Román Sánchez Besteiro / El politólogo que volvió a las raíces:
Entrevista a Román Sánchez Besteiro.
Nació en Cervantes. 1.209 habitantes, repartidos en 21 parroquias y 71 lugares, en una extensión de 276 km2, dice la Wikipedia.
Sí, nací en San Román de Cervantes, la capital municipal, mis padres no se complicaron mucho con el nombre. Eran maestros allí, ella en una escuela unitaria y mi padre en Preescolar na Casa [un innovador programa educativo, activo de 1977 a 2012, que suplía, sobre todo en el medio rural, las carencias de escolarización]. Tuve una infancia errante, como todos los hijos de maestros, hasta acabar en Lugo, pero siempre tuve mucho contacto con Cervantes, sobre todo gracias a Ramiro, uno de aquellos curas rojos, impulsor de muchas iniciativas que dinamizan Ancares.
Se fue a Madrid a licenciarse en Derecho y en Políticas. ¿En concreto, qué quería ser de mayor?
Desde muy pequeño me interesó mucho la política, y me imagino que quería ser profesor de universidad, pero me decepcionó que los profesores que a mí gustaban no les gustaban a mis compañeros y al revés. Volví a Santiago, a hacer un máster en Comercio Exterior y entonces, me llamó el cura Ramiro, porque la cooperativa A Carqueixa atravesaba un momento delicado, y me dijo que me veía con iniciativa e ilusión.
Lo de las vacas no era negocio…
No, todo venía del problema con una sala de despiece de principios de siglo (Artesanos Gallegos de la Carne) de la que éramos socios con más cooperativas que comercializaban ternera gallega suprema. Fallaron los distintos socios industriales, falló Mercadona que iba a ser el principal cliente y acabamos siendo otro juguete roto de sus proveedores. Para la cooperativa supuso perder el capital social y perder la confianza de muchos socios, porque hubo retrasos en los pagos.
Pero lograron reponerse.
Optamos por llegar al cliente sin intermediarios. Hicimos una encuesta a los socios y socias y decidimos apostar por la marca propia y la comercialización directa. Al principio sólo por internet. Vendíamos carne por lotes cerrados: tanto de costilla, tanto de filetes, tanto de carne para asar… Ahora ya podemos diversificar y servir lo que se quiera. Tenemos dos puestos en el mercado de abastos de Lugo y estamos empezando a comercializar comida elaborada: empezamos con jarrete con castañas, ternera con salsa de higos, callos y caldo. Todo de animales que se han alimentado de la leche materna hasta por lo menos los siete meses.
Les va bien, vamos.
Somos 215 socios de Cervantes, Navia de Suarna, Fonsagrada, aunque algunos ya no están en activo. Somos los que mejor pagamos los terneros y conseguimos poner en valor lo que Oliver Laxe, vecino de Ancares, el director de O que arde, llamó “ganadería heroica” en una campaña que hizo con integrantes de la cooperativa que habían participado en la película. Una ganadería con los valores tradicionales: trashumancia, alimentación natural, cuidado extremo de los animales. El socio que más ganado tiene, tiene cien vacas, pero la media es de 25 por casa. Y como se hacía antes, también le sacamos rendimiento a otros productos como la miel o la castaña. Llegamos a recoger algún año 220 toneladas de castaña. Los últimos años, sólo 10 o 25 porque vino la plaga de la avispilla.
¿Cómo fue pasar de los ambientes universitarios de Madrid y Santiago a San Román de Cervantes? ¿Qué está, a una hora de Lugo?
A 45 minutos. Son 65 km, la mayoría por autovía, aunque hay sitios como Piornedo, que están a hora y media. En Cervantes estuve seis años, y ahora llevo tres a caballo entre Cervantes y Begonte [una pequeña población a 30 km de la ciudad, en la otra dirección] porque mi pareja trabaja en los alrededores de A Coruña y así nos pilla a medio camino. Yo sigo teniendo bastante relación con la gente con la que estudié de chaval en Lugo, incluso fui presidente de la Federación de Peñas del CD Lugo. Por otra parte, en Cervantes hay tres asociaciones culturales funcionando. Y disfruto mucho con la naturaleza.
Tiene el trabajo a 95 kilómetros de casa. No queda muy rural.
Estoy allí dos o tres días a la semana. Yo siempre quise vivir en la casa que estoy rehabilitando, la de mis abuelos paternos. Mi abuelo materno, Emilio, que era tratante de terneros y fundador de una exitosa cooperativa de piensos, acostumbraba a ver oportunidades donde los demás veían fracasos. Me llamó mucho la atención un día que hablando de mi tío José María [José María Besteiro, productor de cine y televisión] dijese: “Si siguiera aquí no iba a ganar menos”.
Contra lo que se piensa y lo que se dice, aquí con la ganadería y la agricultura puedes ganarte bien la vida.
No es ese el pensamiento mainstream entre la gente del medio rural.
Cuando la gente idealiza el pasado es que no lo vivió. Era un trabajo muy duro, prácticamente esclavo y de supervivencia, y eso permanece en la memoria. La escuela es urbanizante y la gente expulsa a sus hijos fuera. El éxito es que tu chaval o tu chavala estudie y consiga ser médico en Lugo, y no que se quede y tenga una granja modelo.
Da pena ver prados abandonados o convertidos en eucaliptales
O sea, que el problema es más cultural, de enfoque, que económico.
Una tierra tan productiva como la que tenemos sería un lujo para hacer lo que se quisiera. Da pena ver prados abandonados o convertidos en eucaliptales. Lo que se necesita es autoestima y ordenación del territorio. Afortunadamente, empieza a cambiar la tendencia, hay gente que quiere permanecer y eso, entre otras cosas, es un servicio a la sociedad.
¿Qué le parecen las tractoradas de estos días?
Un segundo aspecto en lo que tienen razón es en cuestiones como la enorme burocracia, y medidas que están pensadas para zonas de Europa con explotaciones de grandes extensiones no tiene sentido implantarlas en fincas de medio ferrado [unos 250 m2].
Con ese discurso regeneracionista, ¿no le tira la política?
Sí, siempre digo que todo lo que hacemos es política, pero si de lo que se trata es de transformar la vida en el medio rural creo que las cooperativas y las comunidades de montes tenemos más capacidad que las administraciones públicas. Y creo que además el gerente de una cooperativa no se debe significar, porque la gente que está en ella es de todos los colores.