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lunes, 21 de marzo de 2022

A contracorriente por un sueño de altura cien por cien rural, en los Montes de Ayago.

A unos 1.000 metros de altitud, 
a los pies de los Montes de Ayago que marcan frontera con la provincia burgalesa, 
la aldea de Tondeluna acoge a su único habitante que no teme el frío del invierno 
ni la escasa cobertura que llega a ese paraje.
Rebaño de cabras de Nicolás Morteruel, en Tondeluna, Montes de Ayago, Sierra de la Demanda


Un traspaso por jubilación hizo posible el sueño de Nicolás Morteruel hace un año. 
Cuando supo que un rebaño de cabras, con su quesería incluida, 
se quedaba libre en la sierra riojana, no dudó en hacer las maletas, 
que iban más cargadas de ambiciones e ilusión que de enseres materiales. 
Él ha emprendido el camino contrario a muchos jóvenes de su edad, abandonando con 24 años la capital riojana para buscar nuevas oportunidades en el medio rural. 
Aunque su caso se lleva el premio a mejor destino extremo.

 La población más cercana es Ojacastro (lidero con Redecilla del Camino), municipio al que pertenece esta pedanía, a 25 minutos en coche, pero para Nicolás vivir aquí no supone ningún reto de supervivencia.

Formado en Gestión Forestal y del Medio Natural, el monte es su hábitat ideal. Solo ha necesitado del apoyo, «y paciencia», de sus mentores Goyo y María, antiguos propietarios y fundadores de la Quesería Tondeluna, para emprender su proyecto personal. Las cabras, como anfitrionas, solo tuvieron que dar el visto bueno a este nuevo invitado que iba a pasar a convertirse en su compañero de vida.

Todavía no se conoce a la perfección a los 110 animales de raza alpina que alimenta («Goyo tenía nombre para casi todas»), pero poco a poco va distinguiéndolas. Al igual que ha ido aprendiendo de sus cuidados, los tratamientos sanitarios y el manejo del ganado, porque de eso también venía sin experiencia alguna. «Hasta ahora solo había tenido algunos animales domésticos en Albelda de Iregua, que es de donde desciendo». Por no hablar de la elaboración de los quesos. El año pasado se estrenó en este manjar artesanal y no le fue nada mal: de los más de 4.000 quesos elaborados ya ha vendido todos, principalmente en restaurantes, alguna tienda de Ezcaray y los sábado en el mercado de Santo Domingo.

«Choca mucho que un chico joven decida subirse aquí y encargarse de una explotación ganadera y de hacer quesos. No es lo común, y cuando mi entorno supo de mi decisión es evidente que me tacharon de loco, pero es lo que más feliz me hace. Me dedico a lo que me llena y me emociona verdaderamente, y eso es una suerte. Esta es la vida que quiero y tengo claro, al menos en este momento, que este es mi sitio. Estar con los animales, en el monte, a mi aire. Sé que de esto no me voy a hacer rico, pero al menos tampoco nadie se hace rico a mi costa». Ni una pizca de duda e inseguridad en estas palabras.

Nicolás ha encontrado en Tondeluna su perfecto ecosistema y, sobre todo, con miras a futuro, porque considera una ventaja para subsistir en este sector agrario el hecho de abarcar todos los procesos, desde la producción hasta la comercialización: «Yo crío las cabras, las ordeño, elaboro los quesos y los vendo al precio que yo decido. Por eso veo rentable mi explotación, pero entiendo que con los precios a los que se paga la leche y la carne, la mayoría de ganaderos salgan a las calles a quejarse. Y el día en que desaparezcan las ayudas de la PAC, no van a poder sobrevivir».

Desde la Sierra de la Demanda, donde también le da a la apicultura a pequeña escala, reflexiona sobre que «igual el futuro del sector pasa por apostar por explotaciones agrícolas y ganaderas más pequeñas con las que pueda gestionar y elaborar el propio producto o abarcar más fases para no depender tanto de intermediarios que marcan los precios y tú solo puedes resignarte».

«El lobo, una pieza más del ecosistema»

Este joven cabrero se muestra tajante al afirmar que el temido lobo en la sierra riojana «es una pieza más del ecosistema, y si queremos que esto funcione, el ecosistema debe contar con todas sus piezas». Él cuenta que lleva un rebaño de cabras y otro de mastines para protegerlas. Solo va a pastorearlas en temporada de caza, guiándolas en el sentido contrario al que van los cazadores, pero si no son los perros quienes ejercen el papel de pastores. «Y lo hacen muy bien, porque hasta ahora no he tenido que lamentar ninguna baja».

Cierto es que hace un año ya relatábamos en este periódico el ataque sufrido por 25 de sus cabritos de la mano de un perro. «Algo que sucedió después de unas batidas. Sería un perro que se escapó o lo soltaron por la sierra y que acabó metiéndose dentro de la cuadra mientras yo estaba en el monte con las cabras adultas y los mastines».

A los mastines se suman los dispositivos GPS que Nicolás ha colocado en seis de sus cabras para tener al rebaño siempre controlado: «Se trata de buscar herramientas, porque las hay, para evitar los ataques a los animales. Mis cabras duermen cada noche en las cuadras y cuando salen a pastar no se alejan mucho de la aldea, pero siempre acompañadas de los perros».

«Entiendo la crispación de muchos ganaderos que se quejan porque estas bajas en sus rebaños son ya la puntilla de una situación de desgaste tras arrastrar una larga temporada de bajos precios y costes cada vez más altos, pero también los hay que dejar a sus animales durmiendo en el monte y otros que tienen ganado en la sierra, pero no viven en la sierra. Estoy de acuerdo con las indemnizaciones que dan por esos ataques, pero creo que deberían indemnizar a quien haga bien las cosas».

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