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jueves, 4 de mayo de 2023

“La mayor causa de desertificación es el mal uso del suelo y del agua, no la sequía”, Fernando T. Maestre.

Entrevista a Fernando T. Maestre, ecólogo investigador, dirige el 
Laboratorio de Ecología de Zonas Áridas y Cambio Global de la Univ. de Alicante, 
señala que “no es realista”, seguir prometiendo agua y asegura 
que es necesario reducir los regadíos

El investigador alicantino Fernando T. Maestre (Sax, 46 años) es uno de los mayores especialistas del mundo en la ecología de las zonas áridas. Dirige el Laboratorio de Ecología de Zonas Áridas y Cambio Global en la Universidad de Alicante y es una de las principales atalayas científicas desde las que se estudia el avance de la desertificación en España.
Maestre se encuentra entre el 1% de autores científicos más citados del mundo, y desde esa posición, se moja respecto a unas políticas del agua que considera irreales e irresponsables en medio de la crisis climática. El investigador afirma que la mayor causa de la desertificación en nuestro país no es el calentamiento global ni la sequía, sino “el mal uso del suelo y del agua”. Aunque espera que la actual escasez de lluvias suponga un cambio de mentalidad sobre la falta de este recurso tan preciado, reconoce que “lamentablemente, no hemos aprendido mucho de las sequías que hemos sufrido en épocas anteriores”.
Los conflictos por el agua han estallado con la propuesta para amnistiar regadíos ilegales en Doñana o el rechazo de Murcia y la Comunitat Valenciana al recorte al trasvase Tajo-Segura. ¿Es realista seguir prometiendo más agua?
No es realista. Es una huida hacia adelante el planteamiento que están haciendo determinados gobiernos y agentes sociales de seguir aumentando el regadío. No solo no es realista sino que además es muy irresponsable, nos encaminamos hacia escenarios climáticos que en nuestro país van a estar caracterizados por una menor disponibilidad de agua, por consiguiente lo que tenemos que hacer es prepararnos para el futuro y ahorrar agua, no gastar más. Plantear que la solución a los problemas del campo y a los problemas económicos de muchas zonas es aumentar el regadío es un sinsentido, porque sencillamente no va a haber agua para alimentar todo este regadío en el futuro. 
Lo que tenemos que intentar es que sea una actividad lo más sostenible posible. De nada sirve que sea una actividad que pueda mantenerse unos pocos años, pero que luego colapse totalmente o casi totalmente porque no va a haber suficiente agua. 

En ocasiones se escucha que la península ibérica va camino de convertirse en un desierto. ¿Es esto una exageración?
No es una exageración del todo, en el sentido de que cada vez tenemos un clima más árido en la península Ibérica, caracterizado por temperaturas más elevadas, una mayor evapotranspiración y una menor disponibilidad de agua debido al aumento de temperatura asociado al cambio climático. Y nos estamos acercando a condiciones climáticas cada vez más similares a las que tenemos en muchas zonas desérticas del planeta. De la noche a la mañana no vamos a tener paisajes llenos de dunas, pero durante las próximas décadas nuestro clima, y por tanto nuestros paisajes, sobre todo en la mitad sur de la península, se van a ir pareciendo más cada vez a los que tenemos en zonas más desérticas. 

¿De qué modo está afectando la actual sequía a los ecosistemas en la península?
Está afectando de una forma muy negativa, está amplificando las consecuencias de otras actividades humanas y reduciendo la cantidad de agua disponible en nuestros ecosistemas, disminuyendo la recarga de acuíferos y el caudal de los ríos y está amplificando actuaciones como el uso que hacemos del agua, sobre todo de las masas subterráneas.
Las consecuencias las estamos viendo a día de hoy, por ejemplo con la desecación de Doñana o las Tablas de Daimiel, que por desgracia llevan muchos años en la UCI. Pero quien habla de Doñana o Daimiel, que son casos emblemáticos, habla de otros muchos ecosistemas, sobre todo acuáticos, que son los más sensibles a la bajada en los niveles de los acuíferos y la disminución de los caudales de las aguas superficiales. Pero está afectando a todo tipo de ecosistemas, como muchas zonas forestales que están experimentando una mortalidad masiva de árboles porque no pueden soportar la falta de agua, y también a muchas especies animales. 

Más allá del cambio climático, ¿hay otras causas que agravan la desertificación en España?
La desertificación es un fenómeno causado por dos factores fundamentales, los cambios en el clima y la acción humana. Y en el caso de España, el principal agente desertificador somos nosotros. Se alude mucho al cambio climático, y a la sequía, y obviamente son factores que no ayudan, pues hacen que nuestros ecosistemas semiáridos y secos subhúmedos sean más propensos a sufrir más degradación y por ende desertificación, pero el principal agente desertificador en España somos nosotros, por el mal uso del suelo y del agua. 

¿Cuál es el problema con los suelos?
Lo estamos salinizando, lo erosionamos, lo cementamos... Básicamente, lo maltratamos. Según las estadísticas oficiales del Inventario Nacional de Suelos, estamos hablando de que en el conjunto de España, al año, más de 500 millones de toneladas de suelo se pierden por erosión, pese a que es lo que nos da de comer. Es un problema que ocurre sobre todo cuando el suelo está desprovisto de vegetación. Las raíces de la vegetación y la hojarasca permiten que el suelo se mantenga donde está. Cuando desaparece la vegetación, el suelo queda expuesto a la acción erosiva del agua y el viento. Los datos apuntan a que más de un tercio de la superficie española soporta erosiones que se califican como graves o muy graves. En nueve comunidades autónomas, el promedio de pérdida anual de suelo está por encima de lo que se considera tolerable.
Aunque la agricultura utiliza el 80% del agua en España, desde el sector del regadío se defiende que ese tipo de agricultura es una herramienta para frenar la desertificación. ¿Qué le parece esa afirmación?
Es una falacia por dos motivos. Primero porque el regadío es un agente de desertificación fundamental al sobreexplotar el agua, sobre todo los acuíferos. Un aspecto clave para que nuestros ecosistemas puedan albergar vida es el agua que los sustenta. Y esa agua, en muchos ecosistemas, está fuertemente determinada por los aportes de los acuíferos, que son los que estamos sobreexplotando y agotando con la agricultura intensiva. 
Además, se alude a que los cultivos disminuyen la erosión del suelo, por la vegetación que mantienen, cuando lo que ocurre es todo lo contrario. Las técnicas de cultivo tradicionales, de laboreo o de eliminación de la vegetación natural, aumentan mucho la erosión del suelo en comparación con los ecosistemas naturales. La agricultura no solo no frena la desertificación, sino que la incrementa. 
El regadío es un agente de desertificación fundamental al sobreexplotar el agua, sobre todo los acuíferos

Entonces, ¿debería plantearse una reducción de la superficie de regadío?
Sí, lo que tenemos que ir planteando es reducir el regadío, empezando sobre todo y fundamentalmente por el regadío ilegal. Se desconoce la extensión del regadío ilegal, pero como podemos ver en la zona de Doñana, en Daimiel, en el Mar Menor, pero también en otras zonas como la Axarquía en Málaga, estamos hablando de miles y miles de hectáreas de regadíos ilegales, que son las primeras que habría que clausurar. Lo que está claro es que ya no puede plantearse un aumento del regadío, sencillamente porque no va a haber agua para poder regarlo todo, y si queremos racionalizar el uso del agua y salvaguardar nuestros recursos hídricos con el escenario de cambio climático que tenemos para el futuro hay que limitar y reducir el regadío, no nos queda otra. 

El ministro de Agricultura, Luis Planas, ha defendido que no hay que reducir el regadío en España, y desde su Ministerio se va a destinar una enorme inversión de dinero público a la modernización de los regadíos. ¿Se ahorra agua con esa medida?
Es importante aumentar la eficiencia. Si estás regando a manta y lo pasas a riego por goteo, ahorras mucha agua. Pero ahora bien, lo que ocurre en la práctica es que ese ahorro de agua no se traduce en un ahorro real, porque los regantes tienen concesiones de agua. Si al mejorar la eficiencia del regadío ahorran agua, lo que suelen hacer es poner más superficie en cultivo, por lo que al final ese ahorro es cero. No solo no se ahorra agua, sino que aumenta la superficie regada, aumenta la demanda a futuro. 

Dicho así es un ciclo algo perverso...
Con el regadío se da un ejemplo clarísimo de lo que se llama paradoja de Jevons, que es que cuanto más eficientes somos en el uso de un recurso, más usamos ese recurso. A la vista está que el regadío no para de crecer en nuestro país, y que el consumo de agua por parte del regadío sigue aumentando pese a las inversiones millonarias que se hacen cada año en mejora de regadíos. Si realmente estas inversiones fuesen efectivas, veríamos una disminución continuada del uso del agua en el regadío conforme mejora la eficiencia, lo cual no es el caso. La evidencia y la realidad nos dice que si aumentamos la eficiencia, acabamos usando más agua. 

Y aparte de reducir el regadío, ¿qué otras medidas son necesarias?
Es imperativo reducir el desperdicio alimentario. Una parte de la cosecha se tira antes de ser comercializada porque no puede venderse, lo que ocurre frecuentemente cuando el mercado está saturado debido a un exceso de producción. En estos casos, los precios son tan bajos que no compensa cosechar la fruta y verdura. Si tomamos datos oficiales del Ministerio de Agricultura, en España no se han comercializado casi 64 millones de kilos de fruta y verdura aptos para el consumo entre diciembre de 2021 y diciembre de 2022. Y estas son cifras oficiales que los agricultores registran para cobrar subvenciones de la PAC, la cantidad real de fruta y verdura que se tira o no se recoge es mucho mayor.
La evidencia y la realidad nos dice que si aumentamos la eficiencia, acabamos usando más agua. 

Muchos agricultores de secano en diversas zonas de España están augurando una cosecha desastrosa, con pérdidas enormes en el cereal, por ejemplo. ¿Se puede adaptar este tipo de agricultura, que depende de la lluvia, a un escenario climático con sequías más intensas y prolongadas?
Es algo que tenemos que hacer, y es algo que tenemos que hacer a múltiples niveles. Habrá que buscar cultivos que sean más resistentes a la sequía, y que puedan permitir cierta productividad en condiciones climáticas más secas que las que tenemos a día de hoy. Estoy pensando en cultivos como el algarrobo, que es un árbol que está muy bien adaptado a las condiciones de nuestros entornos semiáridos. Se está haciendo mucha investigación muy buena en nuestro país, y hay mucha que queda por hacer, para obtener variedades más resistentes a la sequía para determinados cultivos, variedades mejor adaptadas a las condiciones climáticas que vamos a tener en el futuro. Claramente tenemos que ir adaptando la agricultura de secano, porque con un clima más árido y más impredecible, será cada vez más difícil llevarla a cabo tal y como la veníamos realizando hasta ahora. Una vez el territorio se ha degradado, ¿hay algo que hacer para revertir el avance de la desertificación?Es posible, no es sencillo pero es posible. Lo primero que hay que hacer es gestionar mejor el agua, ahorrar agua, intentar que se vayan recuperando poco a poco nuestras masas de agua subterráneas, no seguir sobreexplotándolas y contaminándolas. Esa es la norma número uno. Luego tenemos que ir recuperando el suelo, por ejemplo, incorporando los restos de las cosechas al suelo, que en muchos sitios a día de hoy se queman. Así mejoramos su contenido en materia orgánica, mejoramos su capacidad de infiltración de modo que, cuando llueva, ese suelo sea capaz de infiltrar mejor el agua y retenerla durante más tiempo.
Si eso lo combinamos con técnicas de no laboreo en los cultivos, dejar la vegetación natural, esta vegetación también va a ir incrementando los niveles de carbono en el suelo, va a prevenir la erosión, y cuando lleguen lluvias torrenciales ese suelo estará mejor sujetado y se perderá menos. Todos estos cambios en los sistemas agrícolas los podemos combinar también con campañas de revegetación, con especies adaptadas a las condiciones climáticas más secas.
Cuando habla de campañas de revegetación, ¿se refiere a plantar árboles?
Las especies arbóreas se pueden utilizar en aquellos lugares en los que las condiciones climáticas futuras permitirán el mantenimiento de estos árboles, pero en otras muchas zonas esto ya no va a ocurrir. Hay que empezar a utilizar de manera más frecuente otras especies vegetales mejor adaptadas a las condiciones de sequía, especies herbáceas y arbustivas. También, aunque este tipo de investigación todavía está en pañales, para la restauración y recuperación de suelos degradados podemos utilizar otros organismos como las cianobacterias que forman parte de la costra biológica. 
¿Qué es la costra biológica?
Es un conjunto de organismos que viven en la superficie del suelo, son muy importantes a nivel global y en nuestro país ocupan una gran superficie dentro de los ecosistemas áridos y semiáridos, los que no están degradados, porque estos organismos son muy sensibles al pisoteo y la perturbación del suelo. Suelen ocupar buena parte de la superficie que no está ocupada por las plantas vasculares, son agrupaciones de musgos, de líquenes, de cianobacterias, y de una comunidad microbiana asociada que juega un papel ecológico muy importante. 

¿Cuáles son esas funciones?
Estos organismos por una parte fijan carbono, contribuyen a aumentar los contenidos de materia orgánica del suelo y a reducir CO2 de la atmósfera, también los hay capaces de fijar nitrógeno, y algunos, como las cianobacterias, secretan sustancias, se denominan exopolisacáridos, que fijan las partículas de suelo. Son como una especie de pegamento que aumenta la estabilidad del suelo y reduce su erosión. Debido a estas características, y a que son organismos que son capaces de vivir sin precipitación, solo con la humedad ambiental, son muy resistentes a la sequía, y se están empezando a utilizar en muchas zonas áridas del planeta para recuperar suelos degradados. Aquí en España hay investigación al respecto, como la del grupo de Yolanda Cantón en la Universidad de Almería, y hay pruebas piloto muy prometedoras para utilizar estos organismos, estas comunidades biológicas, en la lucha contra la desertificación. 

¿Cree que esta sequía cambiará la manera de gestionar el agua en España?
Quiero ser siempre optimista, obviamente la sequía es una característica cíclica de nuestros climas, y si echamos la vista atrás, lamentablemente no hemos aprendido mucho de las sequías que hemos sufrido en épocas anteriores, si bien es cierto. Una característica que distingue a esta sequía de otras que hemos sufrido en el pasado, es que está acompañada de unas temperaturas a las que no estamos habituados, como tener 30 y pico grados en abril. Quiero pensar que esta sequía va a cambiar nuestra mentalidad, que vamos a ser conscientes que el agua es un recurso muy escaso y que lo hemos estado despilfarrando en muchas ocasiones. Quiero pensar que tanto las administraciones cómo los ciudadanos van a ser más conscientes de la necesidad de plantearnos de una vez por todas un uso más racional de nuestros recursos hídricos, y que empecemos a relacionarnos con el agua y con los ecosistemas naturales de una manera diferente a como lo hemos estado haciendo hasta ahora.

sábado, 8 de abril de 2023

La agroganadería del futuro.

En ‘Regénesis (es una visión impresionante de un nuevo futuro para la alimentación y la humanidad)
George Monbiot propone que sustituyamos la cría de ganado 
por polvos proteínicos de laboratorio 
y que gran parte de la tierra recupere su estado salvaje. 
Hay ausencias llamativas en su discurso.

New Left Review 138, enero-febrero 2023,

En Regénesis: Alimentar al mundo sin devorar el planeta [editado en España por Capitán Swing], el periodista y activista George Monbiot aborda el que en su opinión es “el tema medioambiental más importante” y, sin embargo, uno de los más olvidados del momento presente: la cuestión del uso de la tierra
La agricultura –explica de manera tajante– es la principal causa mundial de la destrucción del hábitat, la principal causa de la pérdida global de diversidad salvaje y la principal causa de la crisis de extinción global”. Hasta hace muy poco tiempo, defiende Monbiot, en las distintas regiones y países del planeta se seguían dietas radicalmente distintas, conformadas por sistemas de agricultura discretos, así como por la historia y las tradiciones de cada población. Pero se ha producido un inmenso cambio cultural que ha conducido a lo que él denomina la “dieta estándar global”, rica en grasas y proteínas y muy dependiente de un pequeño número de megacosechas: trigo, arroz, maíz, azúcar y (con destino al pienso animal) soja: una población de ganado en crecimiento vertiginoso consume ahora la mitad de las calorías que produce la agricultura. 
En el relato de Monbiot, el alimento de esta dieta estándar global se produce en la “granja estándar global”. Desde su implantación pionera en Estados Unidos, el agronegocio ha impulsado una enorme concentración de producción de megacosechas, sobre todo en este país, pero también en Brasil, Canadá, Argentina o Francia, bajo la égida de un puñado de poderosas multinacionales que han doblegado a los productores más pequeños. 
Cuatro empresas, Cargill, Archer Daniels Midland, Bunge y Louis Dreyfus, controlan ahora el 90 % del comercio global de cereales; otras cuarto (Bayer, Corteva, ChemChina y BASF) ha acaparado dos tercios del mercado de productos químicos para la agricultura y ese mismo grupo posee más de la mitad de las semillas del mundo.

Cuatro empresas controlan el 90% del comercio mundial de cereales.

Vacas pastando en el área renaturalizada de Knepp (Reino Unido).Matt Ellery (CC BY-SA 2.0) via Flickr

Estas multinacionales han promovido una estandarización de las técnicas agrícolas, de las variedades de cosechas, de los productos químicos, de la maquinaria, etcétera, impulsada por la búsqueda de resultados. 
La consecuencia es que los sistemas nacionales de producción de alimentos se están volviendo menos modulares y más sensibles a los choques globales: enfermedades, sequías o inundaciones, cuyo impacto se magnifica por la especulación financiera o por los cuellos de botella de una frágil cadena de suministros. En opinión de Monbiot, un sistema complejo empieza a “parpadear” cuando se acerca a un punto de inflexión y eso es lo que está ocurriendo ahora con el sistema alimentario global. No sabemos muy bien dónde pueden radicar esos puntos de inflexión o qué combinación de choques podría desencadenar una ruptura, nos advierte Monbiot: “De alguna manera necesitamos no solamente reducir las presiones externas que pesan sobre el sistema, esto es, la crisis medioambiental y la demanda en aumento, sino cambiar el propio sistema”.

Los sistemas nacionales de producción de alimentos se están volviendo más sensibles a los choques globales

Entonces, ¿cómo podemos alimentar a la población mundial sin destruir el planeta? 

El libro traza un programa radical: Monbiot quiere que sustituyamos la cría de ganado por polvo proteínico compuesto por una bacteria fermentada que pueda sustituir la proteína y la grasa de las dietas humanas, concentrar la producción de alimentos restantes en enclaves de alto rendimiento y permitir que el resto de la tierra recupere su estado salvaje. Pero Monbiot es un periodista avezado y endulza la píldora con entretenidos relatos de experiencias. Regénesis: Alimentar al mundo sin devorar el planeta comienza en la parcela que Monbiot tiene en Oxford, con una oda de cinco mil palabras a un terrón:

La tierra, que antaño entendíamos como una masa homogénea, se compone de estructuras dentro de estructuras. Lombrices, raíces y hongos crean terrones pegados con las fibras y los pegajosos elementos químicos que producen, llamados agregados. Dentro de estos agregados, los animales diminutos, como los ácaros y los colémbolos crean terrones aún más pequeños. Dentro de estos, las bacterias y sus depredadores microscópicos –criaturas que ni siquiera puedo ver con la ayuda de mi lupa, como tardígrados, ciliados y amebas– forman unos agregados aún más pequeños […]. Hemos tardado todo este tiempo en aprehender con propiedad que el sustrato del que dependen nuestras vidas es una estructura biológica.

La majestad inadvertida del suelo le inspira para “relatar una nueva historia, una regénesis, sobre lo que comemos y cómo lo cultivamos”.  Monbiot procede a detallar el enorme daño medioambiental que ha producido la agricultura. Empieza junto a su hogar, en su amado río Wye, que ahora se ha convertido en una “asquerosa alcantarilla” después de que se permitieran granjas aviares en su cuenca. Después se reúne con algunos granjeros innovadores: Iain Tolhurst, en South Oxfordshire, que ha desarrollado un modelo de cultivo de frutales y verduras sin productos químicos ni productos procedentes del ganado, que evita la reducción del rendimiento mediante un manejo minucioso de la tierra; Tim Ashton, de Shropshire, que emplea los métodos “sin arado” para cultivar cereal, los cuales reducen la destrucción del suelo; Ian Wilkinson, cuya granja agroecológica experimental en West Oxfordshire, FarmED, ha creado una “economía circular rentable”. A Monbiot le emociona especialmente el trabajo de The Land Institute de Kansas, que cultiva variedades perennes de cosechas anuales, que de otra manera deberían replantarse cada año, como un pariente del trigo llamado kernza. Cualquier reconfiguración del sistema alimentario debería tener en cuenta también las necesidades que debe cubrir. Monbiot traza un vívido retrato de un banco de alimentos cerca de su casa y de la lucha comunitaria contra la pobreza alimentaria, lo que le conduce a una reflexión sobre la relación existente entre la protección medioambiental y la justicia alimentaria. Las campañas por la soberanía alimentaria, concluye, deben reconocer la colisión entre la defensa del medio ambiente y la agricultura, así como el hecho de que la producción local de alimentos en un país como Gran Bretaña nunca podrá cubrir los requisitos alimentarios modernos.

Finalmente, Regénesis: Alimentar al mundo sin devorar el planeta aborda el tema de las proteínas y las grasas. Mientras que los capítulos anteriores se centraban en los métodos agrícolas alternativos, este se titula “Farm Free” [Sin cultivo]. Monbiot viaja a Helsinki, donde se emociona con el trabajo de Pasi Vainikka, director ejecutivo de Solar Foods, que emplea un procedimiento que inició la nasa en la década de 1960 para producir proteínas mediante la “fermentación de precisión” de microorganismos, que se reproducen rápidamente en tanques sin necesidad de la luz del sol por lo que “por primera vez en la historia de la humanidad […] tendríamos una comida básica que no proceda de la fotosíntesis”. La poco prometedora papilla amarilla que se bate en los tanques de fermentación de Vainikka se seca para formar Solein, “una harina dorada que huele a huevos revueltos”. “Supone –declara con júbilo Monbiot– el principio del fin de la mayor parte de la agricultura”. Producir alimento de esta manera  –y explica que Solein es solamente una de las docenas de opciones y que la bacteria del suelo que se emplea aquí es tan solo una de las miles de candidatas– liberaría vastos terrenos de la agricultura, permitiendo la reversión al estado salvaje a una escala previamente inimaginable. Una revolución contraagrícola de este tipo sería inmensamente disruptiva; los gobiernos tendrían que apoyar a quienes necesitaran encontrar empleo en otras áreas, con suerte en las nuevas industrias, que tendrían mejores patronos que los de la industria cárnica. Pero el cambio marcaría una era: “A la era de la Extinción le sucedería la era del Regénesis”.

Para Monbiot, es necesario reconocer que la agricultura es la principal causa de la destrucción ecológica

Monbiot se ocupa de los obstáculos de diverso tipo que surgirán en el inicio de esta nueva era. Entre ellos se hallan las mistificaciones pastorales, tan imbricadas en la cultura occidental, el énfasis de la cultura gourmet contemporánea en la autenticidad, la incultura matemática de muchos activistas medioambientales y su insuficiente énfasis en el rendimiento. El nuevo movimiento tendrá que reconocer que la agricultura es la principal causa de la destrucción ecológica y juzgar cualquier sistema nuevo en virtud de tres criterios: 
¿produce más alimentos con menos cultivos?, 
¿quién los controla y posee?, 
¿los alimentos que produce son saludables, baratos y accesibles?.

En la estampa final, de nuevo en su parcela, golpeada por una helada intempestiva, Monbiot reflexiona sobre las frustraciones del activismo medioambiental: “Recogemos las pruebas, explicamos el problema, proponemos una solución y se nos recibe como al doctor Stockmann en la obra de Henrik Ibsen Un enemigo del pueblo: con ira, negación y deshonra”. Sin embargo, el éxito depende de que exista un movimiento preparado para el momento en el que se abra la posibilidad y su intuición es que, dado el alineamiento de las nuevas tecnologías, la fragilidad sistémica y el creciente desasosiego de la gente, “pronto nos encontraremos, creo, con un momento para que las condiciones cambien”.

Monbiot probablemente sea el periodista medioambiental británico más conocido. Netamente situado en la izquierda y partidario de la independencia escocesa, galesa y norirlandesa, ha mostrado su apoyo diversamente al Partido Verde, al Plaid Cymru, a los Liberal-Demócratas y al Partido Laborista de Corbyn. Estudiante de zoología en Oxford a principios de la década de 1980, empezó su carrera en la bbc, trabajando en la unidad de historia natural, y sus primeros libros –Poisoned Arrows (1989), Amazon Watershed (1991), No Man’s Land (1994)– eran relatos en primera persona de los abusos ecológicos y de los derechos humanos en Papúa Occidental, Brasil, Kenia y Tanzania. Columnista en The Guardian desde 1996, ha escrito extensamente sobre ecología, política y temas sociales y ha figurado en documentales y programas sobre temas de actualidad. Otros de sus libros destacados son Heat (2006), que versa sobre las soluciones a la crisis climática; Feral (2013), sobre la resilvestración, y Out of the Wreckage (2017), que defiende una “política de la pertenencia”. Regénesis: Alimentar al mundo sin devorar el planeta, con su mezcla de historia, reportaje y activismo, con sus cambios de registros y énfasis, encaja perfectamente con su obra anterior. ¿Cómo deberíamos, pues, valorar este libro?

Monbiot tiene razón al argumentar que la “carnificación” de las dietas impulsa un ciclo destructivo.

Deberíamos empezar por agradecer la atención que el libro dedica a los efectos de la industria ganadera intensiva, detallando los problemas para deshacerse de los residuos, el abuso de los antibióticos, las enfermedades zoonóticas, la “expansión agrícola” masiva de los productos químicos y los monocultivos mecanizados de soja y maíz destinados a la alimentación de los animales confinados en macrogranjas. Monbiot tiene razón al argumentar que la “carnificación” de las dietas impulsa un ciclo destructivo. La carne, los lácteos y los huevos se vuelven relativamente baratos mediante la externalización de sus costes ecológicos; el aumento del consumo alimenta los beneficios que impulsan la expansión y la profundización del sistema. El libro contribuye también a fomentar la alianza de los movimientos climáticos con las luchas contra la destrucción ecosistémica. Aunque la biodiversidad y el calentamiento global fueron ambas convenciones fundacionales de la Cumbre de la Tierra de la onu celebrada en Río en 1992, las políticas sobre el clima hace tiempo que han dejado de lado la biodiversidad en parte debido a la necesidad de combatir el negacionismo bien financiado de las compañías de combustible fósil. Los académicos y activistas que se oponen a los procedimientos de la ganadería intensiva llevan tiempo argumentando que la transformación de la agricultura –actualmente gobernada por grandes empresas interconectadas que ejercen su control sobre los productos químicos y farmacéuticos, el comercio, las finanzas y, por encima de todo, sobre la genética de semillas y animales– es fundamental para resolver tanto la crisis climática como la ecosistémica. El libro de Monbiot se publica en un momento en el que las grandes corporaciones agrícolas, ellas mismas profundamente implicadas en las industrias de los combustibles fósiles, han empezado a aparecer, finalmente, en las reuniones internacionales sobre el clima y la biodiversidad. La oportunidad de la publicación de Regénesis: Alimentar al mundo sin devorar el planeta resulta incrementada por la participación de Monbiot, junto con Extinction Rebellion, en la COP15 celebrada en Montreal, en un movimiento denominado Reboot Food, que apoya el programa descrito en el libro.

Como los anteriores libros de Monbiot, este se propone popularizar un tema complejo (en un momento, afirma, que ha leído tanto sobre la composición del suelo que podría haberse graduado, aunque tiene la sensación de que apenas ha empezado a arañar la superficie). Pero captar el cuadro completo de su razonamiento y de sus implicaciones sigue siendo, no obstante, un desafío. Hay temas importantes que no se abordan. ¿Cómo, por ejemplo, podrían responder las innovaciones de los diferentes granjeros que se describen en el libro a la llamada a la acción también contenida en el mismo? Monbiot no nos aclara cómo podría abastecer Tolhurst a una población más amplia que la de su vecindad, cómo podría acceder rápidamente a una tierra fértil y bien situada, ahora que está menguando, cómo podría competir con las ofertas del supermercado de productos exóticos y fuera de temporada, ni qué sucedería a quienes trabajan en esas explotaciones de Kenia, México y otros lugares, contratados para proporcionarlos. A la inversa, deduce que la granja de cereales mixtos de Wilkinson es “bella” pero “no correcta”, porque su rendimiento es insuficiente. Pero Monbiot no logra explicar cómo se mide ese rendimiento, ni tampoco cómo los cambios en las subvenciones y las políticas existentes, así como la contabilización de la totalidad de los costes o de las rentas garantizadas, podrían alterar los precios relativos y la asequibilidad.

En segundo plano afloran temas más generales. Un ejemplo al respecto es la cuestión del estiércol, ¿cómo se adaptaría un sistema de producción alimentaria a la erradicación de la ganadería? A pesar del tributo inicial a la tierra, el libro evita el tema de su renovación, respecto a la cual todos los ejemplos proporcionados por Monbiot, con la excepción de Tolhurst, se apoyan en una pequeña cantidad de animales domésticos, que van desde las gallinas que merodean y los peces que comen insectos hasta, dependiendo de la bioregión, animales de pasto de mayor tamaño; Monbiot no menciona el rebaño de bisontes nativos que vive en The Land Institute. Tiene razón al decir que, en manos de la agricultura industrial, el estiércol se ha convertido en un elemento contaminante, pero el estiércol procedente de animales sanos, locales, entre los que se puede potencialmente incluir a los seres humanos, es una cuestión diferente. Lo mismo puede decirse de las fuerzas estructurales e históricas más generales. Monbiot da por sentadas las subvenciones a los productos agrícolas y las instituciones que respaldan el complejo de macrogranjas y monocultivos que los alimentan; al igual que desdeña la geografía de la especialización y el comercio, tratándolas no como constructos políticos, sino como obstáculos inamovibles respecto a un sistema alimentario local, inclusivo y diverso.

Las dietas se han modificado varias veces, siempre en relación con los patrones cambiantes de las clases y de la acumulación de capital

El cambio en la dieta, incluyendo la carnificación y los alimentos ultraprocesados, se entendería mejor en el contexto de los regímenes alimentarios históricos. Las dietas se han modificado varias veces, siempre en relación con los patrones cambiantes de las clases y de la acumulación de capital. Monbiot tiene razón cuando dice que el complejo monocultivo-ganadero surgió en el seno de un régimen alimentario establecido por la hegemonía estadounidense de posguerra, pero el bloque social que la sustentaba se derivaba en realidad de una clase creada por el régimen anterior dominado por la Gran Bretaña imperial. Su agricultura hereda la lógica de los plantadores coloniales que crearon las plantaciones de azúcar en el Caribe, roturando las complejas selvas durante mucho tiempo moldeadas por los pueblos arahuacos e importando la caña de azúcar, una planta asiática, para que allí la cultivara y cosechara una mano de obra esclava. En su libro Changes in the Land (1983) William Cronon documentó cómo las ideas puritanas del jardín del Edén –un imaginario explícitamente invocado por el título del libro de Monbiot– distorsionaron las percepciones del lugar que los colonizadores llamaron Nueva Inglaterra. Percibieron a las tribus abenakis como primitivas en un paraíso en el que abundaba la caza mayor, los bosques proporcionaban muchos estupendos productos para comer y las tierras eran fértiles para el cultivo del maíz. El paraíso se deshizo cuando los colonos dividieron y vallaron la tierra, porque no entendieron que las poblaciones indígenas practicaban lo que hoy se llamaría agroforestería, atrayendo a los venados a lugares específicos.

Más hacia el oeste en la línea fronteriza, el Estado expansionista del siglo XIX y el capital ferroviario fueron incapaces de concebir las praderas americanas como unos enormes pastos para decenas de millones de bisontes moldeados por la población lakota, cuyas formas de vida estaban intrincadamente unidas a la multitud de plantas y animales de las llanuras. A partir de la década de 1870, los granjeros europeos que se asentaron en las praderas, ahora ya despejadas de su población nativa, de sus plantas y de sus animales, practicaron una agricultura de exportación basada en el cultivo de cereales y en el ganado bovino, que se convirtieron en nuevos productos naturales incorporados a la economía mundial. El régimen de monocultivo-ganadería del periodo de posguerra descrito por Monbiot se conformó mediante precios subvencionados para productos concretos, especialmente el maíz y la soja, cuyos campos crecieron a la par de las industrias de alimentación de ganado, sustituyendo a la paja y el heno como alimento para el ganado bovino, porcino y aviar ahora estabulado. Un resultado de ello fue la inmensa reducción de número de explotaciones agrícolas; los subsidios recompensaban la producción a gran escala de monocultivos, lo que impulsaba a los operadores de mayor tamaño a concentrar las granjas de sus vecinos. Las operaciones agrícolas ampliadas se convirtieron con el tiempo en oportunidades de inversión; los inversores, y no tanto los granjeros, se embolsaban los subsidios. Una de las hojas de la tijera eran las grandes empresas químicas y de maquinaria, que vendían los insumos necesarios para reemplazar la fertilidad y los controles naturales de plagas y enfermedades que se habían perdido con la consolidación de los monocultivos. La otra hoja comprendía a las gigantescas industrias de procesado alimentario que monopolizaban las compras.

El régimen alimentario ha ido de crisis en crisis desde la Cumbre Mundial del Hambre de 1974

El complejo ganadero apuntaló un enorme aumento del consumo de productos cárnicos y lácteos, a la vez que proporcionaba los insumos colaterales del maíz y la soja, que pasaron de las industrias de alimentación para el ganado a las industrias alimentarias capitalizadas. Las mercancías comestibles que proliferaron en las estanterías de los supermercados combinaban estos productos derivados con productos químicos hasta entonces no consumidos por los seres humanos y amablemente denominados “aditivos”. Los supermercados, a su vez, arrinconaron a las carnicerías, fruterías y panaderías locales, lo cual modificó las dietas. Se centraron no solamente en la carne y los lácteos, sino también en los nuevos alimentos ultraprocesados. Los ingredientes sustituibles se agruparon en categorías inventadas de “almidones”, “grasas” y “edulcorantes”; las etiquetas nutricionales detallaron las proteínas, las calorías, las vitaminas, etcétera en minúsculas etiquetas, mientras que los productos de la granja, como el brócoli, se convirtieron en añadidos que ahora figuraban en la cara visible del paquete para invocar el espíritu de las cocinas clásicas.

Un puñado de megacorporaciones y sus laboratorios estarán en disposición de controlar las nuevas fuentes de proteínas

Ahora se está produciendo un cambio ulterior, procedente de un régimen alimentario que ha ido de crisis en crisis desde la Cumbre Mundial del Hambre de 1974. Una y otra vez los capitales agroalimentarios fueron rescatados por los Estados más potentes, arrinconando a los países más débiles y vulnerables y a los movimientos sociales. El papel de los Estados y de las organizaciones supraestatales está en buena medida ausente en Regénesis: Alimentar al mundo sin devorar el planeta, pero sería complicado exagerar el impacto sobre la agricultura mundial de los programas de ajuste estructural del fmi, que obligaban a los países endeudados a maximizar las cosechas para la exportación, incrementando así el precio de los ingredientes de las cocinas locales. Las dietas pobres y las inhumanas condiciones laborales trajeron la inseguridad alimentaria a las poblaciones locales y las hicieron vulnerables ante las enfermedades. Ahora las industrias de alimentos ultraprocesados dirigen la persistente lógica de la incorporación de nuevos productos a la economía mundial. A medida que los ingredientes se vuelven cada vez más sustituibles, el último producto agrícola incorporado a esta (después del tabaco, los cereales, el ganado, el maíz y la soja) es la plantación de palma. El aceite de palma, primero cultivado domésticamente en África Occidental, se trasplantó a Asia a partir de la década de 1990. Las pequeñas explotaciones africanas aún plantan la palma dentro de una matriz de bosques y campos y continúan usándolas para sus necesidades culinarias y culturales. Las plantaciones de palma de Malasia e Indonesia proveen aceites aún más baratos para los alimentos ultraprocesados, después de roturar bosques tropicales y acabar con los seres vivos que los habitan. Contratan como mano de obra a quienes históricamente conformaron estos hábitats específicos. Las plantaciones de palma ahora han regresado a África, donde amenazan la agroforestería tropical.

La falta de atención a las relaciones de poder es especialmente evidente en el planteamiento de Monbiot sobre las proteínas y las grasas, respecto a las que pide básicamente que los movimientos medioambientales se alineen detrás del subsector emergente del capital riesgo atento a la producción de proteínas de laboratorio. Festeja las posibilidades –“limitadas únicamente por nuestra imaginación”– sin comentar el cambio de la evolución de las formas de cocinar guiadas por la experiencia y el deseo a otras guiadas por el interés de grupos empresariales. E ignora al sector líder de las “alternativas a la carne” –la carne celular– con el desplazamiento de la tecnología, de la química a la genética. Todo ello se adecúa al desplazamiento de la fuerza impulsora del libro. La protección de los suelos del mundo acaba subsumida en el objetivo de abolir la industria cárnica y láctea; el veganismo, más que la preservación, se convierte en el motor de la argumentación. Detrás de Solar Foods, pronto se descubre un abanico vertiginoso de empresas recién creadas, de emisiones de acciones y de absorciones y adquisiciones de empresas públicas y privadas dedicadas al diseño genético y la manufactura de proteínas, entre ellas Bayer, dueña de Monsanto, y Exxon, que está investigando la fermentación microbiótica para fabricar biocombustibles. A este subsector le interesa trasladar sus tecnologías desde los márgenes al centro de los mercados alimentarios, lo cual tendrá como resultado que un puñado diferente de megacorporaciones y sus laboratorios estarán en disposición de controlar las nuevas fuentes de proteínas del mundo a partir de una base genética aún más endeble. Cuesta entender que un desarrollo así sea algo distinto de la extensión de la dieta estándar global.

Hoy la comida barata son las pastas precocinadas y las pizzas congeladas, mientras que los ricos comen productos frescos orgánicos

Lo que el concepto de Monbiot no tiene en cuenta es que, en realidad, se trata de una dieta de clase, lo cual no es nada nuevo. El azúcar colonial proporcionó consuelo a la población londinense empobrecida durante el siglo XVIII; Engels describía la dieta de la clase obrera de Manchester durante la década de 1840 como lo que quedaba en los mercados que la clientela con más dinero había frecuentado a primera hora del día. Mientras que antaño la gente pobre consumía menos carne y de peores cortes que la gente rica, hoy la comida barata son las pastas precocinadas y las pizzas congeladas, mientras que los ricos comen productos frescos orgánicos, cuyos elevados precios son el resultado de su existencia en los márgenes de la agricultura predominante liderada por las megacorporaciones agrícolas y ganaderas. Esta división dietética de clase solo puede agrandarse a medida que la producción alimentaria industrial desplace a los productos agrícolas. Monbiot tiene la esperanza de que pueda evitarse la conquista de este nuevo sector por parte de las grandes corporaciones, pero suena como un deseo ingenuo. No explica cómo podrían imponerse realmente leyes antimonopolio o límites a la propiedad intelectual. La ciencia ficción ya nos ha advertido de esta posibilidad futura. La película de 1973 Soylent Green (Cuando el futuro nos alcance) describe un futuro distópico –en 2022 ni más ni menos– en el que los habitantes de Nueva York ingieren únicamente galletas de soja y lentejas manufacturadas en una fábrica pantagruélica; no pueden ni imaginar el sabor de la carne o de las fresas, restringidas a una minúscula élite que puede permitirse sus precios exorbitantes.

Detrás de las causas de la soberanía alimentaria y la agroecología se halla quizás el movimiento social más importante del mundo

En Regénesis: Alimentar al mundo sin devorar el planeta la democracia y el poder corporativo se relegan a un segundo plano. ¿Cómo explicar esto? Monbiot tiene un historial de posturas poco ortodoxas. Podríamos traer a colación su defensa de la energía nuclear: opuesto a ella en un primer momento, rompió con buena parte del activismo verde en 2011 por su apoyo a la misma. Igualmente resulta sorprendente que a diferencia de su entusiasmo por el subsector de la alimentación industrial “no cultivada en explotaciones agrícolas”, Monbiot descuide o rechace a quienes sería esperable que respaldara. Detrás de las causas de la soberanía alimentaria y la agroecología se halla el que probablemente sea el movimiento social más importante del mundo. Vía Campesina es una organización de pequeños agricultores fundada en 1992 para protestar contra la incursión de la Organización Mundial del Comercio en la agricultura, que defiende los derechos sociales y culturales al tiempo que la prosecución de objetivos medioambientales. Entre sus miembros se cuenta el Movimiento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra brasileño, la Alianza por la Soberanía Alimentaria en África (AFSA) y muchos otros movimientos locales. Vía Campesina lucha para defender los paisajes bioculturales contra el capital extractivo y sus Estados cautivos. Los miembros de la AFSA han logrado promover leyes que combinan el derecho consuetudinario con la protección de los derechos de las mujeres, la infancia y la juventud. Organizaciones de pequeños agricultores como estas buscan defender las ecologías y las culturas de sus territorios amenazados por los poderes corporativos de la minería y la extracción de madera, así como por los monocultivos. Las personas que lideran estos movimientos, que defienden el agua y la tierra, son cada vez más víctimas de asesinatos.

Vía Campesina y sus aliados han logrado una serie de victorias ante la ONU y la FAO

En los últimos años, Vía Campesina y sus aliados han logrado una serie de victorias ante la ONU y la FAO en las que se han adoptado principios agroecológicos por diversos comités. El Grupo Forest Tenure Funders adjudicó 1.700 millones de dólares en la COP26 para apoyar los derechos de las poblaciones indígenas y la salvaguarda de los bosques. Ahora Francia está pidiendo el reconocimiento de las tierras renovadas mediante buenas prácticas agrícolas como sumideros de carbono y presiona a la Unión Europea para que apoye la agricultura saludable, incluyendo la agroecología. Naturalmente, siempre existe el peligro de la apropiación. “Smoke and Mirrors”, un informe del Panel de Expertos Independiente sobre Sistemas Alimentarios Sostenibles apunta que términos como “soluciones basadas en la naturaleza” y “sostenibilidad” están siendo utilizados para esquivar las críticas. Como sus aliados del sector de los combustibles fósiles, el capital agroalimentario se apropia rápidamente del lenguaje que lo critica. La industria pesticida, experta en propaganda, hoy se denomina CropLife.

Monbiot justifica su marginación de este movimiento global por sus bajos rendimientos. Quienes promueven la agroecología y la soberanía alimentaria, defiende, a menudo son “ciegos ante el rendimiento” y olvidan que “es imposible alimentar al mundo con una agroecología de bajo rendimiento”. Aquí y en otros textos, Monbiot se basa en una agronomía, cuyo compromiso con la modernización de la agricultura aplica criterios de eficacia estrechos, que favorecen las cosechas únicas en campos homogéneos, lo cual le lleva a cuantificar inadecuadamente buena parte de lo que es realmente importante para los sistemas naturales. Los criterios del “mayor rendimiento en la menor cantidad de tierra posible” se aplican únicamente en campos en los que se cultiva un único producto: el rendimiento es mucho más difícil de calcular en sistemas de cultivos mixtos, especialmente en los integrados en el seno de las dinámicas de ecosistemas específicos, ya sean bosques, marismas o praderas. Monbiot reconoce a medias que “a veces los rendimientos de la agroecología son mayores que los de la agricultura convencional”, si se tienen en cuenta la totalidad de los factores, y menciona de pasada los éxitos cosechados en la India y Malawi. Pero seguir este hilo socavaría sus prescripciones.

Las consecuencias ecológicas y para la salud de reemplazar las granjas mixtas por monocultivos están bien documentadas. Estas incluyen la pérdida de “servicios ecológicos” procedentes de los bosques talados y la desaparición de las cosechas que fijan el nitrógeno, del estiércol animal, de las plantas de hoja verde y de los insecticidas fabricados a base de plantas. Todos estos elementos son sustituidos por fertilizantes y pesticidas químicos, así como por maquinaria, como en el caso de los pozos que extraen agua del subsuelo para que las cosechas sean más fiables que si dependieran de la lluvia… hasta que esta se gasta. A ello se añade la contaminación que tan bien describe Monbiot. La gente desplazada por los monocultivos pierde acceso a los alimentos locales. En la India, la Revolución Verde, que fue el origen del argumento de la preservación de la tierra, que adoptan determinados conservacionistas incluyendo a Monbiot, hizo que las lentejas fueran más caras que el arroz y dejó a la gente sin proteína vegetal. También se les privó de verdura (redefinida como hierbas) y de los productos del bosque, que proporcionaban vitaminas, minerales, pienso para animales y medicinas tradicionales. El primer déficit nutricional del que se informó ampliamente después de la Revolución Verde fue el de vitamina A, que causa ceguera. Por supuesto, esto puede remediarse con suplementos: el capitalismo siempre vende soluciones para los problemas que crea. Sin darse cuenta, Regénesis: Alimentar al mundo sin devorar el planeta nos lleva de vuelta a la lógica del sistema agrícola global que buscaba subvertir.

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Este texto se publicó originalmente en New Left Review.

jueves, 1 de diciembre de 2022

Demografía de Redecilla del Camino, 2021/2022. INE.

 Demografía de Redecilla del Camino.

martes, 31 de mayo de 2022

La provincia de Burgos ha perdido 21.240 vecinos en 10 años. Radiografía del desierto demográfico.

 Buena parte de la provincia de Burgos se ha convertido de un tiempo a esta parte 
en un auténtico desierto demográfico.
Redecilla del Camino pierde 47 habitantes en 20 años 
y tu tasa de natalidad es de 20,83/1000.
En 37 municipios no se ha inscrito ningún nacimiento entre 2000 y 2020, 
la mayor cifra de toda España.


Redecilla del Camino pierde, en 20 años, 47 habitantes.

Buena parte de la provincia de Burgos se ha convertido de un tiempo a esta parte en un auténtico desierto demográfico. Y la tendencia, lejos de frenarse, parece ir a peor a medida que avanza el tiempo, tal y como demuestran los datos del padrón municipal de la última década, que reflejan una paulatina pérdida de población a todos los niveles.

Las cifras, en este sentido, son demoledoras: en 2011, la población de Burgos alcanzó su techo histórico con 375.657 habitantes. Desde entonces, la provincia ha perdido la friolera de 21.240 vecinos. Y eso a pesar de que la llegada de inmigrantes ha amortiguado parte del golpe demográfico. Sin su aportación neta a la estadística, los datos serían todavía peores, ya que, básicamente, apenas nacen niños.

La estadística es este sentido también es demoledora. En 2020, último año con cifras oficiales en el Instituto Nacional de Estadística (INE), nacieron en la provincia un total de 2.165 niños, un número muy alejado del máximo registro histórico, que data de 2008. Aquel año, la tendencia demográfica aún venía espoleada por la época de bonanza económica previa y nacieron en Burgos un total de 3.525 niños. No obstante, la crisis lo cambió todo, y la cifra de nacimientos comenzó a dibujar a partir de ese momento una tendencia claramente inversa. La caída de la natalidad desde entonces se sitúa en el 38,5%, uno de los índices más preocupantes de todo el país, pero muy similar al de otros territorios de la España interior.

Además, los pocos niños que nacen cada año en la provincia lo hacen en apenas un puñado de municipios. Sólo la capital acumula más de la mitad de las inscripciones de recién nacidos de toda la provincia (1.199 en 2020, un 55, 3% del total). A partir de ahí, los únicos municipios con cierto peso en la estadística de nacimientos son Aranda (236 nacimientos) y Miranda (234). Curiosamente, la capital de La Ribera adelantó años atrás a la ciudad del Ebro en este aspecto, a pesar de que esta última sigue contando con mayor población empadronada.

En todo caso, el número de nacimientos en ambas ciudades también ha descendido sensiblemente en la última década, como también lo ha hecho en la práctica totalidad de los grandes municipios de la provincia.

Eso sí, el impacto ha sido mayor en unos lugares que en otros. Por ejemplo, la caída de la natalidad en Briviesca -y de población- es muchísimo más acusada que en otros municipios. En el último ejercicio con datos oficiales sólo se registraron 26 niños en la capital de La Bureba, muchos menos que, por ejemplo, en Medina de Pomar, cuya evolución en este sentido está siendo más plana.

En 37 municipios burgaleses no se ha inscrito ningún nacimiento en 20 años

A partir de ahí, el resto de municipios de la provincia se quedan a verlas venir. Y, en la mayoría de los casos, cada vez de una manera más sangrante. De hecho, en la provincia hay hasta 37 municipios en los que no se han inscrito nacimientos entre los años 2000 y 2020. Estamos hablando del 10% de los municipios de la provincia. Casi nada.

Cabe destacar que la inmensa mayoría de esos municipios tienen menos de un centenar de vecinos empadronados, y los que superan esa población (Humada, Barbadillo de Herreros, Valle de Valdelaguna y Huerta de Arriba), lo hacen por poco.

En todo caso, esos 37 municipios no son una isla en el conjunto de la provincia. Otros muchos van por el mismo camino. De hecho, en otros 37 municipios sólo se ha registrado un nacimiento en los últimos 20 años con datos oficiales, y en otros 38 sólo se ha inscrito a un par de retoños.

Un simple vistazo al mapa de población permite tener una visión relativamente acertada de la situación. Más allá de los grandes núcleos urbanos, la provincia de Burgos se está convirtiendo en un erial que pierde población a pasos agigantados.

Así, un total de 163 municipios de la provincia (el 44%) cuentan con menos de cien vecinos, y la tendencia es a la baja. Mientras tanto, la mayor parte de la población se concentra cada vez más en Burgos y su alfoz, Miranda, Aranda y las grandes localidades de Las Merindades (Medina de Pomar, Villarcayo y Villasana de Mena).

En todos esos lugares se ha registrado un incremento de población desde el año 2000, más evidente en unos y mucho más ajustado en otros. Por ejemplo, nada tiene que ver el crecimiento de la población de Aranda en los últimos 20 años (3.425 habitantes más, un 11,5%) con el de Miranda (129 habitantes más, un 0,36%). Además, si en vez de tomar como referencia el año 2000 se comparan los últimos datos con los de 2011, en la inmensa mayoría de los casos el resultado es negativo.

En este sentido cabe una mención específica para municipios como Oña (617 habitantes menos en 20 los últimos años), Espinosa de los Monteros (-522), Sasamón (-549), Villadiego (-488), Melgar de Fernamental (-473), Pradoluengo (-562), Belorado (-313) o Quintanar de la Sierra (-475). Todos ellos comparten un perfil similar, al ser municipios de tamaño medio con un marcado carácter rural y alejados de los grandes núcleos de población.

Sólo Arcos parece escapar de esa tendencia, con un crecimiento poblacional acumulado cercano al 650% en dos décadas, pasando de los 276 habitantes empadronados a principios de siglo a los 1.776 registrados en 2020.

España Vaciada

En todo caso, la fotografía de situación que presenta Burgos en términos poblacionales es muy similar a la que ofrecen buena parte de las provincias de la España interior. Y es que, la despoblación es un problema que sacude a la práctica totalidad de las zonas rurales de Castilla y León, así como en buena parte de Galicia, Huesca y las provincias del Sistema Ibérico, esto es, a la España Vaciada.

Lo llamativo es que, mientras todos esos territorios se convierten paulatinamente en un auténtico desierto demográfico, con la natalidad por los suelos y una tasa de envejecimiento disparada, apenas unos kilómetros más allá se vive otra realidad, con núcleos urbanos cada vez más grandes. De hecho, el impulso de Madrid y parte de las provincias del litoral ha permitido que España en general aumente su población en los últimos años.

Todas las noticias de Burgos, en BRUGOSconecta.  

jueves, 14 de abril de 2022

La sangre es una semilla

La sangre es una semilla
Premio de formato abierto de World Press Photo 2022.
Fotógrafa: Isadora Romero*


A través de historias personales La Sangre Es Una Semilla: preguntas sobre la desaparición de las semillas, sobre la forzada la migración, el racismo, la colonización y sobre la posterior pérdida de ancestral conocimiento.

Durante el transcurso del siglo XX, el 75% de la diversidad genética de plantas agrícolas se perdió a nivel mundial. Una de las principales fuerzas impulsoras de la disminución de la agrobiodiversidad es el impulso del cultivo de monocultivos de variedades modificadas y, a menudo, no nativas, para cultivos de mayor rendimiento.

El video es narrado por el fotógrafo y su padre ( https://www.worldpressphoto.org/collection/photo-contest/2022/Isadora-Romero-OPFA/1)  , y está informado por la memoria del padre, así como por sus propias percepciones de las transformaciones experimentadas por los pequeños agricultores en las últimas tres generaciones. El padre de Romero emigró en 1981 en busca de mejores oportunidades y para escapar de la violencia que vivía Colombia en esos años.

El video está compuesto por fotografías digitales y de película, algunas de las cuales fueron tomadas en película caducada de 35 mm y luego dibujadas por el padre de Romero. En un viaje a su pueblo ancestral de Une, Cundinamarca, Colombia, Romero espera aprender sobre su historia y explorar los recuerdos olvidados de la tierra y los cultivos, y sobre su abuelo y bisabuela, quienes fueron 'guardianes de semillas' y cultivaron varias variedades de papa. . Solo dos variedades de patata se siguen consumiendo principalmente en Une.

Aunque el proyecto es una exploración del pasado, se involucra con técnicas contemporáneas, jugando con los paralelos entre los códigos genéticos y los códigos binarios de las fotografías digitales, para preservar este conocimiento antiguo para el futuro.

Este es un proyecto muy fuerte que aborda un tema de preocupación mundial desde un ángulo personal, reflexionando sobre la pérdida personal. 
A través de la investigación de sus propias raíces y ascendencia, la fotógrafa aborda el borrado violento y estratégico del conocimiento cultural que continúa teniendo consecuencias profundamente arraigadas en las nuevas generaciones, la sociedad en general y la Tierra. 
La combinación de métodos y capas sensoriales (sonido, diseño de código y dibujos colaborativos) construyen un lenguaje claro que es a la vez personal y político. 
El video tiene un buen ritmo y es un gran ejemplo de cómo la categoría de formato abierto es un espacio donde los fotógrafos pueden hacer uso de varios medios de una manera coherente e imaginativa para transmitir una narrativa de relevancia mundial.

El jurado otorgó a este proyecto el premio de formato abierto de World Press Photo porque conecta la pérdida personal del conocimiento ancestral y el patrimonio cultural con el borrado estratégico del conocimiento antiguo y las formas de vida, en un impactante comentario sobre las consecuencias de la pérdida de la agrobiodiversidad global.

*Isadora Romero es una narradora visual independiente ecuatoriana con sede en Quito, Ecuador. Le interesan los temas sociales, de género y ambientales. Sus ensayos visuales, explorando la frontera entre el arte y el fotoperiodismo, buscan diferentes enfoques utilizando diversas herramientas narrativas. Romero es co-fundador de Ruda Colec.

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