Puntos (4) en los que la investigación disponible
se distancia de los argumentos que con frecuencia oímos en el debate público.
Es agradable sentir que existe un debate público en torno a tu tema de investigación. Nuestros primeros trabajos sobre la despoblación rural (aquí y aquí), publicados aproximadamente entre 1995 y 2005, se beneficiaron del eco mediático de la despoblación rural en nuestras regiones, Aragón y Cantabria, y del éxito de la serie de televisión Un país en la mochila de José Antonio Labordeta.
Pero esos ecos fueron apagándose y terminaron por casi desaparecer en medio del comprensible tsunami mediático provocado por la posterior crisis económica, durante la cual publicamos nuestro libro de síntesis sobre la despoblación de la España rural a lo largo del siglo XX (aquí). Hoy, en cambio, publicamos la versión en castellano de este libro (aquí), con datos actualizados hasta el presente, en un momento vibrante: la chispa creada por el periodista Sergio del Molino con su expresión “la España vacía” se ha propagado incansablemente por los más diversos canales de comunicación y ha activado una llamativa movilización social contra la despoblación (aquí y aquí), con la consiguiente respuesta por parte de los partidos políticos en sus programas electorales.
Otra cosa diferente es si el debate público está transcurriendo por el camino adecuado. Nos gustaría compartir con los lectores de Nada es Gratis cuatro puntos en los que la investigación disponible se distancia de los argumentos que con frecuencia oímos en el debate público.
(1) Los medios nos ofrecen una imagen muy pesimista de la demografía rural. Esto es conveniente para vender la historia, pero difícil de sostener con las cifras en la mano. Hubo una época de despoblación rural verdaderamente acelerada, allá por los años sesenta del siglo pasado, pero esta época ha pasado ya. Muchos espacios rurales han pasado a ganar población de nuevo y, en realidad, la España rural tomada en su conjunto tiene hoy más población que hace un cuarto de siglo. Es cierto que estos datos no deben malinterpretarse en clave triunfalista: tras la crisis económica, la España rural ha perdido en gran medida a los inmigrantes extranjeros como fuente de revitalización demográfica y continúa habiendo muchos pueblos (sobre todo en las comarcas más alejadas de ciudades de cierto tamaño) gravemente afectados por el envejecimiento y la despoblación. Pero es precisamente esa diversidad de experiencias y trayectorias lo que está quedando fuera del foco mediático. Las buenas noticias, que en este tema de la despoblación rural también las hay, sencillamente no son noticia.
(2) Una y otra vez recibimos el mensaje de que los problemas del medio rural son los problemas de los agricultores y ganaderos. Los propios políticos, en su respuesta a las movilizaciones sociales, han aludido frecuentemente a soluciones agropecuarias para el problema de la despoblación rural. El ministro de Agricultura en funciones, Luis Planas, fue la voz del gobierno en su respuesta a la multitudinaria manifestación de Madrid del pasado 31 de marzo. Y, cuando quiso plantear tres medidas concretas que el gobierno ya estaba llevando a cabo para hacer frente al problema, dos de ellas fueron la expansión de la agricultura de regadío y el fomento del relevo generacional dentro del sector agrario (aquí). El principal partido de la oposición, por su parte, contraatacó argumentando que la mejor garantía frente a la despoblación rural era negociar unos términos favorables para España dentro de la Política Agraria Común, como de hecho había ocurrido durante su última etapa en el gobierno (aquí).
Sin embargo, el desarrollo rural depende en gran medida de que las economías locales sean capaces de diversificarse hacia sectores diferentes del agrario. Por todas partes, tanto en España como en Europa, encontramos la misma pauta a lo largo del último par de siglos: las economías rurales que prevalecen, las que logran evitar la despoblación (o, cuando menos, mitigarla), son las que han sido capaces de ir más allá de la agricultura. Puede haber muchas formas de hacer esto. Los protagonistas pueden ser los empresarios locales o anónimos grupos empresariales llegados de otros lugares. La inversión puede canalizarse hacia industrias como la industria alimentaria o la industria de maquinaria eléctrica, o hacia el turismo y la construcción de segundas residencias. El resultado puede ser bonito, como una densa red de pymes involucradas en la transformación y comercialización de los productos agrarios locales, o feo, como una multinacional manufacturera plantada en medio de la nada. Pero lo que está claro es que la clave para evitar la despoblación no está en el sector agrario, sino más allá del mismo.
(3) A juzgar por lo que nos cuentan los medios, vivimos en un país desastroso que no podría contrastar más viva y amargamente con sus vecinos europeos. Raro es el reportaje que no aporta el testimonio de alguien explicando que en otros países europeos se han puesto en práctica medidas frente a la despoblación rural y que estas medidas han tenido éxito.
Pero, en realidad, ningún país europeo ha puesto en práctica políticas rurales capaces de frenar sustancialmente el vendaval de la despoblación cuando este ha azotado de veras. Por todas partes, y España no es una excepción, las tendencias demográficas del medio rural son resultado sobre todo de “fuerzas de mercado”. Muchas veces ha podido y puede haber políticas desfavorables para la población rural, pero estas políticas no explican las grandes tendencias. Como mucho, sirven para reforzarlas. Si la expresión “España vacía” nos parece algo imprecisa (al fin y al cabo, hay miles de conciudadanos viviendo en ella), la expresión “España vaciada” nos parece particularmente desafortunada porque transmite una imagen distorsionada, exageradamente politizada, de las causas de la despoblación. La inmensa mayoría de experiencias europeas de repoblación rural presentadas por los medios no se derivan de unas políticas supuestamente innovadoras, imaginativas y eficaces, ni mucho menos de la tan cacareada “voluntad política” a la que con tanta frecuencia hacen referencia quienes argumentan que el problema es que nuestro medio rural ha sido abandonado a su suerte por parte de una olvidadiza e insolidaria sociedad urbano-céntrica. No: la mayor parte de esas experiencias de renacimiento rural (en Escocia, en Francia, en Escandinavia) surgen de fuerzas de mercado, ya sea en el mercado laboral, en el mercado residencial o en ambos.
(4) Los medios con frecuencia nos transmiten la imagen de lo que el geógrafo Andrés Rodríguez-Pose llama “lugares que no importan” (aquí), con su corolario de que es necesario empezar a hacer algo al respecto ya. Pero nosotros, como Rodríguez-Pose, pensamos que el problema no ha sido tanto la falta de políticas como la falta de calidad en el diseño e implantación de dichas políticas.
La Ley para el Desarrollo Sostenible del Medio Rural, basada en un planteamiento en nuestra opinión más prometedor que la mayor parte de los improvisados arbitrios que han venido proponiéndose en los últimos tiempos, ha sido objeto de una lamentable falta de aplicación.
Nuestras Comunidades Autónomas, por su parte, han utilizado una y otra vez los fondos europeos de desarrollo rural para redoblar las subvenciones percibidas por los agricultores, lo cual es válido para Bruselas pero manifiestamente erróneo si el objetivo es fomentar un desarrollo genuino (sectorialmente diversificado) de la economía rural.
Tampoco hemos sido capaces de aprovechar la oportunidad que planteó la incorporación de LEADER a la Política Agraria Común para fomentar un modo de gobernanza basado en las iniciativas y proyectos de las poblaciones locales, que remplace así a la dudosamente eficaz ingeniería social desde arriba. El gran reto que tenemos por delante no es pegar el puñetazo en la mesa para que todo cambie de una vez por todas, sino conseguir que los instrumentos legales con que ya contamos funcionen mejor de lo que lo han hecho hasta ahora.
*Fernando Collantes es profesor titular de historia económica en la Universidad de Zaragoza e investigador asociado al CEDDAR (Centro de Estudios sobre Despoblación y Desarrollo de Áreas Rurales). Vicente Pinilla es catedrático de historia económica en la Universidad de Zaragoza y director del CEDDAR. Acaban de publicar el libro ¿Lugares que no importan? La despoblación de la España rural desde 1900 hasta el presente (Prensas Universitarias de Zaragoza, 2019).
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