jueves, 18 de febrero de 2021

El seiscientos que quería ser un Lexus barato. La ganadería extensiva y de pastoreo produce alimentos sanos y de calidad.

Bárbara Palmero.  
Soy ganadera
y templo mi corazón
con prados y ovejas.
Soy ganadera,
y con caña vino y ron
me quito las penas.
Porque yo, soy ganadera.  

Bárbara Palmero  
Ganadera, escritora y alcaldesa de Prado, 

Sucedió en un curso sobre Bienestar Animal, pero podría haber sido en otro. Uno de esos infinitos cursos de obligada asistencia para agricultores y ganaderos, en el que después de completarlo se nos concede un diploma sin el cual nuestra existencia nunca sería la misma. Y es que la titulitis también afecta al mundo rural. No se es ganadero por llevar más de veinte años viviendo entre ovejas, qué va, el título oficial de ganadero se adquiere justo en el momento en el que se está en posesión de un bonito carnét que así lo acredita. 

Pues bien, en uno de estos cursos, con los que Europa nos enseña lo que ya sabíamos, al tiempo que nos descuenta dinerito de la PAC para concedérselo a otros más listos, y a cuento de una de las explicaciones ofrecidas por el veterinario que impartía las clases, uno de los allí presentes relató como anécdota que un empleado suyo de origen marroquí y credo musulmán era capaz de diferenciar a la perfección entre un plato de jamón de bellota y otro de cerdo de capa blanca, por muy haram que ambos sean. 

También sucedió hace ya bastantes años, durante la llamada Guerra del Jamón. Cuando el Gobierno de CyL, de la mano de cooperativas y sindicatos agrarios, perdónalos Dios mío porque no saben lo que hacen, apostó por equiparar el jamón de capa blanca de cerdos procedentes de la industria con el jamón de calidad de cerdos criados exclusivamente a montanera y en dehesa. Todos los productores patrios de jamón ibérico de bellota defendieron a cara de perro la calidad suprema de sus alimentos, así como los científicamente demostrados beneficios cardiosaludables de los mismos. Por lo que quienes nos gobiernan a todos los castellanos y leoneses perdieron juego, set y partido. 

Ha llovido poco desde entonces, pero al actual Gobierno autonómico sigue sin interesarle defender los alimentos de calidad procedentes de la ganadería extensiva y de pastoreo. Y es que en la CyL real, por oposición a la CyL de consejería y pandereta, hasta los musulmanes saben diferenciar el jamón ibérico de bellota del jamón de capa blanca. Del mismo modo que hasta el tonto del pueblo sabe de sobra que un Vega Sicilia no marida con un bocadillo de mortadela.
La ganadería extensiva y de pastoreo produce alimentos sanos y de calidad, mientras que la industria de lo barato produce lo que produce y por eso debería ir a otro ministerio. No somos legión, al contrario, cada vez quedamos menos, pero seguimos aquí, cientos de pequeños productores en modo tradicional. 

Agricultores, marineros, apicultores y ganaderos, orgullosos todos de nuestro buen saber hacer y de la excelente calidad de cada uno de nuestros productos. Así como de la enorme responsabilidad que supone el dar de comer a diario a millones de personas con alimentos sanos y de calidad, al tiempo que contribuimos a hacer del planeta un lugar habitable en el que poder seguir existiendo como especie.
Los alimentos sanos y de calidad procedentes de la ganadería extensiva y de pastoreo marcan la diferencia con respecto a la comida barata procedente de la industria. Porque los animales procedentes de la ganadería en extensivo y de pastoreo aprovechan los diferentes tipos de suelos, de estepa y montaña, boscosos, páramos y hasta eriales. Toman de la tierra y le devuelven a la tierra ya transformado lo que de ella han tomado. El quid pro quo de toda la vida.

Los animales procedentes de la ganadería en extensivo y de pastoreo se mueven libres como el sol cuando amanece, libres, libres como el mar, respirando aire fresco y aprovechándose de los benéficos rayos solares. Viven en perfecta simbiosis y armonía con el medio ambiente. Sin arrasarlo, como haría una plaga de langostas. Como hace la industria. 

Pero al final, la facultad para elegir recae en el consumidor, que es quien debe realizar un acto de voluntad y decidirse entre alimentos sanos y de calidad o comida industrial y barata. Verbigracia, pienso para humanos. Y que es quien debe calibrar si prefiere gastarse cincuenta euros en la cesta de la compra, y después doscientos euros en cosméticos, más noventa en el gimnasio, para que reparen las consecuencias de haberse gastado apenas cincuenta euros en la cesta de la compra. O si elige alimentarse al modo de las abuelas, que sólo necesitaban usar la crema Nivea de toda la vida, porque se alimentaban como Dios manda. Y al gimnasio no iban, ni aunque les pa
garan.

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