Protagonizó la única dimisión que tuvo que afrontar José María
Aznar durante sus ocho años de gobierno; presentó su renuncia a 22 días
de las elecciones de marzo de 2000, cuando apenas llevaba 13 meses al
frente de la cartera. Ingeniero agrónomo y abogado de formación, Manuel
Pimentel (Sevilla, 1961) ha recopilado sus artículos de los últimos 15
años sobre la crisis agrícola en ‘La venganza del campo‘
(Almuzara, 2023). Partidario de los acuerdos y enamorado de la vida
rural, Pimentel pone el foco en una sociedad que se lamenta del olvido
al que ella misma ha condenado al sector primario porque ha decidido que
lo rural solo queda bien en ‘stories’ de Instagram.
Entrevista
¿El campo ha sido la primera gran víctima de la globalización?
El
campo occidental ha sido víctima no solo de la globalización, porque en
otras zonas también afecta la globalización y el mundo agrario está
viviendo momentos muy buenos. El mundo agrario ha sido víctima de la
bajada brutal de precio por la globalización y por la concentración de
la distribución. Bajó tanto el precio que se hizo invisible para la
sociedad. Y a raíz de eso comenzó el proceso que hemos ido viendo estas
décadas.
Señala entonces a la distribución como uno de los agentes responsables.
En
los años 80, 90 y 2000, la distribución se concentró mucho y adquirió
un gran poder de compra y apretó mucho los precios. Esa competencia
entre distribuidores se transmitió hacia abajo. La distribución es
responsable de haber apretado los precios hasta punto de ruina de los
agricultores, pero no es responsable del ascenso de los precios que
estamos teniendo ahora. Cuando dicen que los precios suben mucho porque
la distribución se lo lleva no es verdad. La distribución es la misma
ahora que hace 10 años. Lo que está pasando es que las importaciones se
encarecen y cada vez dependemos más de ellas porque hemos restringido
nuestra capacidad productiva y hay menos oferta y por eso suben los
precios.
En agosto de 2009 escribió: «Más pronto que
tarde, el campo se vengará en forma de escasez de alimentos, que subirán
de precio de forma brusca e inesperada». ¿Por qué si era tan evidente
para usted hace 15 años, nadie ha hecho nada por impedirlo?
Porque
los imaginarios son muy fuertes. Y ahora es muy difícil cambiarlo. La
sociedad urbana valora tan poco la agricultura y tanto el medio ambiente
que en el fondo de su alma lo que quiere es que el campo sea para
pasear. Y toda la norma europea se realiza en este sentido. Al final los
europeos hemos dicho «tengamos el campo para pasear y la alimentación
que lo hagan otros por ahí y nosotros ni vamos a preguntar mucho cómo lo
hacen siquiera». Esto produce perplejidad, porque nosotros nos
restringimos con unas condiciones que están bien, pero a las
importaciones no les exigimos lo mismo.
«La sociedad urbana lo que quiere es que el campo sea para pasear»
¿Y cómo hemos llegado hasta aquí?
Cuando
salimos al campo, como sociedad urbana que somos, no hemos vivido en
esa naturaleza y nos molestan los regadíos, las granjas, los
invernaderos… Queremos el campo, pero para otra cosa. Por eso empecé a
pensar en la idea de la venganza del campo. Solo cuando el carro de la
compra empieza a apretar, que va a seguir subiendo poquito a poquito,
pues entonces nos daremos cuenta de que también debemos tener producción
agraria en Europa. Estamos colaborando todos en impulsar hacia arriba
los precios de la comida para ponerla como un privilegio de ricos. Y no
como algo accesible para las clases medias y populares.
¿Si el campo hubiera contado con un buen lobby de comunicación hubiera evitado esta situación?
Nadie
es perfecto, pero cuando tu producto no vale, como es el caso de la
alimentación, pasan estas cosas. Entre 2000 y 2020, gracias a la
globalización y a las nuevas técnicas agrícolas la alimentación europea
fue la más barata de su historia. La comida no aparecía en ninguna de
las encuestas sobre preocupación. Si tú no valoras la alimentación aún
valoras menos los que la producen. Los agricultores se vuelven
invisibles. Mientras tanto, la sociedad urbana valora cada vez más el
medio ambiente, y esto es muy positivo, pero se olvida de la producción
de alimentos. Todas las normas que hemos hecho en Europa nos limitan y
restringen en nuestra capacidad. Claro, los agricultores iban
protestando, pero como no nos apretaba la comida, no les hacíamos caso.
En esa circunstancia, aunque hubieran comunicado muy bien, hubiera sido
invisible para nosotros. Por eso empecé a acuñar el concepto de venganza
del campo. Solo se van a hacer visibles cuando nos apriete mucho el
carro de la compra. Y está empezando a pasar.
¿Hay una confrontación entre agricultura y cuidado del medio ambiente?
En
el imaginario de la sociedad europea, cualquier invernadero, cualquier
regadío o cualquier granja es una agresión al medio ambiente o de
maltrato animal, y por lo tanto vamos a intentar limitarlo con nuestras
normas. Ahí olvidamos una variable que es muy importante: el derecho a
la defensa variada, sana y a un precio razonable del europeo. Se puede
perfectamente conseguir producción agraria de manera sostenible con un
equilibrio. Mi tesis ahí es que la política agraria común, que es la más
importante en la UE, hasta ahora solo ha tenido el eje de la
sostenibilidad, que se debe mantener porque es irrenunciable, pero
también equilibrarlo con el derecho de los europeos a una despensa,
variada, sana y a un precio razonable. Y para eso los agricultores son
parte de la solución, no del problema. Si seguimos como ahora, que,
aunque estamos en un momento de desglobalización entregamos la llave de
nuestra despensa a terceros países, vamos a seguir pagando nuestra
comida cada vez más cara. Si no conseguimos ese equilibrio entre medio
ambiente y agricultura, nos arrepentiremos. Es muy difícil, pero no hay
que renunciar a ello. Solo aceptamos al agricultor bueno, el que tiene
cuatro cabritas y cuatro arbolitos. Si tuviéramos que vivir con ese
modelo de agricultura, cada pera o cada manzana nos costaría mil euros.
Solo tomarían esa manzana los ricos.
Y ahí es donde entra la extrema derecha a intentar pescar adeptos con su discurso negacionista del cambio climático.
Yo
creo que estas protestas de los agricultores han sido muy profundas. Es
un mundo que no quiere morir y grita su desesperación. Y lo ha hecho en
países con gobiernos de izquierda y de derecha. Es un grito apolítico,
profundo de todo un sector. Pero sería igual de suicida olvidarnos de la
sostenibilidad de los sistemas naturales como del campo.
«Sería igual de suicida olvidarnos de la sostenibilidad de los sistemas naturales como del campo»
Habla
de la paradoja de querer alimentos variados y baratos mientras se
imponen normas y leyes que lo dificultan. A eso se suma la contradicción
de querer consumir productos de forma masiva que quizá no sean
apropiados para nuestra agricultura, como el aguacate, que exige mucho
regadío. ¿Qué nos pasa como sociedad que no vemos esta paradoja?
El
aguacate es un cultivo de regadío que en muchas zonas es totalmente
sostenible. En la zona de la costa de Málaga, de Granada, antes se
cultivaban chirimoyas y naranjas que también son de regadío.
Denuncia
que hay un doble rasero con los temas energéticos y el regadío, que no
se tiene en cuenta el impacto ambiental en plantaciones fotovoltaicas o
en instalaciones de gasoductos de hidrógeno, pero que luego sí se ven
esos problemas en trasvases hídricos o en planes de regadío.
Sí.
Eso está tan metido que es muy curioso. Si hay algo que contamina el
medio ambiente visualmente es un molino de viento, y si hay algo que
contamina el suelo es una plata fotovoltaica. Y, sin embargo, la
sociedad lo ve como algo más sostenible que un cultivo de perales. Y
todo porque hemos demonizado al agricultor y hemos subido a un pedestal
al técnico de energías renovables. Tenemos que optar, como país, pero
tenemos que saber las consecuencias. El caudal ecológico hay que
mantenerlo, pero nosotros tiramos muchísimas hectáreas al mar. La
población sigue creciendo, la tierra fértil cada día es menor porque la
infraestructura urbana, los colegios, hospitales, centros comerciales
fotovoltaicos se comen miles y miles de hectáreas de tierra fértil todos
los años. Por eso cada vez hay menos tierras y cada vez hay que
alimentar a más personas. Y para alimentar más personas con menos
tierras, hay que regar. Tenemos que decidir si queremos regar y producir
o que sigan subiendo los precios de frutas y verduras.
Y
aquí llegamos al consumo de agua: lo hemos visto con el regadío de
Doñana, en otros es producción industrial o uso urbano o turístico, y
todo eso en un contexto de sequía y menores precipitaciones. ¿El uso del
agua es el gran problema que no se aborda en España?
Hay
países que tienen menos pluviometría que España, como Israel, pero que
tienen mucha más superficie de riego. Las medias pluviométricas no han
cambiado en los últimos años. Puede ser que caiga más concentrado o
menos, pero cae la misma cantidad de agua. El sinsentido es que haya
zonas sin agua potable en Andalucía o Cataluña
cuando les sobra agua y todo porque la gente no quiere poner un tubo
desde el pantano a su casa. Y mientras tanto aceptamos regasificadoras,
gaseoductos de hidrógeno de altísima presión de Algeciras a los
Pirineos, con un ramal a Lisboa y atravesando parques naturales. Pero es
lo que hemos decidido. El año que llueva tendremos agua y el año que no
llueva, no habrá nada.
«Hemos demonizado al agricultor y hemos subido a un pedestal al técnico de energías renovables»
Habla de que todos los alimentos salen del campo, todavía queda muy lejos la impresión de comida 3D o la síntesis de alimentos en laboratorios, aunque es la gran promesa con la que nos dicen que se acabará el hambre en el mundo. ¿Podemos confiar en ella?
Yo
creo que la sociedad tiene que estar abierta a cualquier tipo de
innovación. Cualquier innovación que mejore la cantidad y la calidad de
la comida, bienvenida sea. Ahora bien, lo que yo conozco que se está
haciendo ahora dista mucho de ser una cuestión asequible y sostenible.
Durante
la pandemia, descubrimos de golpe que trasladar la producción
industrial a Asia le cuesta muy caro a Europa. ¿Nos pasa lo mismo con la
alimentación?
Es lo que nos está pasando. En Europa
vamos encareciendo, restringiendo y limitando las producciones agrarias
propias, y por eso los agricultores han dicho «basta». Nosotros hemos
decidido que en el campo europeo es para pasear y que la comida es algo
molesto y que la produzcan otros por ahí y no miraremos mucho cómo lo
hacen. Esto es surrealista, pero es lo que está pasando y no creo que
cambiemos a corto plazo. Personalmente creo que se pueden hacer muchas
cosas con las nuevas técnicas de cultivo y se puede mejorar el medio
ambiente con más producción. Soy optimista y creo que hay campo para
rato. Estamos en un cambio de ciclo, como ya pasó con la energía; y
Europa, con un mundo en guerra, va a girar en algunas de sus políticas.
El problema es que va a costar mucho llegar a eso y antes se tiene que
poner el carro de la compra a 500 euros para que la gente empiece a
valorar tener producción en Europa.