Fernando Molinero Hernando, 
Catedrático, Univ. de Valladolid,
Publico este artículo sobre el gran tema de la despoblación rural, 
porque me parece un buen trabajo que toca casi todo lo que es necesario tener en cuenta para conocer y operar sobre este fenómeno que está matando los pueblos. 
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Desde que en los años 1990 se empezara a hablar del renacimiento rural (rural revival, renaissance rurale),
 ha habido muchos autores que han hecho extensivo este fenómeno a todos 
los territorios rurales europeos, sin tener en cuenta las enormes 
diferencias que los separan. Diferencias que surgen, ante todo, de la 
brecha demográfica, de las disparidades de accesibilidad y de la 
diversidad de situaciones y distancias respecto a centros urbanos 
capaces de organizar el territorio en su área de influencia.
Así, a menudo se aplica el modelo de las “áreas de fuerza” (áreas periurbanas y de los grandes ejes de desarrollo, como la banana azul, el arco mediterráneo o el arco atlántico,
 entre otros) a todo el territorio rural europeo, cuando ni siquiera 
este está bien definido. Contribuye a esa indefinición el carácter 
difuso y ambiguo de las categorías rurales europeas definidas por la 
Comisión Europea (áreas “esencialmente rurales”, “intermedias” y 
“esencialmente urbanas”), unas categorías basadas en densidades 
superiores o inferiores a 100 hab/km2, cuando los espacios rurales 
españoles no llegan a esa densidad en ningún momento, sobre todo si se 
excluyen de ellos las áreas periurbanas, que constituyen otra categoría 
de poblamiento, en ningún caso asimilable a la rural.
Esa es la gran confusión que ha permitido a autores como Benjamín 
García Sanz (2011) hablar de la recuperación rural en todo el territorio
 español ya antes de la actual crisis económica. Según este autor, no 
solo estaríamos ante una recuperación demográfica en términos absolutos,
 sino también en una recuperación de la natalidad, acompañado todo de 
una diversificación económica clara.
Creemos que esa percepción de los hechos no se corresponde con la 
realidad del espacio rural español, en cuyo territorio conviven un rural
 dinámico, un rural intermedio y un rural profundo, muy distantes entre 
sí. La crisis, que ha expulsado a algunos inmigrantes de los espacios 
rurales, ha contribuido a tomar conciencia de la existencia de un 
espacio rural marginal, poco accesible, escasamente poblado, envejecido,
 regresivo, netamente dominado por la actividad agraria y en el que no 
solo no se gana población, sino que se pierde.
Es en esta coyuntura cuando se publica el libro de Sergio del Molino La España vacía (editado
 por Turner), que destaca los caracteres y circunstancias opuestas a las
 que planteaba Benjamín García Sanz en su citado trabajo Ruralidad emergente: posibilidades y retos (editado
 en 2011 por el MARM). Entre esas posiciones discordantes pretendemos 
hacer, en primer lugar, una conceptuación de los espacios rurales, en 
segundo lugar, un análisis de sus características, y en tercer lugar, 
una aproximación territorial, para acabar con una valoración de las 
cualidades, los problemas y las perspectivas de lo que denomino la 
España “profunda”.
La disparidad de espacios rurales en España
Como hemos dicho, la disparidad de espacios rurales en España es 
evidente, pero también lo es fuera de España, por más que en la UE 
exista esa misma dualidad rural no siempre reconocida. El Ministerio de 
Agricultura (MARM en esa época) lo planteaba en 2010, en la definición 
de las áreas rurales elegibles para la Ley de Desarrollo Sostenible del 
Medio Rural (LDSMR). Allí, a escala comarcal, distinguía tres tipos: 
zonas rurales a revitalizar, zonas intermedias y zonas periurbanas1.
Las dos primeras suman 390.000 km2 (el 77,4% del territorio español),
 si bien solo las primeras (zonas rurales a revitalizar) ocupan la mitad
 del solar hispano. Se trata de un espacio muy extenso, distribuido por 
todo el país, aunque con mayor concentración y densidad en la España 
interior, exceptuada el área metropolitana madrileña. El mapa del MARM 
lo refleja claramente (ver mapa 1).
Esta clasificación no parece suficiente para una aproximación fina, 
aunque, en todo caso, nos permite comprobar que las áreas rurales se 
extienden por una abrumadora mayoría espacial. En el cuadro que el MARM 
ofrece en la dirección web de la nota 1, se puede observar su 
distribución por CCAA, pero nuestro propósito es acercarnos más, a una 
escala municipal, por cuanto en la comarcal se mezclan territorios con 
problemas muy dispares. En este sentido, y aplicando los criterios que 
el MARM estableció en esa ley LDSMR, podríamos llegar a definir tres 
categorías de poblamiento: dos rurales (progresiva y regresiva) y una no
 rural (urbana y periurbana), basadas en la definición del MARM 
(municipios con menos de 30.000 habitantes, y menos de 100 hab/km2), a 
lo que hemos añadido el saldo de población durante los años de la crisis
 (ver mapa 2).
Con estos datos tendríamos el resultado en términos cuantitativos que
 se refleja en el cuadro 1. Con esta situación de partida podemos 
extraer la información que el mapa aporta de una manera clara: la mayor 
parte del territorio español (328.845 km2) corresponde a los municipios 
rurales regresivos, que, por otro lado, son los menos densos y los de 
peores condiciones de accesibilidad, ya que se localizan esencialmente 
en la España interior. Ahora bien, interesa destacar no solo los hechos 
cuantitativos, sino los cualitativos: qué tipos de espacios rurales son,
 cuáles son sus características demográficas y socioeconómicas, qué 
causas y qué dinámica los han llevado hasta ahí.
Caracteres demográficos y socioeconómicos del espacio rural español
Lo primero que llama la atención es la baja densidad de población (18
 hab/km2, que desciende a 14 hab/km2 en las áreas regresivas). Es una 
densidad de población que no aumenta, sino que disminuye y que viene 
gestándose desde la plétora demográfica que alcanzaron muchos de estos 
municipios a mediados del siglo XX. Pero el éxodo rural de los años del desarrollismo y
 de la modernización agraria vació los campos, provocó el abandono de 
las tierras marginales, produjo la matorralización general de los 
pastizales por el abandono del pastoreo y de las quemas controladas 
periódicas y produjo también la falta de limpieza de los montes, además 
de la desvitalización demográfica y el abandono generalizado de las 
prácticas ganaderas tradicionales, que favoreció el aumento de los 
incendios.
Este panorama se observa, en primer lugar, en el mapa de densidad 
(mapa 3), en el que, además, se percibe nítidamente cómo las áreas del 
interior, y especialmente las de montaña (las menos accesibles), 
aparecen como páramos demográficos, con las densidades más bajas en las 
tierras altas de la Cordillera Ibérica, en las provincias de Soria, 
Teruel, Guadalajara y Cuenca. Los vacíos destacan, igualmente en el 
Pirineo, en la Cordillera Cantábrica, seguida por los Montes de León, 
secundada por las áreas de las penillanuras de Zamora y Salamanca y 
continuada por la raya de Portugal. Otros vacíos secundarios se
 observan en los Montes de Toledo, que enlazan con Sierra Morena y con 
las sierras jiennenses de las prebéticas y el SO de Albacete.
Es la España despoblada, vaciada, por cuanto en la economía agraria 
tradicional, dominante hasta mediados del siglo XX, las densidades 
alcanzaban entre 28 y 35 hab/km2, antes de que el éxodo rural vaciara 
los campos y antes de que se abandonaran muchos pueblos a causa de la 
modernización del campo, que hizo innecesario el trabajo y el concurso 
de sus vecinos. Sin embargo, de esta desbandada general se libraron 
algunas comarcas o sectores de regadío o de viñedo o de otros 
aprovechamientos dedicados a cultivos más exigentes en mano de obra.
De este modo, el campo español, que fue perdiendo progresivamente 
sustancia, modificó drásticamente su modo de vida, su economía y hasta 
su poblamiento o forma de ocupación y explotación del suelo. De este 
fenómeno solo se salvaron las áreas periurbanas, las turísticas y las de
 determinados enclaves privilegiados y centros comarcales, pero, 
evidentemente, a costa de transformar su economía tradicional.
Desde esta perspectiva demográfica, basándonos en el grado de 
ocupación, densidad y dinamismo, podríamos establecer cuatro categorías 
de espacios rurales (más una quinta transversal): 
1) “rural profundo” 
(con menos de 5 hab/km2), que va a menos; 
2) “rural estancado” (entre 5 y
 15 hab/km2), que también retrocede; 
3) “rural intermedio” (entre 15 y 
25 hab/km2), estancado, pero viable, fuertemente agrario; 
4) “rural 
dinámico” (entre 25 y 50 hab/km2), viable, y 
5) las cabeceras comarcales
 y centros de atracción (con más de 50 hab/km2 y con diversificación 
económica), que se superponen a las demás.
Pero esta clasificación por densidad, aunque es la más expresiva, no 
es suficiente, dado que, a la postre, la densidad depende en gran medida
 del empleo existente; no es la variable independiente. Por ello, es 
fundamental saber cuántos empleos y qué tipo de empleo se dan en el 
mundo rural. En este sentido, desde que la Comisión Europea dio a 
conocer su folleto sobre el futuro del mundo rural en 1988, no han 
dejado de crecer los intérpretes de los espacios rurales que vaticinan 
no solo la recuperación demográfica del campo, sino su diversificación 
económica.
Pero ambas circunstancias solo afectan a las áreas rurales dinámicas,
 aunque también se da la contradicción de que en las zonas de montaña y 
más inaccesibles la diversificación es mayor, pero la pérdida de 
sustancia es brutal, por cuanto esa diversificación se ha producido a 
costa de la disminución de los empleos más abundantes (los ganaderos) y 
no merced a la suma de nuevos empleos. Así, los mapas de pérdidas y 
ganancias de empleos municipales durante los años de la crisis (2007 a 
2015) (mapas 4 y 5) expresan que es el mundo urbano el principal 
perdedor, como es lógico, porque es el que acapara la mayoría de los 
empleos, pero, si lo comparamos con las pérdidas y ganancias de 
población, comprobamos que es también el mundo urbano el que gana, 
frente al rural, que pierde, con los matices que veremos.
En definitiva, para sintetizar las características laborales del 
mundo rural español podríamos partir de las antes citadas categorías de 
espacios rurales, con un peso demográfico, laboral y territorial 
enormemente contrastado, pero que, en contra de lo que habitualmente se 
dice y escribe, tienen a la agricultura como base de su actividad 
económica. En efecto, se puede comprobar en los gráficos adjuntos 
(gráficos 1 y 2), en los que se aprecia el escaso valor del empleo 
agrario en el conjunto de España (menos del 5%), mientras alcanza un 25%
 en el territorio rural, llegando a valores mucho más altos en los 
municipios del rural profundo.
En ambos gráficos hemos representado la estructura de los ocupados 
cotizantes a la Seguridad Social en junio de 2015, pero en el gráfico 2 
lo hemos hecho con círculos cuyas áreas son proporcionales al número de 
empleos. Está claro que la agricultura es, en todos, una actividad 
fundamental, si bien no es, en ninguno de ellos, la principal, ya que 
este rango corresponde a los servicios, como sucede en cualquier 
economía moderna (hemos desagregado la posición del alojamiento y la 
restauración, por mor de la importancia creciente que alcanzan en el 
mundo rural moderno).
Las dos actividades tradicionales clave del mundo rural español 
continúan manteniendo hoy el mismo carácter: la agricultura y la 
construcción. Entre ambas acaparan casi la mitad del empleo (47%) en el 
“rural profundo” y casi un tercio (31%) en el “rural dinámico”, mientras
 que en el “rural estancado” y en el “intermedio” ocupan posiciones 
parecidas. No podemos soslayar la importancia que tuvo tradicionalmente 
la cantería y la albañilería, hoy convertidas en pymes de la 
construcción, con más peso en el mundo rural que en el urbano.
Pero ni la densidad de población ni su dinámica ni la estructura del 
empleo constituyen por sí solos indicadores suficientes para explicar el
 grado de descomposición y vaciamiento de la España profunda. Por ello, 
procederemos a un análisis territorializado, pero relacionado con las 
condiciones ecológicas de las tierras en que se producen esos fenómenos.
La distribución territorial del espacio rural de España y las causas de su dinámica
La escala municipal de análisis nos permite una aproximación fina a 
los fenómenos analizados, pero no nos permite definir conjuntos 
territoriales homogéneos que deben aparecer integrados en el 
ordenamiento y el funcionamiento territorial. Por ello, es necesario 
buscar escalas intermedias que configuren territorios funcionales desde 
una perspectiva de ordenación territorial, política, económica y 
administrativa. Para nuestro propósito, vamos a partir de la 
localización del espacio rural “profundo” y del espacio rural 
“estancado”, que son los dos integrantes de esa España profunda a la que
 nos referimos en este artículo, para completarlo, después, con el 
espacio rural “dinámico” (mapa 6).
Si por algo se distingue la localización de este espacio rural 
“profundo y estancado” es por situarse en el interior de la España 
peninsular, además de por constituir un páramo demográfico, con bajas 
densidades de población (menos de 10 hab/km2), con una población en 
regresión, envejecida, desvitalizada y desestructurada, a consecuencia 
del vaciamiento del último medio siglo. Podemos preguntarnos por las 
causas que han provocado esta situación, que no solo se mantiene, sino 
que empeora. Para ello debemos poner en relación las características 
demográficas y socioeconómicas comentadas con las características 
geográficas de estas áreas.
Así, el hecho más llamativo es que se trata de territorios enclavados
 en áreas de montaña, por una parte, y de territorios llanos, pero 
aislados, por otra. En todo caso, constituyen tierras altas, meseteñas o
 montañosas, y alejadas de los ejes de fuerza económica del país.
Cada una de estas características merece nuestra consideración. 
Primero, porque los focos de poblamiento peninsular, salvo el de Madrid y
 otros pocos secundarios, son exteriores. Ya lo planteaba Ramón Tamames 
en su Estructura económica de España en 1960, y desde entonces 
la concentración de la población y de la actividad económica en la costa
 y en unos pocos ejes del interior no ha dejado de crecer y de producir 
desequilibrios territoriales.
En el mapa anterior (mapa 6) podemos comprobar que las más bajas 
densidades de ocupación se extienden principalmente por la Cordillera 
Ibérica, que representa el área de montañas y tierras altas más 
extensas, menos accesibles y más despobladas de España. Estas tierras 
altas ibéricas albergan algunos de los bosques de coníferas más extensos
 y mejor explotados de España, pero se trata de montañas de interior, de
 no mucha humedad y de suelos poco desarrollados. En economías cerradas 
tradicionales se defendían muy bien, pero en las modernas son los 
territorios del abandono, y no porque se viva mal en ellos, sino porque 
la falta de masa crítica de población y de actividad económica hacen de 
estas tierras un lugar marginal, poco accesible y difícil. Hoy cuentan 
con una economía diversificada, pero débil y de bajo perfil. Por más que
 el turismo rural, los productos de calidad, la naturaleza más 
asilvestrada, o la venta por Internet, puedan atraer a algunos 
profesionales, es el mundo de la despoblación y, con ella, el mundo de 
la escasez y de la lejanía de los servicios. Es un mundo, por lo 
general, de rechazo.
Algo similar podríamos predicar del Pirineo, aunque aquí existe una 
mayor ambigüedad, ya que la proximidad de Barcelona en el Pirineo 
catalán y la de Zaragoza en el Pirineo oscense han favorecido la 
configuración de pequeños focos de crecimiento, de pueblos que 
aprovechan las nuevas posibilidades, aunque los pueblos más inaccesibles
 y apartados sufren no solo la dureza del clima, sino también la 
marginación y la falta de accesibilidad.
Pero, por más que parezca contradictorio, el mismo fenómeno de 
aislamiento y escasa accesibilidad lo sufren áreas llanas, tales como 
las penillanuras salmantinas, zamoranas, cacereñas y otros sectores 
rayanos con la frontera portuguesa. Los fenómenos son los mismos, pero 
la falta de perspectivas es incluso mayor en estas tierras llanas, de 
suelos graníticos, de pocos pastos, donde los pastores tradicionales 
emigraron masivamente en los años 1960 y donde tan solo ha quedado la 
gente mayor, principalmente jubilados, que, sin horizonte vital, 
consumen sus días fatigosos atendiendo a pequeños hatos de ganado de 
distinta aptitud.
Si analizamos el mapa del rural “profundo y estancado” encontramos 
otros territorios diferentes, pero de similares características e 
indudables analogías: la escasa accesibilidad y el aislamiento 
constituyen los pilares de la marginalidad en territorios como los de 
los Montes de Toledo, Sierra Morena y Prebéticas.
Pero, curiosamente, este fenómeno apenas se observa ni en Andalucía 
(salvo la parte citada de Sierra Morena y Prebéticas y Béticas) ni en 
Galicia ni en Murcia ni en Alicante. Y es que aquí se supera la masa 
crítica rural, es decir, que la propia existencia de núcleos de 
poblamiento próximos actúa como bola de nieve que integra a otros más 
pequeños en la dinámica del desarrollo rural.
Por ello, precisamente, el espacio rural “dinámico” se localiza allí 
donde hay masa crítica tanto de población como de actividades económicas
 y de centros urbanos, que actúan de polos o imanes para el desarrollo 
rural. En estos casos, el espacio rural “dinámico” está muy asociado al 
espacio urbano, en su área de influencia o en ejes de fuerza, como 
ocurre en todo el arco mediterráneo, en la periferia urbana de Madrid, 
en el eje del Ebro, en el interior de Andalucía, en la costa gallega y 
asturiana, en el interior del País Vasco, en las Vegas Bajas del 
Guadiana, en el entorno de la A-6 y en algunos enclaves singulares (mapa
 7).
Conclusiones
La España “profunda” es la España rural del interior peninsular, de 
tierras altas (montañosas y llanas), pero con dificultades naturales y 
con marginalidad demográfica, económica y social. La población está 
atendida y vive en un medio natural inmejorable, pero el territorio no 
es atractivo y la falta de masa crítica continúa expulsando población, 
poca, porque ya no queda. Pero hoy, a pesar del teletrabajo y de las 
facilidades de comunicación general, es la España marginada y marginal.
En las llanuras cerealistas hay muchos pueblos que son asiento de 
jubilados y de un puñado de agricultores. Si algún joven se queda, o es 
un neorrural o acaba emigrando. Es la España profunda, que, por su 
desvitalización, tampoco puede atender, en las áreas de montaña, al 
cuidado de los montes y pastos, que antes se hacía colectivamente y que 
hoy, ante la acumulación de maleza, es frecuente materia de incendios.
 

 
 
 
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