos de calidad, la naturaleza más asilvestrada, o la venta por Internet, puedan atraer a algunos profesionales, es el mundo de la despoblación y, con ella, el mundo de la escasez y de la lejanía de los servicios. Es un mundo, por lo general, de rechazo.
Algo similar podríamos predicar del Pirineo, aunque aquí existe una mayor ambigüedad, ya que la proximidad de Barcelona en el Pirineo catalán y la de Zaragoza en el Pirineo oscense han favorecido la configuración de pequeños focos de crecimiento, de pueblos que aprovechan las nuevas posibilidades, aunque los pueblos más inaccesibles y apartados sufren no solo la dureza del clima, sino también la marginación y la falta de accesibilidad.
Pero, por más que parezca contradictorio, el mismo fenómeno de aislamiento y escasa accesibilidad lo sufren áreas llanas, tales como las penillanuras salmantinas, zamoranas, cacereñas y otros sectores rayanos con la frontera portuguesa. Los fenómenos son los mismos, pero la falta de perspectivas es incluso mayor en estas tierras llanas, de suelos graníticos, de pocos pastos, donde los pastores tradicionales emigraron masivamente en los años 1960 y donde tan solo ha quedado la gente mayor, principalmente jubilados, que, sin horizonte vital, consumen sus días fatigosos atendiendo a pequeños hatos de ganado de distinta aptitud.
Si analizamos el mapa del rural “profundo y estancado” encontramos otros territorios diferentes, pero de similares características e indudables analogías: la escasa accesibilidad y el aislamiento constituyen los pilares de la marginalidad en territorios como los de los Montes de Toledo, Sierra Morena y Prebéticas.
Pero, curiosamente, este fenómeno apenas se observa ni en Andalucía (salvo la parte citada de Sierra Morena y Prebéticas y Béticas) ni en Galicia ni en Murcia ni en Alicante. Y es que aquí se supera la masa crítica rural, es decir, que la propia existencia de núcleos de poblamiento próximos actúa como bola de nieve que integra a otros más pequeños en la dinámica del desarrollo rural.
Por ello, precisamente, el espacio rural “dinámico” se localiza allí donde hay masa crítica tanto de población como de actividades económicas y de centros urbanos, que actúan de polos o imanes para el desarrollo rural. En estos casos, el espacio rural “dinámico” está muy asociado al espacio urbano, en su área de influencia o en ejes de fuerza, como ocurre en todo el arco mediterráneo, en la periferia urbana de Madrid, en el eje del Ebro, en el interior de Andalucía, en la costa gallega y asturiana, en el interior del País Vasco, en las Vegas Bajas del Guadiana, en el entorno de la A-6 y en algunos enclaves singulares (mapa 7).

Conclusiones

La España “profunda” es la España rural del interior peninsular, de tierras altas (montañosas y llanas), pero con dificultades naturales y con marginalidad demográfica, económica y social. La población está atendida y vive en un medio natural inmejorable, pero el territorio no es atractivo y la falta de masa crítica continúa expulsando población, poca, porque ya no queda. Pero hoy, a pesar del teletrabajo y de las facilidades de comunicación general, es la España marginada y marginal.
En las llanuras cerealistas hay muchos pueblos que son asiento de jubilados y de un puñado de agricultores. Si algún joven se queda, o es un neorrural o acaba emigrando. Es la España profunda, que, por su desvitalización, tampoco puede atender, en las áreas de montaña, al cuidado de los montes y pastos, que antes se hacía colectivamente y que hoy, ante la acumulación de maleza, es frecuente materia de incendios.

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