El feudalismo tecnológico se arraiga en los campos de China e India |
Durante los últimos años, las principales corporaciones tecnológicas han lanzado iniciativas en el sector agrícola. Microsoft afirma que su ambición es mapear y recopilar datos sobre todas las fincas del mundo e integrarlos en sus plataformas digitales. Y por “todas” Microsoft no se refiere sólo a todas las grandes fincas industriales, sino también a los 500 millones de pequeñas fincas alrededor del mundo. En China e India, donde se encuentran casi dos tercios de las fincas pequeñas del mundo, y con la bendición y el apoyo pleno de ambos gobiernos, la expansión de las grandes empresas tecnológicas en la agricultura avanza rápidamente. Y lo hace sin restricciones reales, sin transparencia sobre los datos que recopilan, y sin regulaciones sobre los productos que estas empresas y sus socios producen a partir de estos datos. El poder corporativo en el sector también está camuflado, con muchas pequeñas empresas emergentes aparentemente independientes, pero que trabajan dentro de una red que en última instancia está controlada por unos pocos gigantes tecnológicos. Esto coloca al agricultor, ganadero o forestal en una posición muy precaria. Y aunque los servicios se presentan como una manera de entregar mayor información a las personas agricultoras, en realidad contribuyen a la pérdida de capacidades, ya que las incitan a depender en el asesoramiento generado por una inteligencia artificial y en los insumos corporativos, en lugar de utilizar sus propios conocimientos y sus propias semillas locales. Descubre más en nuestro nuevo informe: https://grain.org/e/7198 Otras referencias:
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miércoles, 20 de noviembre de 2024
El feudalismo tecnológico se arraiga en los campos de China e India
martes, 19 de noviembre de 2024
Factores que determinan el relevo generacional en el campo español. P. Barato, ASAJA.
jueves, 7 de noviembre de 2024
15 de noviembre fecha límite para participar en FotoRural 2024, 18ª edición del Concurso de Fotografía del Mundo Rural.
viernes, 1 de noviembre de 2024
Unir fuerzas para cultivar el futuro: La gestión común de tierras
En este sentido, desde el modelo cooperativo trabajamos en diferentes propuestas e iniciativas para incorporar a los jóvenes a la actividad del campo y favorecer el desarrollo rural. Prueba de ello es la gestión común de tierras, desarrollada con el apoyo y la colaboración de diferentes actores tanto públicos como privados, como la administración regional y entidades como CaixaBank.
jueves, 24 de octubre de 2024
Los agricultores de Burgos se manifiestan otra vez ante la crisis cerealista: "Nos están llevando a la ruina"
una pequeña localidad burgalesa, se encuentra entre los manifestantes. Destaca el incremento de los insumos frente a la caída de los precios de los cereales. "Lo que pedimos principalmente es la regulación de precios. El cereal ha bajado mucho, pero los abonos y fertilizantes siguen estando por las nubes", denuncia Eliseo. Explica que la crisis se agravó a raíz de la guerra de Ucrania, cuando el precio de los fertilizantes se disparó, pero después, cuando el precio del cereal cayó, los costes no bajaron. "Estamos hablando de que ahora mismo el cereal está a 216 euros la tonelada, mientras que el fertilizante está a 600 euros, y esto es imposible de sostener", asegura.
Además de la situación económica, la climatología ha jugado una mala pasada este año a algunos agricultores. Eliseo menciona los problemas que ha tenido con la cosecha de girasol, que se ha visto gravemente afectada por las lluvias y el viento. "Las lluvias hicieron que la siembra fuera más tardía y ahora, con el viento, el girasol se ha tumbado en muchas fincas y es posible que no se pueda recoger", dice.
La situación no es exclusiva de Villegas. José Daniel, agricultor de Villaquirán de los Infantes, también ha acudido a la manifestación en Valladolid. En su caso, trabaja en una cooperativa agrícola donde cultivan trigo, cebada, patata, remolacha, girasol y guisante. "Estamos en un sector donde los precios nos están matando, no paran de entrar cereales de otros países, sobre todo de Ucrania, y los puertos están saturados", explica con frustración. Pese a que las cosechas de este año han sido buenas en términos de producción, los costes son tan elevados que muchos agricultores están viendo cómo los beneficios se esfuman.
preocupados también por el petróleo
José Daniel señala también los efectos de la guerra en Ucrania e Israel en el precio del petróleo, lo que encarece aún más el proceso de producción. "Ya nos están avisando de que el precio del petróleo subirá y eso afectará de nuevo a nuestros costes de producción", afirma. Además, el agricultor muestra su preocupación por las recientes lluvias en Burgos, que han arrasado la cosecha de patata en algunos valles de la provincia: "A nosotros nos queda por recoger una hectárea y media de patata, pero con las crecidas de agua que se esperan, es posible que suframos también daños".
la tromba de agua, tan mala como la sequía
Finalmente, Roberto Gallangos, agricultor de Cerezo de Río Tirón, aporta una perspectiva diferente desde la comarca de La Riojilla Burgalesa, que ha sido especialmente castigada por la sequía. "Aquí en marzo y abril cayeron apenas tres o cuatro litros de agua, lo que no es suficiente para que la planta subsista", comenta Roberto. Este año ha sido especialmente duro para su explotación, que abarca 400 hectáreas de trigo, cebada y guisantes. "Llevamos tres años de malas cosechas y este ha sido catastrófico", añade. A los problemas de la sequía, se suma el alto coste de los abonos y herbicidas, que han seguido subiendo de precio.
La situación es compleja y afecta de manera desigual a los distintos puntos de la provincia y la región. Sin embargo, todos los agricultores coinciden en que sin una regulación de los precios y un apoyo firme por parte del Gobierno, la viabilidad del sector está en serio peligro.
"Estamos en una situación límite. O conseguimos sentarnos a dialogar y tomar medidas o el campo se va a morir", advierte Eliseo Martínez.
Mientras tanto, las organizaciones agrarias esperan que esta manifestación en Valladolid sirva como una llamada de atención para las instituciones. Las demandas no son nuevas, pero la crisis en el sector cerealista no ha hecho más que agudizarse, y la paciencia de los agricultores parece estar llegando a su fin
sábado, 12 de octubre de 2024
"Nos están llevando a la ruina": Los agricultores de Burgos se manifiestan otra vez ante la crisis cerealista
Las organizaciones profesionales agrarias Asaja y la Alianza UPA-COAG se concentran, en unidad de acción, en defensa de la agricultura cerealista. Leticia Pérez |
El sector agrícola de Castilla y León atraviesa una de sus peores crisis en años. El aumento constante de los costes de producción, las importaciones baratas desde países como Ucrania y la especulación en los mercados han generado una tormenta perfecta que afecta especialmente a los productores de cereal. Ante este panorama, ASAJA y la Alianza UPA-COAG han convocado una gran manifestación en Valladolid este 11 de octubre, donde cientos de agricultores y ganaderos de Burgos y otras provincias de la Comunidad exigen medidas urgentes para salvar el sector.
lunes, 16 de septiembre de 2024
Clasificación de las Vías Pecuarias del municipio de Redecilla del Camino. 18 de octubre.
lunes, 15 de julio de 2024
Crisis en Redecilla del Camino y en la Riojilla Burgalesa en la producción del trigo.
Ante este panorama tan poco alentador, Asaja y la Unión de Campesinos de Castilla y León (UCCL) decidieron tomar cartas en el asunto. ¿Cómo? Solicitando a la Agrupación Española de Entidades Aseguradoras de los Seguros Agrarios Combinados (Agroseguro) que indemnice como es debido a los productores afectados por la falta de precipitaciones. Esta problemática, según apuntan ambas organizaciones, es palpable en municipios como Belorado, Cerezo y Fresno de río Tirón, Bascuñana, Ibrillos, Castildelgado, Redecilla del Campo, Redecilla del Camino, Viloria de Rioja, Fresneña o Valluércanes.
viernes, 12 de abril de 2024
«Si no conseguimos el equilibrio entre medio ambiente y agricultura, nos arrepentiremos», entrevista a Manuel Pimentel.
Protagonizó la única dimisión que tuvo que afrontar José María Aznar durante sus ocho años de gobierno; presentó su renuncia a 22 días de las elecciones de marzo de 2000, cuando apenas llevaba 13 meses al frente de la cartera. Ingeniero agrónomo y abogado de formación, Manuel Pimentel (Sevilla, 1961) ha recopilado sus artículos de los últimos 15 años sobre la crisis agrícola en ‘La venganza del campo‘ (Almuzara, 2023). Partidario de los acuerdos y enamorado de la vida rural, Pimentel pone el foco en una sociedad que se lamenta del olvido al que ella misma ha condenado al sector primario porque ha decidido que lo rural solo queda bien en ‘stories’ de Instagram.
Entrevista
¿El campo ha sido la primera gran víctima de la globalización?
El campo occidental ha sido víctima no solo de la globalización, porque en otras zonas también afecta la globalización y el mundo agrario está viviendo momentos muy buenos. El mundo agrario ha sido víctima de la bajada brutal de precio por la globalización y por la concentración de la distribución. Bajó tanto el precio que se hizo invisible para la sociedad. Y a raíz de eso comenzó el proceso que hemos ido viendo estas décadas.
Señala entonces a la distribución como uno de los agentes responsables.
En los años 80, 90 y 2000, la distribución se concentró mucho y adquirió un gran poder de compra y apretó mucho los precios. Esa competencia entre distribuidores se transmitió hacia abajo. La distribución es responsable de haber apretado los precios hasta punto de ruina de los agricultores, pero no es responsable del ascenso de los precios que estamos teniendo ahora. Cuando dicen que los precios suben mucho porque la distribución se lo lleva no es verdad. La distribución es la misma ahora que hace 10 años. Lo que está pasando es que las importaciones se encarecen y cada vez dependemos más de ellas porque hemos restringido nuestra capacidad productiva y hay menos oferta y por eso suben los precios.
En agosto de 2009 escribió: «Más pronto que tarde, el campo se vengará en forma de escasez de alimentos, que subirán de precio de forma brusca e inesperada». ¿Por qué si era tan evidente para usted hace 15 años, nadie ha hecho nada por impedirlo?
Porque los imaginarios son muy fuertes. Y ahora es muy difícil cambiarlo. La sociedad urbana valora tan poco la agricultura y tanto el medio ambiente que en el fondo de su alma lo que quiere es que el campo sea para pasear. Y toda la norma europea se realiza en este sentido. Al final los europeos hemos dicho «tengamos el campo para pasear y la alimentación que lo hagan otros por ahí y nosotros ni vamos a preguntar mucho cómo lo hacen siquiera». Esto produce perplejidad, porque nosotros nos restringimos con unas condiciones que están bien, pero a las importaciones no les exigimos lo mismo.
«La sociedad urbana lo que quiere es que el campo sea para pasear»
¿Y cómo hemos llegado hasta aquí?
Cuando salimos al campo, como sociedad urbana que somos, no hemos vivido en esa naturaleza y nos molestan los regadíos, las granjas, los invernaderos… Queremos el campo, pero para otra cosa. Por eso empecé a pensar en la idea de la venganza del campo. Solo cuando el carro de la compra empieza a apretar, que va a seguir subiendo poquito a poquito, pues entonces nos daremos cuenta de que también debemos tener producción agraria en Europa. Estamos colaborando todos en impulsar hacia arriba los precios de la comida para ponerla como un privilegio de ricos. Y no como algo accesible para las clases medias y populares.
¿Si el campo hubiera contado con un buen lobby de comunicación hubiera evitado esta situación?
Nadie es perfecto, pero cuando tu producto no vale, como es el caso de la alimentación, pasan estas cosas. Entre 2000 y 2020, gracias a la globalización y a las nuevas técnicas agrícolas la alimentación europea fue la más barata de su historia. La comida no aparecía en ninguna de las encuestas sobre preocupación. Si tú no valoras la alimentación aún valoras menos los que la producen. Los agricultores se vuelven invisibles. Mientras tanto, la sociedad urbana valora cada vez más el medio ambiente, y esto es muy positivo, pero se olvida de la producción de alimentos. Todas las normas que hemos hecho en Europa nos limitan y restringen en nuestra capacidad. Claro, los agricultores iban protestando, pero como no nos apretaba la comida, no les hacíamos caso. En esa circunstancia, aunque hubieran comunicado muy bien, hubiera sido invisible para nosotros. Por eso empecé a acuñar el concepto de venganza del campo. Solo se van a hacer visibles cuando nos apriete mucho el carro de la compra. Y está empezando a pasar.
¿Hay una confrontación entre agricultura y cuidado del medio ambiente?
En el imaginario de la sociedad europea, cualquier invernadero, cualquier regadío o cualquier granja es una agresión al medio ambiente o de maltrato animal, y por lo tanto vamos a intentar limitarlo con nuestras normas. Ahí olvidamos una variable que es muy importante: el derecho a la defensa variada, sana y a un precio razonable del europeo. Se puede perfectamente conseguir producción agraria de manera sostenible con un equilibrio. Mi tesis ahí es que la política agraria común, que es la más importante en la UE, hasta ahora solo ha tenido el eje de la sostenibilidad, que se debe mantener porque es irrenunciable, pero también equilibrarlo con el derecho de los europeos a una despensa, variada, sana y a un precio razonable. Y para eso los agricultores son parte de la solución, no del problema. Si seguimos como ahora, que, aunque estamos en un momento de desglobalización entregamos la llave de nuestra despensa a terceros países, vamos a seguir pagando nuestra comida cada vez más cara. Si no conseguimos ese equilibrio entre medio ambiente y agricultura, nos arrepentiremos. Es muy difícil, pero no hay que renunciar a ello. Solo aceptamos al agricultor bueno, el que tiene cuatro cabritas y cuatro arbolitos. Si tuviéramos que vivir con ese modelo de agricultura, cada pera o cada manzana nos costaría mil euros. Solo tomarían esa manzana los ricos.
Y ahí es donde entra la extrema derecha a intentar pescar adeptos con su discurso negacionista del cambio climático.
Yo creo que estas protestas de los agricultores han sido muy profundas. Es un mundo que no quiere morir y grita su desesperación. Y lo ha hecho en países con gobiernos de izquierda y de derecha. Es un grito apolítico, profundo de todo un sector. Pero sería igual de suicida olvidarnos de la sostenibilidad de los sistemas naturales como del campo.
«Sería igual de suicida olvidarnos de la sostenibilidad de los sistemas naturales como del campo»
Habla de la paradoja de querer alimentos variados y baratos mientras se imponen normas y leyes que lo dificultan. A eso se suma la contradicción de querer consumir productos de forma masiva que quizá no sean apropiados para nuestra agricultura, como el aguacate, que exige mucho regadío. ¿Qué nos pasa como sociedad que no vemos esta paradoja?
El aguacate es un cultivo de regadío que en muchas zonas es totalmente sostenible. En la zona de la costa de Málaga, de Granada, antes se cultivaban chirimoyas y naranjas que también son de regadío.
Denuncia que hay un doble rasero con los temas energéticos y el regadío, que no se tiene en cuenta el impacto ambiental en plantaciones fotovoltaicas o en instalaciones de gasoductos de hidrógeno, pero que luego sí se ven esos problemas en trasvases hídricos o en planes de regadío.
Sí. Eso está tan metido que es muy curioso. Si hay algo que contamina el medio ambiente visualmente es un molino de viento, y si hay algo que contamina el suelo es una plata fotovoltaica. Y, sin embargo, la sociedad lo ve como algo más sostenible que un cultivo de perales. Y todo porque hemos demonizado al agricultor y hemos subido a un pedestal al técnico de energías renovables. Tenemos que optar, como país, pero tenemos que saber las consecuencias. El caudal ecológico hay que mantenerlo, pero nosotros tiramos muchísimas hectáreas al mar. La población sigue creciendo, la tierra fértil cada día es menor porque la infraestructura urbana, los colegios, hospitales, centros comerciales fotovoltaicos se comen miles y miles de hectáreas de tierra fértil todos los años. Por eso cada vez hay menos tierras y cada vez hay que alimentar a más personas. Y para alimentar más personas con menos tierras, hay que regar. Tenemos que decidir si queremos regar y producir o que sigan subiendo los precios de frutas y verduras.
Y aquí llegamos al consumo de agua: lo hemos visto con el regadío de Doñana, en otros es producción industrial o uso urbano o turístico, y todo eso en un contexto de sequía y menores precipitaciones. ¿El uso del agua es el gran problema que no se aborda en España?
Hay países que tienen menos pluviometría que España, como Israel, pero que tienen mucha más superficie de riego. Las medias pluviométricas no han cambiado en los últimos años. Puede ser que caiga más concentrado o menos, pero cae la misma cantidad de agua. El sinsentido es que haya zonas sin agua potable en Andalucía o Cataluña cuando les sobra agua y todo porque la gente no quiere poner un tubo desde el pantano a su casa. Y mientras tanto aceptamos regasificadoras, gaseoductos de hidrógeno de altísima presión de Algeciras a los Pirineos, con un ramal a Lisboa y atravesando parques naturales. Pero es lo que hemos decidido. El año que llueva tendremos agua y el año que no llueva, no habrá nada.
«Hemos demonizado al agricultor y hemos subido a un pedestal al técnico de energías renovables»
Habla de que todos los alimentos salen del campo, todavía queda muy lejos la impresión de comida 3D o la síntesis de alimentos en laboratorios, aunque es la gran promesa con la que nos dicen que se acabará el hambre en el mundo. ¿Podemos confiar en ella?
Yo creo que la sociedad tiene que estar abierta a cualquier tipo de innovación. Cualquier innovación que mejore la cantidad y la calidad de la comida, bienvenida sea. Ahora bien, lo que yo conozco que se está haciendo ahora dista mucho de ser una cuestión asequible y sostenible.
Durante la pandemia, descubrimos de golpe que trasladar la producción industrial a Asia le cuesta muy caro a Europa. ¿Nos pasa lo mismo con la alimentación?
Es lo que nos está pasando. En Europa vamos encareciendo, restringiendo y limitando las producciones agrarias propias, y por eso los agricultores han dicho «basta». Nosotros hemos decidido que en el campo europeo es para pasear y que la comida es algo molesto y que la produzcan otros por ahí y no miraremos mucho cómo lo hacen. Esto es surrealista, pero es lo que está pasando y no creo que cambiemos a corto plazo. Personalmente creo que se pueden hacer muchas cosas con las nuevas técnicas de cultivo y se puede mejorar el medio ambiente con más producción. Soy optimista y creo que hay campo para rato. Estamos en un cambio de ciclo, como ya pasó con la energía; y Europa, con un mundo en guerra, va a girar en algunas de sus políticas. El problema es que va a costar mucho llegar a eso y antes se tiene que poner el carro de la compra a 500 euros para que la gente empiece a valorar tener producción en Europa.
domingo, 18 de febrero de 2024
En defensa de los agricultores
¡Cómo han cambiado las cosas en muy poco tiempo! Tras las manifestaciones de los agricultores en Alemania, y, sobre todo, Francia, nadie hubiera imaginado una reacción como la que han tenido los agricultores y ganaderos españoles. Hace unas semanas en este mismo blog relatábamos las reivindicaciones de los agricultores en los países citados y cómo consiguieron el apoyo de la sociedad y las negociaciones con sus respectivos gobiernos (https://ruralsiglo21.org/2024/01/28/la-voz-del-campo/). Incluso, el presidente de la República Francesa trasladó las preocupaciones de los agricultores de su país a la presidenta de la Comisión Europea.
En un contexto de reflexión sobre el futuro de la Política Agraria Común (PAC) y los condicionantes medioambientales, la presidenta de la Comisión Europea, influida, sin duda, por las próximas elecciones del mes de junio y el inusual impacto social de las reivindicaciones del campo en todo el continente, decidió dar marcha atrás a la decisión de reducir en un 50% el uso de fitosanitarios en la agricultura europea.
Creo, en primer lugar, que este nuevo planteamiento y lo que está sucediendo estos días, pone de manifiesto que las decisiones sobre la PAC, y sobre las cuestiones agrarias en general, deben tomarse teniendo en cuenta a los agricultores y ganaderos, los que están sobre el terreno y conocen la realidad de lo que sucede en el campo. Y, por otra parte, los que, en la práctica, en el ámbito agrario, van a tener que llevar a cabo los compromisos del Pacto Verde.
Una segunda reflexión es que el futuro de nuestra sociedad, y también de la agricultura, depende, en gran medida, de nuestro compromiso europeo, inquebrantable, con la lucha contra el cambio climático, la reducción de gases de efecto invernadero, la transición energética y los objetivos de la Agenda 2030. Este compromiso no puede ponerse en cuestión. Algunos, desde planteamientos muy reaccionarios, vinculados a partidos de ultraderecha, aprovechando el río revuelto, y rozando el ridículo, lo cuestionan, incluso señalan estos objetivos ambientales como el mayor problema para los agricultores y ganaderos. Hay que combatir este discurso, sin ambages. La agricultura y ganaderías europeas solo tendrán futuro en el marco de los compromisos del Pacto Verde. El componente ambiental ha de ser, además, un argumento fuerte para solicitar una PAC con más recursos y con un reparto mas justo de las ayudas, que priorice a las explotaciones familiares, pequeñas y medianas que, desde la multifuncionalidad, son las que vertebran el territorio, combaten la despoblación y cuidan del medio ambiente.
Es muy necesario hacer un esfuerzo pedagógico, hacia los agricultores y ganaderos, con los que, insisto, hay que contar para aplicar las medidas y para que éstas sean exitosas y consigan los objetivos propuestos en el Pacto Verde. Pero también hacia la sociedad en su conjunto, para que vea a los agricultores y ganaderos como un colectivo fundamental para el progreso social, en el desarrollo del medio rural, la preservación del medio ambiente o la garantía de la seguridad alimentaria. Quizá las manifestaciones de estos últimos días, que demuestran la fuerza del sector, mayoritariamente desde el respeto, y que han contado con un gran apoyo social, puedan constituir un punto de inflexión a este respecto.
Ajustando el foco, en el caso de España, hay algunas medidas en las que el gobierno ha actuado con rapidez y contundencia en los últimos años. El volumen de ayudas nacionales -al margen de la PAC- por la sequía, los efectos de la guerra de Ucrania o las consecuencias económicas de la pandemia, ha sido el más alto de nuestra historia. También, la subida exponencial del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) de los últimos años o la reforma laboral, han tenido en cuenta, me atrevería a decir que, por primera vez, al eslabón más débil de la cadena agroalimentaria, los trabajadores asalariados del campo, tantas veces olvidados.
Es momento, ahora, de afrontar otras cuestiones. La defensa a ultranza de un modelo de agricultura familiar, que se asienta sobre pequeños y medianos emprendedores en nuestros pueblos, profesionales de la agricultura y ganadería, es urgente, imprescindible, si queremos que nuestro sector tenga futuro. Para ello, urge una PAC orientada a este modelo de explotación, que les priorice de verdad, que sea más sencilla y fácil de entender para nuestros agricultores y para el conjunto de la sociedad. Y es muy necesaria la elaboración de una ley de agricultura familiar que blinde este modelo de agricultura, que canalice la prioridad política hacia ellas, de tal forma que puedan competir en igualdad de condiciones con las grandes empresas y con los productores y operadores del feroz mercado global.
Y por supuesto, como ha comprometido el presidente del Gobierno, reforzar la Ley de la Cadena Alimentaria, para que exista rentabilidad en todos los eslabones, principalmente en el más débil, el primero. Que los costes sean razonables para todos, que los márgenes comerciales nos sean abusivos y que los precios sean dignos para todos. Parece muy lógico, pero no es fácil de lograr. Sin embargo, la batalla es necesaria, también muy urgente
Es evidente que la movilización de los agricultores y ganaderos tiene una motivación económica. Pero en la demostración de fuerza de estos últimos días hay también un deseo de decir a la sociedad de nuestro país algo así como: “Aquí estamos. Formamos parte de la sociedad, producimos alimentos y somos importantes. Y así queremos que nos veáis”
Nos lo están pidiendo. Y debemos escucharlos. Es momento de estar con ellos, de apoyarles y entenderles. No sólo estos días. Siempre.
jueves, 15 de febrero de 2024
Guía para abordar las tractoradas desde la España vaciada.
Esto sigue presente, y creo que es lo que explica el hecho de que un ganadero que trabaja a pérdidas por culpa de tratados de libre comercio vote opciones neoliberales. No es algo exclusivo del campo: ocurre lo mismo con los autónomos de las ciudades. No hay espacio aquí para hablar del gran error de considerar al pequeño propietario el enemigo, como si fuera lo mismo poseer Inditex que una zapatería o una cafetería de barrio. Pero sí tengo que resaltar que en el campo ese error sale aún más caro, porque el poso histórico del miedo a la pérdida de la tierra que da de comer es mucho más grande de lo que pueda parecer. Esto es lo primero que la izquierda tiene que entender.
No, no va a funcionar hablar de ecologismo. Primero, porque es percibido como algo de izquierdas. Así de sencillo y así de complejo. Pero además, no va a funcionar porque los agricultores y ganaderos sienten que se les hace pagar a ellos la factura ecológica de todos. Es uno de sus hartazgos. La Unión Europea le está sacando partido a la ola verde de las protestas de 2019. Pone medidas restrictivas dentro mientras firma tratados de libre comercio con países que desde luego no participan de pacto verde alguno. Y si los agricultores protestan, siempre podrán decir a la opinión pública que la UE quería ser verde, pero que estos señores bloquearon las calles con tractores pidiendo volver a lo de siempre. Y así, Von der Leyen y compañía ya tendrán lo que buscan: que se acreciente ese falso dilema entre el mundo rural y el desarrollo sostenible; que los de abajo se enfrenten entre ellos. Por eso ha sido muy inteligente la maniobra de retirar la ley que pretendía reducir el uso de pesticidas.
Además, mientras se ponga el acento en la cuestión ecológica, no se pone en la económica. Mientras debatamos sobre los mililitros de fertilizantes permitidos que recoja la siguiente normativa, no hablamos de que todo apunta a que de aquí a unos pocos años toda la agricultura y la ganadería estarán en manos de grandes corporaciones transnacionales, y que los pueblos de Europa estarán más vaciados si cabe, porque arruinados, sus habitantes pasarán a formar parte de la masa desempleada o precarizada de las ciudades. Es muy difícil y a la vez muy fácil: hay que hablar en términos económicos, hay que explicar adónde se va el dinero que están dejando de ganar los agricultores, para que todos tengamos claro quiénes son los culpables y dónde está el enemigo. Sin perdernos en detalles, por muy importantes que puedan ser esos detalles. Hay que ir a lo estructural; hay que hacer una suerte de pedagogía de lo estructural. Porque en los últimos años se ha querido articular tantas demandas distintas, que quizá hemos acabado por perder de vista la demanda que tiene que articular a las demás, eso que podríamos llamar “la demanda estructural”. Y no es que haya demandas que no sean importantes. Lo que ocurre es, entre otras cosas, que lo que se está haciendo no funciona, porque interpela sólo a quienes se identifican con la izquierda. Se podría ir al campo a hablar en términos de ecologismo y vestidos con chaquetas de coderas, pero les puedo ahorrar el trabajo: no va a funcionar. Y la razón de ello, insisto, no está en el contenido del mensaje, está en una cuestión de identidades. Se percibe una amenaza de izquierdas, pero no la amenaza neoliberal, y eso hace que si la lucha contra las macrogranjas o contra el libre comercio la abandera alguien con ropaje de izquierdas, esa lucha será lucha del enemigo y se percibirá como un ataque.
Se pueden crear nuevas identidades, claro está. Se suponía que, desde el análisis de Mouffe y Laclau, era lo que pretendía hacer el primer Podemos, pasando de la dicotomía izquierda-derecha a los de abajo contra los de arriba. Pero al final todo quedó en un nuevo partido de izquierdas, y lejos de interpelar a una mayoría, la mitad del país vio el proyecto como algo situado a la izquierda de la izquierda. O sea, como al enemigo. Y ahora, una vez muerto el espíritu del 15M, ¿sigue habiendo oportunidades de articular un “los de abajo” contra el capitalismo salvaje? ¿Por dónde empezamos? Las nuevas identidades no nacen de la nada, sino que surgen a partir de las que preexisten, que se funden, se separan, se desarrollan, mutan… Y es una mala idea pretender que surja una nueva identidad popular partiendo de la identidad “izquierda”, porque no va a funcionar. Desde sectores como el campo (pero no sólo), todo lo que surja a partir de la izquierda se verá como un otro amenazante: en el peor de los casos, un otro enemigo, y en el mejor, un otro que habla desde lejos y que los mira con condescendencia.
La lejanía y la condescendencia, aunque sean involuntarias, se aprecian en el propio uso del lenguaje: ¿por qué los medios de izquierdas hablan de los “campesinos”, si es un término con el que jamás se identificaría un agricultor? ¿Saben dónde no se cometen esos errores? En Vox. Y ojo, no hay que confundir la capitalización que hace Vox de la causa de los agricultores y ganaderos con la acusación de que sea ese partido quien los esté convocando. Porque ahora se está hablando de dos tipos de agricultores: los fieles a los sindicatos, cuya lucha es legítima, y los que pasaron por encima de estas organizaciones y convocaron sus propias manifestaciones el 6 de febrero, presentándose a estos últimos como marionetas de Vox que alteran el orden público con métodos fascistas por no tener una autorización de la subdelegación del gobierno que corresponda. Si la izquierda quiere una receta para terminar de regalarle a Vox la causa del campo, ahí la tienen: continúen insultando a un gremio al borde de sus límites, y sobre todo, alíense con sus enemigos. Porque, créanme, ahora mismo la inmensa mayoría de los ganaderos y agricultores de este país ve en los sindicatos agrícolas a un lastre con el que ya no están dispuestos a seguir cargando. Y no, esa misma inmensa mayoría, no ha acudido a ninguna cita de Vox. Es difícil saber aún quiénes han liderado la organización del movimiento y qué intereses puede haber detrás, pero a efectos de esta guía, me da igual: los agricultores no han sacado los tractores pensando en acudir a un acto de Vox.
Pero si seguimos por este camino, quizá la próxima vez sí lo hagan. Se le está poniendo en bandeja a Vox que capitalice un movimiento al que probablemente se le sumen los transportistas y quizá al final todos los autónomos. Sigan llamándoles fascistas, hasta que al final se dé una profecía autocumplida en media España. Después, ustedes dirán que ya avisaron del peligro. Yo diré lo mismo.
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* Bárbara del Arco es profesora de filosofía en Las Palmas de Gran Canaria, pero procedente de un pueblo de Zamora.
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