viernes, 8 de septiembre de 2023
Un verano tenaz: Los paisanos no tienen respuesta ante la nueva meteorología.
viernes, 21 de julio de 2023
La agricultura y la ganadería familiar se postulan como el mejor sistema para alimentar a la sociedad de forma sostenible.
Esta es una de las principales conclusiones del Anuario 2023 de la Agricultura y Ganadería Familiar, que edita la UPA junto a la Fundación de Estudios Rurales, y en la que colaboran más de una treintena de autores y autoras de carácter multidisciplinar. Obra que ha alcanzado, con esta, las 30 ediciones, pues comenzó a editarse en 1994.
Este año, la problemática del cambio climático y sus efectos más directos en el campo, como son la falta de lluvias y los fenómenos extremos e inesperados, ha marcado en gran medida los contenidos del Anuario y de la jornada de presentación, que ha tenido lugar en el Ateneo de Madrid, con la presencia de doscientas personas, entre agricultores, ganaderos, científicos y representantes de empresas, instituciones y administraciones públicas.
LA AGRICULTURA FAMILIAR ANTE EL CAMBIO CLIMÁTICO
La agricultura y ganadería familiar, según queda demostrado en los datos estadísticos que recoge el Anuario y en los artículos de análisis y opinión que aglutina, son el modelo que mejor puede abordar el reto de la sostenibilidad. Sostenibilidad medioambiental, social y económica, pues como aseguran desde UPA, “no puede existir una sin las otras”.
La agricultura y ganadería familiar es un modelo “sostenible por naturaleza”, pues se basa en el aprovechamiento de unos recursos heredados para legarlos a la siguiente generación, transmitiendo al tiempo un patrimonio natural y cultural que constituye la base de la historia y la vida de los pueblos.
Desde la Fundación de Estudios Rurales han explicado que el modelo familiar de producción de alimentos mira además al futuro, asumiendo en primera persona la modernización tecnológica y la digitalización, reconociendo el papel clave que juegan y jugarán en el presente y futuro de la producción de alimentos en un contexto de escasez de recursos y población creciente.
– El Anuario 2023 se puede descargar íntegro aquí
LOS MEJORES EJEMPLOS DE AGRICULTURA FAMILIAR PREMIADOS
También se han entregado los premios 2023 de la Fundación de Estudios Rurales, que desde el año 2000 premian a personas e instituciones ejemplares en su defensa del medio rural y de la agricultura familiar. En esta ocasión, los premiados ‘Orgullo Rural’ han sido los Servicios Técnicos de UPA, la emprendedora Lara Iglesia y la pareja formada por Daniel Pellejero y María Lina Hernando.
También los profesores Manuel Parras, José María García Álvarez-Coque y José Emilio Guerrero. Además del comunicador y emprendedor Ricardo Migueláñez y del Instituto Cervantes, representado por su director Luis García Montero. El premio especial ha recaído este año, a título póstumo, en el líder agrario leonés Matías Llorente.
viernes, 9 de junio de 2023
Rogativa al agua.
domingo, 14 de mayo de 2023
martes, 9 de mayo de 2023
Romería para bajar a la Virgen Ntra. Sra. de Ayago desde su ermita a Redecilla del Camino, 15 de Mayo.
Conjunto de los Montes de Ayago. |
Mapa Iberpix 4, IGN |
viernes, 5 de mayo de 2023
Se amplía la Declaración de Época de Peligro de Incendio en Castilla y León por RESOLUCION DE 4 DE MAYO. ¡Cuidemos!
jueves, 4 de mayo de 2023
“La mayor causa de desertificación es el mal uso del suelo y del agua, no la sequía”, Fernando T. Maestre.
Laboratorio de Ecología de Zonas Áridas y Cambio Global de la Univ. de Alicante,
señala que “no es realista”, seguir prometiendo agua y asegura
que es necesario reducir los regadíos
El investigador alicantino Fernando T. Maestre (Sax, 46 años) es uno de los mayores especialistas del mundo en la ecología de las zonas áridas. Dirige el Laboratorio de Ecología de Zonas Áridas y Cambio Global en la Universidad de Alicante y es una de las principales atalayas científicas desde las que se estudia el avance de la desertificación en España.
Maestre se encuentra entre el 1% de autores científicos más citados del mundo, y desde esa posición, se moja respecto a unas políticas del agua que considera irreales e irresponsables en medio de la crisis climática. El investigador afirma que la mayor causa de la desertificación en nuestro país no es el calentamiento global ni la sequía, sino “el mal uso del suelo y del agua”. Aunque espera que la actual escasez de lluvias suponga un cambio de mentalidad sobre la falta de este recurso tan preciado, reconoce que “lamentablemente, no hemos aprendido mucho de las sequías que hemos sufrido en épocas anteriores”.
No es una exageración del todo, en el sentido de que cada vez tenemos un clima más árido en la península Ibérica, caracterizado por temperaturas más elevadas, una mayor evapotranspiración y una menor disponibilidad de agua debido al aumento de temperatura asociado al cambio climático. Y nos estamos acercando a condiciones climáticas cada vez más similares a las que tenemos en muchas zonas desérticas del planeta. De la noche a la mañana no vamos a tener paisajes llenos de dunas, pero durante las próximas décadas nuestro clima, y por tanto nuestros paisajes, sobre todo en la mitad sur de la península, se van a ir pareciendo más cada vez a los que tenemos en zonas más desérticas.
Está afectando de una forma muy negativa, está amplificando las consecuencias de otras actividades humanas y reduciendo la cantidad de agua disponible en nuestros ecosistemas, disminuyendo la recarga de acuíferos y el caudal de los ríos y está amplificando actuaciones como el uso que hacemos del agua, sobre todo de las masas subterráneas.
Las consecuencias las estamos viendo a día de hoy, por ejemplo con la desecación de Doñana o las Tablas de Daimiel, que por desgracia llevan muchos años en la UCI. Pero quien habla de Doñana o Daimiel, que son casos emblemáticos, habla de otros muchos ecosistemas, sobre todo acuáticos, que son los más sensibles a la bajada en los niveles de los acuíferos y la disminución de los caudales de las aguas superficiales. Pero está afectando a todo tipo de ecosistemas, como muchas zonas forestales que están experimentando una mortalidad masiva de árboles porque no pueden soportar la falta de agua, y también a muchas especies animales.
La desertificación es un fenómeno causado por dos factores fundamentales, los cambios en el clima y la acción humana. Y en el caso de España, el principal agente desertificador somos nosotros. Se alude mucho al cambio climático, y a la sequía, y obviamente son factores que no ayudan, pues hacen que nuestros ecosistemas semiáridos y secos subhúmedos sean más propensos a sufrir más degradación y por ende desertificación, pero el principal agente desertificador en España somos nosotros, por el mal uso del suelo y del agua.
Lo estamos salinizando, lo erosionamos, lo cementamos... Básicamente, lo maltratamos. Según las estadísticas oficiales del Inventario Nacional de Suelos, estamos hablando de que en el conjunto de España, al año, más de 500 millones de toneladas de suelo se pierden por erosión, pese a que es lo que nos da de comer. Es un problema que ocurre sobre todo cuando el suelo está desprovisto de vegetación. Las raíces de la vegetación y la hojarasca permiten que el suelo se mantenga donde está. Cuando desaparece la vegetación, el suelo queda expuesto a la acción erosiva del agua y el viento. Los datos apuntan a que más de un tercio de la superficie española soporta erosiones que se califican como graves o muy graves. En nueve comunidades autónomas, el promedio de pérdida anual de suelo está por encima de lo que se considera tolerable.
Es una falacia por dos motivos. Primero porque el regadío es un agente de desertificación fundamental al sobreexplotar el agua, sobre todo los acuíferos. Un aspecto clave para que nuestros ecosistemas puedan albergar vida es el agua que los sustenta. Y esa agua, en muchos ecosistemas, está fuertemente determinada por los aportes de los acuíferos, que son los que estamos sobreexplotando y agotando con la agricultura intensiva.
Además, se alude a que los cultivos disminuyen la erosión del suelo, por la vegetación que mantienen, cuando lo que ocurre es todo lo contrario. Las técnicas de cultivo tradicionales, de laboreo o de eliminación de la vegetación natural, aumentan mucho la erosión del suelo en comparación con los ecosistemas naturales. La agricultura no solo no frena la desertificación, sino que la incrementa.
El regadío es un agente de desertificación fundamental al sobreexplotar el agua, sobre todo los acuíferos
Sí, lo que tenemos que ir planteando es reducir el regadío, empezando sobre todo y fundamentalmente por el regadío ilegal. Se desconoce la extensión del regadío ilegal, pero como podemos ver en la zona de Doñana, en Daimiel, en el Mar Menor, pero también en otras zonas como la Axarquía en Málaga, estamos hablando de miles y miles de hectáreas de regadíos ilegales, que son las primeras que habría que clausurar. Lo que está claro es que ya no puede plantearse un aumento del regadío, sencillamente porque no va a haber agua para poder regarlo todo, y si queremos racionalizar el uso del agua y salvaguardar nuestros recursos hídricos con el escenario de cambio climático que tenemos para el futuro hay que limitar y reducir el regadío, no nos queda otra.
Es importante aumentar la eficiencia. Si estás regando a manta y lo pasas a riego por goteo, ahorras mucha agua. Pero ahora bien, lo que ocurre en la práctica es que ese ahorro de agua no se traduce en un ahorro real, porque los regantes tienen concesiones de agua. Si al mejorar la eficiencia del regadío ahorran agua, lo que suelen hacer es poner más superficie en cultivo, por lo que al final ese ahorro es cero. No solo no se ahorra agua, sino que aumenta la superficie regada, aumenta la demanda a futuro.
Con el regadío se da un ejemplo clarísimo de lo que se llama paradoja de Jevons, que es que cuanto más eficientes somos en el uso de un recurso, más usamos ese recurso. A la vista está que el regadío no para de crecer en nuestro país, y que el consumo de agua por parte del regadío sigue aumentando pese a las inversiones millonarias que se hacen cada año en mejora de regadíos. Si realmente estas inversiones fuesen efectivas, veríamos una disminución continuada del uso del agua en el regadío conforme mejora la eficiencia, lo cual no es el caso. La evidencia y la realidad nos dice que si aumentamos la eficiencia, acabamos usando más agua.
Es imperativo reducir el desperdicio alimentario. Una parte de la cosecha se tira antes de ser comercializada porque no puede venderse, lo que ocurre frecuentemente cuando el mercado está saturado debido a un exceso de producción. En estos casos, los precios son tan bajos que no compensa cosechar la fruta y verdura. Si tomamos datos oficiales del Ministerio de Agricultura, en España no se han comercializado casi 64 millones de kilos de fruta y verdura aptos para el consumo entre diciembre de 2021 y diciembre de 2022. Y estas son cifras oficiales que los agricultores registran para cobrar subvenciones de la PAC, la cantidad real de fruta y verdura que se tira o no se recoge es mucho mayor.
La evidencia y la realidad nos dice que si aumentamos la eficiencia, acabamos usando más agua.
Es algo que tenemos que hacer, y es algo que tenemos que hacer a múltiples niveles. Habrá que buscar cultivos que sean más resistentes a la sequía, y que puedan permitir cierta productividad en condiciones climáticas más secas que las que tenemos a día de hoy. Estoy pensando en cultivos como el algarrobo, que es un árbol que está muy bien adaptado a las condiciones de nuestros entornos semiáridos. Se está haciendo mucha investigación muy buena en nuestro país, y hay mucha que queda por hacer, para obtener variedades más resistentes a la sequía para determinados cultivos, variedades mejor adaptadas a las condiciones climáticas que vamos a tener en el futuro. Claramente tenemos que ir adaptando la agricultura de secano, porque con un clima más árido y más impredecible, será cada vez más difícil llevarla a cabo tal y como la veníamos realizando hasta ahora. Una vez el territorio se ha degradado, ¿hay algo que hacer para revertir el avance de la desertificación?Es posible, no es sencillo pero es posible. Lo primero que hay que hacer es gestionar mejor el agua, ahorrar agua, intentar que se vayan recuperando poco a poco nuestras masas de agua subterráneas, no seguir sobreexplotándolas y contaminándolas. Esa es la norma número uno. Luego tenemos que ir recuperando el suelo, por ejemplo, incorporando los restos de las cosechas al suelo, que en muchos sitios a día de hoy se queman. Así mejoramos su contenido en materia orgánica, mejoramos su capacidad de infiltración de modo que, cuando llueva, ese suelo sea capaz de infiltrar mejor el agua y retenerla durante más tiempo.
Si eso lo combinamos con técnicas de no laboreo en los cultivos, dejar la vegetación natural, esta vegetación también va a ir incrementando los niveles de carbono en el suelo, va a prevenir la erosión, y cuando lleguen lluvias torrenciales ese suelo estará mejor sujetado y se perderá menos. Todos estos cambios en los sistemas agrícolas los podemos combinar también con campañas de revegetación, con especies adaptadas a las condiciones climáticas más secas.
Las especies arbóreas se pueden utilizar en aquellos lugares en los que las condiciones climáticas futuras permitirán el mantenimiento de estos árboles, pero en otras muchas zonas esto ya no va a ocurrir. Hay que empezar a utilizar de manera más frecuente otras especies vegetales mejor adaptadas a las condiciones de sequía, especies herbáceas y arbustivas. También, aunque este tipo de investigación todavía está en pañales, para la restauración y recuperación de suelos degradados podemos utilizar otros organismos como las cianobacterias que forman parte de la costra biológica.
¿Qué es la costra biológica?
Es un conjunto de organismos que viven en la superficie del suelo, son muy importantes a nivel global y en nuestro país ocupan una gran superficie dentro de los ecosistemas áridos y semiáridos, los que no están degradados, porque estos organismos son muy sensibles al pisoteo y la perturbación del suelo. Suelen ocupar buena parte de la superficie que no está ocupada por las plantas vasculares, son agrupaciones de musgos, de líquenes, de cianobacterias, y de una comunidad microbiana asociada que juega un papel ecológico muy importante.
Estos organismos por una parte fijan carbono, contribuyen a aumentar los contenidos de materia orgánica del suelo y a reducir CO2 de la atmósfera, también los hay capaces de fijar nitrógeno, y algunos, como las cianobacterias, secretan sustancias, se denominan exopolisacáridos, que fijan las partículas de suelo. Son como una especie de pegamento que aumenta la estabilidad del suelo y reduce su erosión. Debido a estas características, y a que son organismos que son capaces de vivir sin precipitación, solo con la humedad ambiental, son muy resistentes a la sequía, y se están empezando a utilizar en muchas zonas áridas del planeta para recuperar suelos degradados. Aquí en España hay investigación al respecto, como la del grupo de Yolanda Cantón en la Universidad de Almería, y hay pruebas piloto muy prometedoras para utilizar estos organismos, estas comunidades biológicas, en la lucha contra la desertificación.
Quiero ser siempre optimista, obviamente la sequía es una característica cíclica de nuestros climas, y si echamos la vista atrás, lamentablemente no hemos aprendido mucho de las sequías que hemos sufrido en épocas anteriores, si bien es cierto. Una característica que distingue a esta sequía de otras que hemos sufrido en el pasado, es que está acompañada de unas temperaturas a las que no estamos habituados, como tener 30 y pico grados en abril. Quiero pensar que esta sequía va a cambiar nuestra mentalidad, que vamos a ser conscientes que el agua es un recurso muy escaso y que lo hemos estado despilfarrando en muchas ocasiones. Quiero pensar que tanto las administraciones cómo los ciudadanos van a ser más conscientes de la necesidad de plantearnos de una vez por todas un uso más racional de nuestros recursos hídricos, y que empecemos a relacionarnos con el agua y con los ecosistemas naturales de una manera diferente a como lo hemos estado haciendo hasta ahora.
lunes, 1 de mayo de 2023
Rogativa a la Virgen Ntra. Sra. de Ayago, día 6 de mayo 2023.
Cuadro que recoge algunos de los prodigios que se atribuyen a Ntra. Sra. de Ayago. |
Repasamos ahora la documentación que recoge los "éxitos" o milagros conseguidos rogando a la Vrigen Ntra. Sra. de Ayago en lo referente a la sequía...: “Lo acontecido en el año de 1740 es un irrefragable testimonio de esta verdad”: una sequía, pertinaz, asola la comarca. “Perdidos los campos, muertos los ganados”, los pueblos de Villarta-Quintana, Quintanar y Bascuñana junto con el de Redecilla suben al santuario a implorar remedio a la Virgen de Ayago.
miércoles, 12 de abril de 2023
El 40% de las explotaciones agrícolas han desaparecido en 15 años: El ocaso del campo europeo.
“Es un drama. Es una reconversión brutal que ha traído otro modelo de producción, el de sustituir pequeñas explotaciones por otras más industrializadas, que se hacen con más producción y con más tierras”. El responsable de la cadena y de mercados de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG), Andoni García, califica de drama el proceso, en toda Europa, hacia un menor número de explotaciones agrarias.
Así lo ha constatado Eurostat, la agencia estadística de la Unión Europea (UE) que acaba de publicar datos sobre la evolución del número de granjas, agrícolas y ganaderas, a lo ancho del territorio europeo.
La conclusión es clara. En los 15 años comprendidos entre 2005 y 2020, el año de la pandemia, desaparecieron casi 4 de cada 10 explotaciones. En concreto, un 37%.
En el siguiente gráfico se puede comprobar cómo en el año que impactó el coronavirus había 9 millones de explotaciones agrícolas en el conjunto de la UE, según los censos que publica Eurostat. En cambio, 15 años antes, se superaban los 14 millones.
Este cambio de modelo de producción agrícola y ganadera lleva al responsable de COAG a hablar de una “Europa vaciada” que constituye un “problema para toda la sociedad”. “Se han sustituido las pequeñas explotaciones, familiares y tradicionales, por otras más industriales, más intensivas y más ligadas a la especulación”, que colocan el “negocio por encima de la vida rural”, argumenta Andoni García.
Desde la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA), también se constata ese cambio de modelo. “Es una realidad que acontece en toda Europa desde hace años”, apunta su portavoz, Diego Juste. “La estructura de costes de las explotaciones y el hecho de que los precios pagados a los agricultores lleven tantos años siendo tan bajos, presionados por el resto de la cadena alimentaria, ha hecho que las explotaciones hayan tenido que dimensionarse”, asume.
“Al final, las industrias y la distribución presionan para que haya explotaciones cada vez más grandes y controlables”, ahonda el portavoz de UPA, que apunta también a otros factores, como la progresiva “mecanización”, que conlleva que el nivel de gasto a veces no sea afrontable para las pequeñas explotaciones, y también el “progresivo despoblamiento” del territorio rural.
España no es una excepción. Según los datos del Censo Agrario publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), en nuestro país los macro cultivos (las explotaciones de más de 100 hectáreas) han aumentado en los últimos veinte años, pasando de suponer el 54% de toda la tierra agrícola al 58%. El resto de cultivos de tamaños inferiores, en cambio, han ido perdiendo terreno.
Las diferentes situaciones en Europa
Las estadísticas señalan que, si bien la realidad de un menor tejido de explotaciones se da en toda la Unión Europea, no ha afectado igual a todos los países.
Como se ve en el siguiente gráfico, en España ha impactado, pero menos que en otros socios comunitarios. Aquí la caída de explotaciones agrícolas en esos 15 años se ha situado en el 14,5%, menos de la mitad de la media europea.
En España el recorte es mayor que en Portugal, que ha perdido el 10% de su tejido de explotaciones agrícolas y ganaderas, pero está lejos del 30% que han superado tanto Francia como Italia.
Más evidente es el cambio en gran parte de Europa del Este. En Polonia, por ejemplo, el número de explotaciones se redujo más de un 47% entre 2005 y 2020. Porcentaje que se dispara por encima del 67% y del 74% cuando se analizan las cifras de Hungría y Bulgaria, respectivamente.
En estos mercados, explica Andoni García, se trata de la desaparición de explotaciones pequeñas y medianas. “Es un proceso que no para”, se lamenta.
El cambio de modelo en España
A lo largo de estos años, las explotaciones han disminuido en todo el territorio español, con una excepción: Andalucía. Según los datos que publica el organismo estadístico europeo, en 2020 esta comunidad autónoma alcanzaba las 267.700 granjas agrícolas y ganaderas, un 4,4% más que en 2005. Sin embargo, como se ve en el siguiente mapa, es un caso único en la distribución regional.
En las regiones del Cantábrico, la evolución ha sido muy diferente, con retrocesos que van del 48% de Euskadi y Asturias al 38% de Cantabria. En Galicia, la caída en el número de explotaciones es del 17,8%. En cambio, en la Comunitat Valenciana y Murcia, la disminución del número de granjas de este tipo roza el 30% y en Canarias e Illes Balears es más del 26%.
En el norte de España, uno de los motivos de esta transformación del campo es el progresivo desmantelamiento del tejido ganadero. “Desde 2008 se han perdido el 50% de las explotaciones de leche. Es vaciar a los pueblo de vida”, argumenta Andoni García.
Los datos publicados por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación constatan que, en siete años, España ha perdido más de 9.000 ganaderos dedicados a la producción de leche. Son los que transcurren entre 2015, el año en el que desaparecieron las cuotas lácteas, y 2022. En ese lapso de tiempo, se ha pasado de 20.000 ganaderos dedicados a la producción láctea a poco más de 10.000, según los datos al final del último ejercicio.
En el terreno agrícola, la producción en España también tiende a la concentración. Como se analizó en esta información, la superficie destinada en España al uso agrícola prácticamente no ha variado en la última década.
En total, cerca de 24 millones de hectáreas dedicadas a producir todo tipo de cultivos: frutales, viñedos, olivares o pastos, que se han mantenido estables en extensión. En cambio, de nuevo, se percibe una caída del 9% en el número de explotaciones dedicadas a la agricultura entre 2009 y 2020, según los citados datos del Censo Agrario del INE.
El impacto de la Política Agraria Común
Las distintas fuentes consultadas sitúan la presión de la industria y la distribución, por mejorar las cifras de producción y su coste, como uno de los factores que están impulsando la transformación del campo. También, la política económica ligada al sector primario y la regulación del comercio internacional. Sobre todo, la desregulación.
“La Unión Europea y las políticas que se aplican están basadas en la liberalización, en los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio (OMC), los acuerdos con Mercosur. Estos traen una bajada de precios para los agricultores, que luego no ven los consumidores”, señala el responsable de COAG. “Se están favoreciendo las importaciones y eso tiene un impacto en los precios y en la destrucción de explotaciones locales. ¿Qué sentido tiene traer producciones de la otra parte del planeta cuando no se necesita, porque se puede hacer aquí? Lo hemos visto con la miel”, en referencia a la crisis que vive el sector apicultor por las importaciones que llegan de mercados como el chino que, en muchas ocasiones, no se reflejan en las etiquetas de los productos que llegan al supermercado.
En el trasfondo, la Política Agraria Común (PAC). Actualmente, esta política está en transformación, porque trata de ligar la producción a un modelo más basado en la sostenibilidad. Está previsto que, entre 2023 y 2027, España reciba más de 47.700 millones de euros de la PAC. Es el tercer país receptor, solo por detrás de Francia y Alemania. Según los cálculos del Ministerio de Agricultura, estos fondos suponen el 20% de los ingresos agrarios del sector.
La PAC está transformándose y, aunque ha disminuido ligeramente su presupuesto en las últimas décadas, no parece estar vinculada a la caída en el número de explotaciones que reflejan los datos de Eurostat.
En el marco financiero que marcó Bruselas para el periodo 2007-2013, los fondos para el presupuesto agrícola y rural, el medio ambiente y la pesca alcanzaron los 413.000 millones de euros. Para el siguiente periodo, 2014-2020, se situaron en 408.313 millones. Y para el que está en curso, hasta 2027, esta suma se ha rebajado hasta los 386.603 millones de euros.
Una financiación que, según las organizaciones agrarias, en España debería tener un foco en la búsqueda de nuevos agricultores y ganaderos, pero para hacer que el campo sea rentable sin la necesidad de ese tipo de ayudas. “El reto es que la producción no deje de ser familiar, que esté vinculada al territorio, que haya diferentes generaciones y se pueda encontrar un relevo generacional”, concluye el portavoz de UPA.
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