Este siglo XXI, que
tan pocos años nos ha permitido ver todavía, nos ha traído también una
serie de convicciones que están arraigando de forma profunda, no solo en
algunas estudiosas élites intelectuales, sino en vastos sectores
populares, extendidos por toda la variada geografía de nuestro planeta.
Así, ya son muy pocos los que consideran que el crecimiento ilimitado, y
el sistema de producción y consumo, es compatible con la sostenibilidad
del medio ambiente y con una calidad de vida extensible a toda la
Humanidad. Y por otro lado, también son cada vez menos los que creen que
un modelo capitalista, basado en el ciego y desenfrenado afán de lucro
particular, sea el modelo idóneo para un reparto equitativo de los
bienes y de los recursos.
Aportando munición intelectual para
estas sugerentes reflexiones, quiero compartir con los seguidores de “La
Tenada del Común”, las interesantes y provocadoras opiniones del
ensayista norteamericano Jeremy Rifkin, cuyos conocimientos de economía y
sociología, le llevaron a publicar en 1995 el interesantísimo “El fin
del trabajo” y que recientemente ha llevado a las librerías el polémico
“La Sociedad de Coste Marginal Cero”, que -según sus editores- le
confirma como un visionario, que intuye que con la aparición de una
nueva y extraordinaria infraestructura tecnológica –el Internet de las
cosas– tendremos una herramienta, asequible a todos, con el potencial de
reducir a casi cero los costes marginales de grandes segmentos de la
vida económica en los próximos años.
Rifkin entra de lleno en la denominada
“economía colaborativa” o “consumo colaborativo”, sistema económico en
el que se comparten y se intercambian bienes y servicios a través de
plataformas digitales. Se refiere por tanto al impacto de las nuevas
tecnologías en la manera tradicional de compartir, intercambiar,
prestar, alquilar y regalar. Así, el movimiento del consumo colaborativo
supone un cambio cultural y económico en los hábitos de consumo marcado
por la migración de un escenario de consumismo individualizado hacia
nuevos modelos potenciados por los medios sociales y las plataformas de
tipo “red entre iguales”. En los servicios de consumo colaborativo, las
barreras de desconfianza se ven minimizadas gracias al uso de perfiles
de usuarios con valoraciones y referencias añadidas por otros usuarios,
lo que da origen a nuevas maneras de relacionarse, intercambiar, y
monetarizar habilidades y/o bienes económicos, lo que era impensable
hace unos años.
Según Rifkin, que es un utópico confeso,
este descenso de los costes marginales está dando lugar a una economía
mixta –en parte mercado capitalista y en parte procomún colaborativo–
que tiene repercusiones de gran alcance para la sociedad y que a lo
largo del siglo XXI, ambos modelos terminarán compitiendo entre sí en
una lucha que “será prolongada y muy reñida”, ya que la economía del
compartir acabará arrebatando grandes espacios sociales y de consumo al
capitalismo tradicional.
Rifkin nos avisa de que hasta ahora sólo
hemos visto una pequeña parte del procomún colaborativo, visualizada a
través de Google, Facebook o Twitter, compartiendo música, coche,
informaciones, videos o vivienda, pero esa tendencia irá a más, porque
estamos dejando de ser productores o consumidores para convertirnos en
“prosumidores”, personas que producen y consumen al mismo tiempo, y cada
vez lo hacemos con menor coste.
Esa sociedad de coste marginal cero (el
incremento del coste total que supone la producción adicional de una
unidad de un determinado bien) está devastando sólidas industrias del
siglo XX como periódicos, discográficas o editoriales, ya que cientos de
millones de personas no necesitan pasar por ellos. La industria, afirma
Rifkin, pensaba que su carta más poderosa era el control del paso del
mundo virtual al físico, pero internet ha puenteado esa barrera, y en
poco tiempo veremos cómo cientos de millones de personas producirán su
propia energía a través de las renovables y cómo con esa energía podrán
imprimir sus productos en sus impresoras 3D, que se abaratarán de forma
imparable.
Rifkin imagina un futuro lleno de gente
compartiendo sus conocimientos, que tiene instrumentos a mano para
llevar sus ideas a cabo y en la que pequeños productores cooperarán de
continuo. Para él, se trata de personas que se rechazan a ponerse
límites, en cualquiera de sus formas, y que establecen una cultura
transparente no jerárquica y colaborativa, democrática, participativa,
plural, común.
Pero Rifkin va más allá, y no solo
percibe un cambio de modelo de producción y consumo, también modifica
radicalmente el funcionamiento de la economía, y de lo que es tan
importante en un país como España con un 25% de paro, modifica el
empleo. Así, el cambio de paradigma que nos presenta, ocurre cuando hay
nuevas tecnologías de la comunicación, nuevas fuentes de energía y
nuevas formas de transporte. El teléfono, el petróleo y los coches son
algo del siglo XX. El presente ya está en internet, las energías
renovables y el GPS. Según Rifkin, “la tarea hoy es construir las
infraestructuras para esa nueva economía y, si España tomase esa tarea
como suya, podría crear empleo para veinte años en toda clase de
trabajos, desde los poco formados hasta los muy cualificados. Para eso
tendría que moverse desde la economía fósil del siglo XX a la energía
renovable del XXI”. Además, el modelo económico de Rifkin, contribuye a
resolver uno de los grandes problemas de la Humanidad, el grave impacto
sobre el medio ambiente de nuestro modelo productivo, la generación de
residuos, las emisiones de gases de efecto invernadero, el calentamiento
global y el cambio climático. La sociedad de coste marginal reducirá el
uso de los recursos naturales, compartirá coches, viviendas, ropa, etc…
y dejaremos de ser propietarios para ser usuarios compartidos.
¿Y sabéis cómo llama Rifkin a los
miembros de esa nueva sociedad de consumidores y productores
colaborativos?: “los nuevos comuneros”. Padilla, Bravo y Maldonado
estarán satisfechos, perdieron una guerra y perdieron la vida, pero sus
ideales están triunfando cada vez más en la sociedad.