La aldea como factor de seguridad.
Los dos grandes hábitats creados por la humanidad, la aldea y la ciudad, viven tiempos de zozobra.
La aldea, perdida en la memoria, abandonada y tratada como un trasto inútil;
y la ciudad, hipertrofiada, pervertida por el productivismo, malcriada por el capital y asfixiada por la prisa,
se ha convertido en un enorme artefacto de pensamiento totalitario y hegemónico
en el que se ha embarcado la humanidad como opción preferente de vida.
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Detalle de ilustración para el texto «Confesiones de una voyeur de huertos» | Comando Forquilla Ganivet
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La aldea es una estructura protourbana, anterior por tanto a la
ciudad y responsable de su advenimiento, cuya función esencial e
irrenunciable radicaba en la gestión del territorio al que se vinculaba y
que realizaba de forma organizada, regular y autorregulada, sometida a
los procesos agroecológicos locales y limitada por el determinismo de
los recursos renovables del entorno. Combinando unas tecnologías, las
más de las veces orgánicas, con una cultura endógena creó un sistema
estable de provisión de alimentos y energías para abastecer a la
comunidad y comerciar los excedentes en los mercados urbanos de
proximidad a los que abastecía.Era, además, y ante todo, la más acreditada gestora local de la
naturaleza que, utilizando la cultura vernácula, creó el campo, un
territorio de naturaleza doméstica desde el que aprendió a dialogar con
la naturaleza silvestre. Manejó las claves para conservar a ambas
—doméstica y silvestre— por los siglos de los siglos hasta que el
pensamiento y la ciencia industrial, productivista o conservacionista,
la apartaron de sus funciones. Los acontecimientos económicos del siglo
xx en Europa provocaron la quiebra de la aldea y el final del
campesinado. La ciencia y la política industrial la acusaron injusta y
presuntuosamente de ignorante, supersticiosa y atrasada.
Muy pocas voces salieron en su defensa ante el tsunami de la ciudad
industrial. Entre ellas, la más preclara fue la de Lewis Mumford que en
1961 escribió: «Las aldeas están funcionalmente más próximas a su
prototipo neolítico que a las metrópolis que han empezado a absorberlas
hacia sus órbitas y a minar su antiguo modo de vida. Tan pronto como
permitamos que la aldea desaparezca, este antiguo factor de seguridad se
desvanecerá. La humanidad todavía tiene que reconocer este peligro y
eludirlo». Esa advertencia de Mumford ha cobrado especial relevancia
durante estos meses de pandemia e inseguridad urbana.
La ciudad, por su parte, fue el espacio donde la ciencia, las artes y
las tecnologías inorgánicas alcanzaron su máximo esplendor. Desde su
fundación hasta la Revolución Industrial, la ciudad había mantenido una
relación simbiótica, cotidiana y familiar con el campo a través de un
camino de ida y vuelta que unía la tierra —la naturaleza aldeana— con el
mercado urbano, un espacio noble situado en el mismo corazón de la
urbe. Hoy esa relación está rota y se hace preciso recomponerla.
Dos tareas se abren ante nosotros para este tiempo de reconstrucción:
la integración agroecológica de la periferia agraria en el futuro de
las ciudades —especialmente en las medianas y pequeñas— y la
rehabilitación de los pueblos pequeños y aldeas. Para la ciudad, poner
en marcha planes integrales de soberanía alimentaria y gestión integral
de las zonas verdes que orlan la urbe; y para la aldea, dotarla de
acceso a la comunicación telemática y poner en marcha la rehabilitación
de su sistema agroecológico local.
Reactivar soberanías locales
Apoyar la autonomía aldeana implica
una cesión de responsabilidades desde los gobiernos.
Como aldea cosmopolita, entendemos aquella que retoma su función de
gestora y conservadora de la naturaleza y se relaciona con el resto del
mundo a partir de la concertación entre sus tres componentes esenciales:
el biológico —conjunto de especies y variedades domésticas y
silvestres—, el cultural —conjunto de conocimientos y saberes recogidos
en el cosmos, corpus y praxis local y los aportados por los nuevos
tiempos— y el social —la comunidad aldeana y sus fórmulas de cohesión,
cuidados y organización— que constituyen el armazón y sin los cuales la
aldea no es viable y no puede desarrollar la función histórica que le es
propia.
Sin estrategia, plan y gestión organizada, no hay viabilidad para la
aldea. La estrategia aldeana es la herramienta que le permite
anticiparse a los acontecimientos y ponerlos de su lado. Para que la
estrategia despliegue toda su potencialidad, debe ser acertada y
aceptada; es decir, pertinente y ajustada a las realidades y deseos de
la comunidad y de todos sus miembros. Y para ello, para que la
estrategia sea y se sienta como propia, lo mejor es que la elabore la
comunidad aldeana desde la aldea, para la aldea y por la aldea.
En la medida que la aldea es una estructura orgánica nacida de la
relación entre la naturaleza y la cultura humana, que dio como origen al
campo y creó unas estructuras físicas, protocolos de trabajo,
calendarios laborales, instrumentos o tecnologías y que en la actualidad
se encuentra en riesgo de extinción, necesita reinventarse sabiendo que
«ningún perfeccionamiento orgánico es posible sin una reorganización de
sus procesos, funciones y propósitos», tal como nos recuerda Lewis
Mumford.
Será necesario aumentar la autonomía aldeana ya desde el principio,
en la fase de diseño de su estrategia, apoyándola para que tanto el
diseño del plan como su gestión sean eficientes y cumplan las
expectativas. Apoyar la autonomía aldeana implica una cesión de
responsabilidades desde los gobiernos.
Aumentar la autonomía pasa por dotarla de atributos para que cumpla
una función de interés para el conjunto de la sociedad y para ella
misma, que ha sido pactada en la propia aldea y aceptada como pertinente
por las instituciones territoriales de mayor rango competencial. Si
quiere acertar en el diseño de su estrategia, debería seguir la
recomendación de Marcel Proust: «Soyez vous-même, c'est votre seule
opportunité d'être original» (sé tú mismo, es tu única oportunidad de
ser original).
La aldea es el territorio de la naturaleza campesina
Nuestros paisajes rurales no son ni espacios, ni naturales;
son mayoritariamente territorios de naturaleza campesina.
El campesino, dice el arquitecto paisajista portugués Henrique
Pereira, «é um animal [racional, por supuesto] de clareiras» o, lo que
es lo mismo, las comunidades campesinas en esa perspectiva ecológica
histórica hicieron y mantuvieron claros en los bosques para vivir y
darles otra vida, creando una segunda naturaleza y un nuevo ecotono que,
por lo general, contribuyó al aumento de la biodiversidad y a la
estabilidad del sistema territorial. Nuestros paisajes rurales no son ni
espacios, ni naturales; son mayoritariamente territorios de naturaleza
campesina, ahora abandonados, que conviven con el riesgo de incendio.
Sin el concurso de las aldeas no podremos gestionar el medio rural, de
ahí su importancia estratégica.
Inicié el artículo con la advertencia de Mumford sobre el valor de la aldea. Y lo voy a terminar con lo que dejó escrito en El arte general de granjerías
un aldeano reconvertido a fraile, natural de La Riera, en el concejo
asturiano de Colunga, que en 1711 definió lo que ahora llamamos
«desarrollo sostenible». Decía fray Toribio de Santo Tomás y Pumarada:
«La conservación de una cosa es su continua producción, y se reputa el
conservar por lo mismo que producir, y lo mismo es estar conservando una
cosa que estarla siempre produciendo».
Leyendo a fray Toribio podemos llegar al convencimiento de que las
reflexiones teóricas actuales sobre la sostenibilidad, la economía
circular, la biotecnología, la formación agraria, el reciclaje, el ciclo
del carbono, las energías renovables o la conservación de la
naturaleza, formaban parte de la práctica cotidiana de la aldea Esos
saberes ecológicos estaban engarzados en un elaborado y complejo sistema
de pensamiento sistémico y local de trasmisión oral y fueron
desmontadas por el pensamiento analítico urbanocéntrico e industrial. De
ahí el interés en recuperarlos para que nos ayuden a rescatar la ciudad
para hacerla agropolitana y para devolverle a la aldea sus
atributos históricos y reforzarla con la posibilidad, inédita hasta
ahora, de convertirse en cosmopolita.
Jaime Izquierdo
El título y el contenido de este artículo están basados en el libro La ciudad agropolitana. La aldea cosmopolita, de Jaime Izquierdo, publicado por krk Ediciones. Oviedo, 2019.
Este artículo cuenta con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo