El estudio toma como referencia comunidades del mundo rural
de León, Ávila y Valladolid y no es su fin principal ofrecer una
descripción numérica ni estadística. En este contexto,
se alude a un fenómeno común de jubilados que al finalizar su etapa
laboral en las grandes ciudades inician el camino de vuelta al pueblo
del que salieron en su juventud. «Es un fenómeno constatable y
hasta lógico; hemos hecho numerosas entrevistas y la respuesta que nos
daban a por qué volvían era la misma: 'Me preguntaba qué hacía yo allí
(en Madrid, Barcelona o Bilbao en muchos casos) si ya no tenía que
trabajar'».
A la hora de apostar por el retorno, esa idea –según los
autores del estudio– suele verse reforzada por el hecho de que la vida
resulta más barata en el medio rural, con posibilidades de disfrute
añadidas que una gran ciudad difícilmente ofrece, por ejemplo, si se
quiere disponer de un huerto. «Pero hay una razón última –abunda Díaz
Viana–, y es la de la comunidad en cierto modo ideal e invisible, que es
una comunidad de vivos y ausentes. Y en estos últimos están los
fallecidos pero también los que no están pero pueden volver en un
momento dado. Mucha gente nos responde eso, que vuelven porque dónde
mejor que al sitio en el que pueden ser enterrados con los suyos». Se
trata, en su opinión, de una razón cultural que es preciso tomar en
consideración. Tanto, estima, como el hecho de que cuando los emigrantes
marcharon a la gran ciudad subyacían motivaciones vitales de tanto peso
como las económicas. «Hemos encontrado testimonios interesantes de
gente que reconoce que cuando algunos decían 'Vámonos a Alemania' iban a
la casa del pueblo donde se apuntaban y lo comentaban con esa
banalidad. Por supuesto que primaba la razón económica, el afán de
mejorar, pero no solo eso: yéndose tenían más posibilidades de encontrar
un trabajo pero también una pareja. Este argumento a veces se desdeña y
contribuye a que las políticas de rejuvenecimiento del campo fracasen,
pues hay mucho que cambiar en la percepción del mundo del campo para que
los jóvenes no vean que se les cierran posibilidades».
En
el estudio que se publicará dentro del catálogo del Instituto de
Estudios Europeos de la Universidad de Valladolid, se reseña que quienes
retornan poseen una gran capacidad de atracción, de arrastre que hay
que hacer fructificar. «Esa gente es un motivo para que puedan
volver hijos y nietos siempre que encontraran condiciones favorables
para ello; hay casos donde es más fácil, con gente que tiene casa en la
ciudad y en el pueblo, y lo bueno de esos regresos es que se mantienen
las viviendas, se reconstruyen, se ponen en funcionamiento locales, las
fiestas patronales se reactivan e incluso se reinventa alguna... en
definitiva, hay vida, pues en no pocas ocasiones esos retornados con
experiencia de haber vivido fuera crean asociaciones y aportan ideas
nuevas con relación a los recursos que ya existían en el campo, abren
negocios, en algunos casos casas rurales o vinculados a la
agroalimentación».
La investigación coordinada por Luis Díaz Viana desmonta
tópicos
.- como que el contingente de retornados esté formado en exclusiva
por ancianos
.- o que el progreso está en las ciudades y por tanto hay que
dejar morir los pueblos
.- o que el mantenimiento de los pueblos es más costo.
«El futuro está más en repensar las relaciones
entre el campo y la ciudad, de modo que el mundo rural no sea el patio
de atrás de las urbes y se pueda habitar en él sin sentirse en
desventaja».
El rol activo de las mujeres
Otro de los aspectos al que apunta el análisis es el papel
de la mujer en el regreso al pueblo, reticente al principio por una
razón cultural relativa a su rol:
«Piensan, y no les falta razón, que al volver al mundo rural tendrán
más limitaciones que en el lugar donde vivían, donde trabajaban, salían,
se relacionaban y tenían sus círculos de amistades; se lo piensan más,
pero una vez que dan el paso suelen ser más activas que los hombres en esa reincorporación, y con más iniciativa a la hora de buscar recursos o poner en marcha negocios».
La percepción del valor del tiempo es uno de los elementos
más apreciados por quienes regresan. «Estamos viviendo un cambio de
era. Por efecto de las innovaciones tecnológicas hemos perdido la
consciencia del tiempo, que casi no existe porque vivimos en la
inmediatez; hay como un desnortamiento de tiempo, de lugar y de memoria
que la gente que vuelve piensa que recupera o puede recuperar».
En definitiva, dice Díaz Viana, «es una bendición poder
anclarse a una realidad y de nuevo poder decir que vives en un lugar en
el que conoces a los que te precedieron, que había gente allí con una
historia antes de tí de la que eres consciente, una memoria que une el
tiempo con el espacio. Hay gente que te puede contar de dónde venimos,
qué somos y hemos sido y todo esto ha hecho quiebra en el mundo actual
hasta el punto que muchos desasosiegos y enfermedades psicológicas
tienen que ver con ese desnortamiento, que además hace a la gente
manipulable y olvidadiza».
En el estudio se consideran los pueblos como lugares de
progreso y de retorno, y se apela a poner en marcha estrategias
institucionales para aprovechar el aporte de esta emigración de ida y
vuelta que haga del retorno una elección de futuro.