No hay que practicar ningún método de adivinación para entender
que el número de peregrinos jacobeos va a descender este año.
Es muy necesario que se estudien, se informen, se exijan
y se practiquen estrategias de prevención, contención e intervención,
al menos en y para todos los establecimientos de concurrencia pública del Camino de Santiago.
Vamos a confiar en la ciencia y a ser positivos en la esperanza de que
todo lo que ahora ocurre no será más que una pesadilla invernal,
y que en primavera, como sucedió con la gripe aviar, haya remitido.
A los historiadores no nos complace hacer ejercicios de ciencia ficción, máxime cuando en el plano científico la información, dada la novedad de este virus procedente de China, no permite hacer grandes conjeturas. Por lo tanto, una respuesta rotunda a la pregunta del título no es posible, pero sí lo es hablar de los daños colaterales, que ya están en marcha, y de la prevención exigible, por el momento inexistente en el ámbito del Camino.
Si miramos al pasado constatamos que las grandes epidemias, ahora denominadas, acaso para suavizar la lectura, emergencias sanitarias globales, afectaron gravemente a la peregrinación. Un caso bien conocido es el de la peste negra, que también desembarcó en Europa desde China.
Está bastante bien estudiada la llegada de la muerte negra, como era conocida la peste bubónica, a España y Galicia. Penetró a través de las rutas comerciales y, de forma más rápida y directa, por los puertos. Se constata que en 1348 ya había desembarcado en Baiona y A Coruña, en el segundo caso a través de un navío procedente de Burdeos.
En julio, que es el mes de Santiago, de 1348, la peste ya causaba estragos en Compostela según la crónica del rey Alfonso XI. Esta prontitud ha propiciado un reciente estudio, publicado en Scientific Reports (2017) por dos investigadores del CSIC. Su hipótesis es que la pandemia no llegó a Galicia por mar, o al menos solo por mar, sino a través del Camino de Santiago terrestre.
La peste acabó, en el siglo XIV, con prácticamente la mitad de la población europea, y si por una parte contribuyó a desarrollar nuevas formas de piedad, resulta evidente que su impacto fue brutal en los desplazamientos, con muchas ciudades cerradas mientras duró el proceso, y desde luego en la aportación cuantitativa de peregrinos en los años posteriores. Los brotes de peste se fueron sucediendo en la Edad Moderna, con un ligero avance en las medidas de profilaxis que atenuó sus efectos en relación con el Medievo.
Ya en la época contemporánea fue igualmente devastador, y está por conocer su impacto en el flujo de peregrinos, el cólera morbo, también procedente de Asia y con episodios recurrentes a lo largo del siglo XIX; tan solo en España mató a 800.000 personas. De nuevo Galicia, ahora a través del puerto de Vigo, fue puerta para su penetración en España (1833). Se desarrollaron entonces cordones sanitarios para navíos y personas afectadas, lo mismo que acaba de ocurrir en Yokohama (Japón) con el crucero Diamond Princess, fondeado en su bahía, pero en aquel caso, al igual que ahora, con escaso éxito hasta que el italiano Filippo Pacini aisló el bacilo, siendo un catalán atento a los estudios de Pasteur y Koch, Jaume Ferrán i Cluá, quien elaboró la primera vacuna en 1884.
Pues bien, desde luego no ha sido nuestra intención alarmar, porque es evidente que los tiempos han cambiado, y que la ciencia ha evolucionado muchísimo desde el siglo XIX, y ya no digamos desde el siglo XIV, pero no cabe duda de que el turismo en general, no hay más que ver la cotización bursátil de las empresas del sector, va a sufrir mucho en 2020.
Más allá de la evolución de esta peste moderna del coronavirus, y de saber si será un problema sanitario estacional como la gripe, o más prolongado en el tiempo, el miedo se va instalando rápidamente. Es lógico que esto suceda en Asia, donde las medidas radicales de aislamiento aplicadas a millones de habitantes en China han tenido ya su réplica en Corea del Sur, que acaba de hacer lo propio en la ciudad de Daegu, de 2,5 millones de habitantes. Y lo que parecía algo lejano se ha tornado en una seria amenaza con la infección registrada en el Norte de Italia (regiones de Lombardía, Véneto y Piamonte). Pese a los avances científicos y tecnológicos, no queda más remedio que recurrir al viejo sistema de la cuarentena y el aislamiento, y a la reclusión en lazaretos, ahora de una dimensión gigante.
No hay que practicar ningún método de adivinación para entender que el número de peregrinos jacobeos procedentes de Asia va a descender este año notablemente, tanto los coreanos, que en 2019 supusieron el 2,37% del total (7º país emisor del extranjero), como los chinos, país emergente, donde sumados los continentales, hongkoneses y taiwaneses han alcanzado un 0,82%. La psicosis colectiva también ha llegado a Japón, otro 0,42% de la cesta, y a otros países asiáticos y del Pacífico como Filipinas o Australia. Pero al citar a Italia ya estamos hablando del núcleo duro, del país extranjero desde el que llegan más peregrinos, y es posible que esto no haya hecho más que comenzar, y que vuelvan a estar de actualidad las novelas de Thomas Mann o Albert Camus.
Ocultar o minusvalorar el problema para evitar males mayores puede ser contraproducente, recordemos en España los efectos de esta política en los casos de la colza, el Prestige o, ahora, el basurero de Zaldibar. Japón está haciendo algo similar para evitar la alarma social, y por supuesto para que los Juegos Olímpicos no acaben como el Mobile World Congress de Barcelona o la Semana de la Moda de Milán. Sin embargo, también es sumamente peligrosa la deriva apocalíptica, con propagación de bulos por las redes sociales que estigmatizan a los asiáticos, multiplican el precio de las mascarillas y vacían las estanterías de los supermercados. En estas circunstancias el miedo puede derivar en pánico, y éste en violencia.
En el caso de que la afección y expansión del coronavirus no remita pronto, la debacle está asegurada a nivel mundial y no solo para el Camino de Santiago, sino que el turismo y el comercio van a sufrir un serio revés, y por lo tanto la economía global. La gente postpondrá los viajes de placer por el miedo a las concentraciones, los aeropuertos, los aviones, el aumento del riesgo de contagio… Aunque si el mal no llega a la Península Ibérica ocurrirá lo mismo que en la pasada crisis económica: los nacionales dejarán de ir al extranjero y tendrán en el Camino una buena alternativa para viajar por su país.
¿Estaría el Camino de Santiago preparado para la peste moderna? Nos tememos que no, que la desolación sería inmensa para numerosos negocios, pueblos, comarcas. ¿Se ha tomado alguna medida preventiva? Pues hasta ahora hemos indagado y tan sólo una Asociación de Amigos del Camino, de un Camino Portugués a día de hoy lleno de coreanos, ha solicitado la elaboración de un protocolo para evitar los contagios, pero pensando solo en los peregrinos asiáticos, como si el virus hiciese distingos entre razas. Es evidente que si no nos tomamos en serio el problema, el Camino de Santiago podría volver a convertirse en un peligroso canal de transmisión, y su imagen podría quedar tocada por una larga temporada. Resulta por tanto exigible que de inmediato, tanto los responsables turísticos como los sanitarios, hagan un análisis de riesgo y elaboren un método para la detección y el control de la epidemia aplicable al Camino.
Sin caer en el alarmismo o el derrotismo, vamos a confiar en la ciencia y a ser positivos en la esperanza de que todo lo que ahora ocurre no será más que una pesadilla invernal, y que en primavera, como sucedió con la gripe aviar (2009-2010), habrá remitido y será solo un triste recuerdo. Ojalá que así suceda con la mediación de San Roque de Montpellier, nuestro santo peregrino abogado contra la peste.
*Antón Pombo: Periodista especializado en el Camino de Santiago e historiador
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