He caminado por los campos, me he encontrado con muchos robles secos,
con sus brazos extendidos, con sus hojas por los suelos, esqueletos que apuntan a los cielos,
pidiendo clemencia a los dioses de los muertos.
Un grupo de alcaldes de la Ribera del Tormes se han reunido,
buscando alternativas a la actual situación.
He visto encinas que, a pesar de sus luengas raíces, no han podido encontrar agua que pudiera saciar su sed. He caminado entre alisos y chopos que han perdido sus verdores, cubriendo las veredas de alfombras de hojarasca, dejándose vencer por la sequía y calores de este verano tenaz. El Tormes, sobre sus lágrimas camina, sin poder regar los campos, sin poder ser eficaz a esta Ribera que adora.
Los paisanos no tienen respuesta ante la nueva meteorología, ante el árbol que pierde sus frutos antes de la maduración. Se desmorona al enfrentarse a un nuevo ciclo en el que no se podrán sembrar judías. Se le vienen los ánimos abajo, al ver a los regajos que pierden sus yerbas y aparecen las arenas. Maldicen a los dioses al ver sus pueblos vacíos, abocados a una nueva emigración.
Desde hace años, gran parte de la población campesina consideraba a los ecologistas como enemigos, porque les decían que no debían cortar árboles, que había que hacer una mejor utilización del agua, que no usaran insecticidas agresivos, ni echaran veneno a los campos.
Actualmente, los campesinos y ganaderos están perplejos, el cambio climático en que están inmersos les está llevando a descubrir que los ecologistas tenían razón, aunque hay algunos que se dejan seducir por los negacionistas que, apoyándose en el pesimismo, desconfianza e insolidaridad ancestral, piensan que todo el mundo está contra ellos, que utilizan aviones que rompen las nubes e impiden las lluvias, al tiempo que expanden gases que provocan plagas y epidemias.
A pesar de estas ideas negacionistas y anticientíficas, la naturaleza cada día nos enseña sus leyes, nos muestran sus heridas y sus respuestas.
Para encontrar soluciones, un grupo de alcaldes de la Ribera del Tormes se han reunido, buscando alternativas a la actual situación. Una de sus propuestas es impedir que, durante los meses de invierno y primavera, parte de las aguas de las gargantas no lleguen al Tormes, sino que se distribuyan por las laderas de la sierra, con el fin de alimentar los acuíferos, para que, en forma de vasos comunicantes, encuentren las aguas su salida en las fuentes y, desde ellas, terminar en el Tormes durante los meses veraniegos.
Esto, aunque no es una solución al problema, demuestra un cambio de conciencia, al considerar que el agua es un bien escaso. Esto puede ser un grano de arena, aportado con muy buena intención, aunque no es la solución al problema por sí mismo.
La nueva realidad medioambiental afecta de igual manera al mundo rural y al de las grandes ciudades, es más, nos muestra un mundo inquietante, en el que la población rural seguirá descendiendo y las grandes ciudades aumentarán su tamaño y sus problemas.
Hemos comenzado una nueva era que nos llama a otra forma de vivir, a huir del consumismo, a construir la armonía con la "Pacha Mama". No es posible mantener este ciclón de crecimiento hasta el infinito.
Es la hora de exigir a los poderes públicos un mejor reparto de la riqueza, unos mejores servicios 100% públicos, una planificación y control del consumo, que pueda llegar a los más vulnerables.
Llegado a este punto, es necesario que cada cual aporte los granos de arena que sus fuerzas le permitan, conjugando derechos y deberes.
Ante el comienzo de esta nueva legislatura, es lamentable escuchar a unos, el propósito de querer "aumentar las zonas de regadío", a otros, "aumentar las privatizaciones" y a nadie que se atreva a plantear medidas de " decrecimiento."
Tendremos que olvidarnos del sillón y de la caja tonta, y acudir a las movilizaciones del "Otoño Caliente", a que nos llama COESPE, junto a todo el movimiento de pensionistas y otras asociaciones y sindicatos.
Rufino Hernandeze
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