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viernes, 9 de junio de 2023

Rogativa al agua.

Traigo aquí esta reflexión que conecta con nuestro trajín redecillano (-no solo nuestro, esto sucede en todos los pueblos, en todas las culturas, en todo el mundo-) de subir y bajar la Virgen Sra. de Ayago con la vieja y sana tradición de pedir su intercesión para que a nuestros campos, animales y salud les vayan bien.
No es tontería marcar la fe desde la debilidad, desde la realidad: hubo tiempos, no hace tanto los hemos vivido, en el que la precariedad, la ventura del día a día en el resultado de la cosecha,  o de la salud marcaban las necesidad de apoyo, del ruego, que socialmente se manifestaba en estas u otras rogativas... 

Ese contacto piel con piel con la todopoderosa naturaleza nos imponía humildad, perdón, no es humildad es la realidad. 
La realidad es que vivimos en un sistema natural finito y cerrado con espacios, recursos y tiempos finitos,  pero está gestionada por un sistema socioeconómico que apunta al infinito,  por unos seres humanos que nos creemos dioses, que nos creemos  una suerte de homodeus que con una varita mágica llamada tecnología es capaz de resolver cualquier situación. 

Pues ese es el problema: que la sociedad industrial y urbana, que no tiene ese contacto piel con piel con la naturaleza y su inmenso poderío, se ha impuesto a las sociedades agrarias, y vive y enloquece al margen de la naturaleza.
Aunque sea sólo por humildad, perdón, por realidad,  conviene recordarnos a nosotros mismos (porque ya estamos enfermos/locos),  que la Naturaleza tiene todos los títulos de propiedad, todas las escrituras del planeta son suyas, todas... 
Y cuando se presenta con sus títulos, no tiene conmiseración ante tanta soberbia con la que, desde nuestra chulería e imbecilidad, la maltratamos.

A tanta evidencia de insensatez no viene mal subir a los Montes de Ayago, recorrer 12 km, respirar aire puro, venernos las caras y charlar, conocer qué es un ezcarro..., sudar, oler una violeta.., y, entre baja y subida, seguir rogando a la Virgen Sra. de Ayago como una componente más de nuestra realidad finita...
Hay otras maneras de vivir este planeta, y las tradiciones, que nos han traído hasta aquí como la  de la Virgen de Ayago, aún pueden tener algún valor para afrontar lo que se nos viene encima, lo que hemos provocado nosotros, dioses de pacotilla...
V.B.S
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Rogativa al agua.

La sociedad industrial, a diferencia de la campesina, 
no solo se siente fuera de la Naturaleza a la que considera 
como un medio, como un ambiente, 
también olvida su dependencia de los ciclos de la vida.

Ni una sequía catastrófica como la actual es capaz de marchitar 
la soberbia de nuestra sociedad industrial.

La sociedad industrial ensancha los errores 
en lugar de reconocer y disculparse por su ignorancia, 
insiste en agrandar los paradigmas productivistas con propuestas 
como la ya clásica de “inyectar fondos para la modernización de los regadíos”.


Campo de olivos regado a manta en Calanda..    Manuel Barberán

Implorar
A vosotras, 
piedras, rocas, guijarros, 
madres primeras del agua, 
os rogamos que convoquéis a los árboles.

A vosotros, los árboles, 
os rogamos que os vistáis de verde 
para seducir a las nubes.

A vosotras, nubes, 
os rogamos que os desvistáis a cántaros 
para llenar los ríos y sus cauces 
donde el agua pueda gozar.

Así podría empezar un canto pagano que para muchas personas sería objeto de burla. 
¿Plegarias para que llueva? ¿Considerar a la Naturaleza y sus elementos como divinidades? 
En tiempos de modernidad y progreso, la civilización industrial considera que el ser humano es la verdadera divinidad, una suerte de homodeus que con una varita mágica llamada tecnología es capaz de resolver cualquier situación. 
Muy olvidados quedan los atávicos rituales que las comunidades campesinas practicaban porque, a decir de Noelia Barreales y Héctor Castrillejo en el último nº de la revista Soberanía Alimentaria, “necesitaban ahuyentar sus miedos, sentir que podían hacer algo para guiar la luz a través de la oscuridad, ser protagonistas de su propio destino, recuperar cierta ilusión de control ante aquella incertidumbre y propiciar la llegada de la próxima cosecha, el siguiente ciclo de la vida”.

La sociedad industrial, a diferencia de la campesina, no solo se siente fuera de la Naturaleza a la que considera como un medio, como un ambiente, también olvida su dependencia de los ciclos de la vida. 
En unos versos de la obra teatral Acorar de Toni Gumila, que podemos escuchar en la voz de Pau Riba, se nos advierte de que ya no solo no distinguimos chopos de encinas, sino que con un genérico “árboles” los humillamos. 
Que ya no distinguimos una lechuza de un pinzón o de un mirlo, y reducimos una diversidad casi infinita a un simple ‘pájaros’. Y desde luego, que no sabemos, como sabían nuestras abuelas y abuelos, discernir si es cebada o avena a las tres semanas de nacer el sembrado, cuando apenas es una hoja. Que no sabemos diferenciar entre una planta de calabaza y una de melón, aunque estos conocimientos sean básicos para sostener la vida. 
Pero ni una sequía catastrófica como la actual es capaz de marchitar la soberbia de nuestra sociedad industrial.

Contrición
Al contrario, la sociedad industrial ensancha los errores en lugar de reconocer y disculparse por su ignorancia. Lo estamos viendo con las soluciones que se proponen frente a la sequía. Aún cuando es obvio que los procesos industriales aplicados en la agricultura y ganadería globalizada y agroexportadora son corresponsables de desequilibrar el ciclo del agua, se insiste en agrandar estos paradigmas productivistas con propuestas como la ya clásica de “inyectar fondos para la modernización de los regadíos”.

Sin la sabiduría propia de quien hunde sus pies en la tierra, pareciera que un sistema de riego por goteo, por ejemplo, es una buena forma de ahorrar agua frente al riego a manta. Quizás en la factura, pero no para los cauces del agua. 
El riego a manta, que por cierto no requiere derivados del petróleo para los tubos, ni depende de comprar artilugios de multinacionales, es un agua que mientras riega una superficie y reparte semillas y nutrientes, vuelve a ser captada por los acuíferos. 
El gota a gota y su remojar la superficie, en cambio, representa mucha evaporación de agua. En realidad, este tipo de regadíos ha servido solo para insistir en superar los mandatos naturales, como en tierras de Málaga donde se cultivan los exigentes aguacates o en tierras de Lleida donde se cultiva maíz para alimentar cerdos, cuando lo normal por sus condiciones climáticas sería practicar una agricultura de secano. No solo eso: el regadío lleva a que, en lugar de felicitarse por garantizar una cosecha anual de cereales, se aspire a doblarla o triplicarla y, otra vez, en lugar de ahorrar se gaste más agua.

Agradecer
Giorgos Kallis, en Límites, advierte que esta obsesión productivista adoradora de la tecnología nace de un discurso de la escasez, ahora del agua, ahora del petróleo, ahora de los alimentos, muy propio de esta cultura de la modernidad y del progreso… Nace de la obsesión de superar los límites naturales de un sistema cerrado, nuestro planeta, que, quizás, el relato del ecologismo ha contribuido a agrandar.

Contrasta con otras culturas, como la de la nación onondaga, pueblo nativo norteamericano que considera el agradecimiento como la manera de tomar conciencia de la abundancia que nos rodea. Y así, en sus escuelas, como recoge Robin Wall Kimmerer en Una trenza de hierba sagrada, las mañanas se inician con un ritual de agradecimiento que las niñas y niños aprenden de bien pequeños:
Miramos ahora hacia el Oeste, donde viven nuestros Abuelos, los Seres del Trueno. Con rayos y truenos nos traen el agua que renueva la vida. Unimos nuestras mentes para saludar y darles las gracias a nuestros Abuelos, los Tronantes”.

Y que, repetido como un mantra, 
te recuerda que lo que tienes es suficiente, más que suficiente”.


*Gustavo Duch: Licenciado en veterinaria. Coordinador de 'Soberanía alimentaria, biodiversidad y culturas'. Colabora con movimientos campesinos. 

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