Cualquier enfermedad, desde la más grave hasta un simple catarro, se propagaba como la peste. «Cuando hay nieve en los caminos, se verán en ella esputos coloreados con puntos de sangre rutilante», escribió el doctor Juan Clímaco Mingo de Simón, oriundo de Pradoluengo, en Apuntes para el estudio topográfico médico del Partido Judicial de Belorado, editado por la Diputación de Burgos. 153 páginas (146 numeradas) en las que daba buena cuenta de las duras condiciones de vida que afrontaba gran parte de la población en la Rioja Burgalesa, que a finales del siglo XIX superaba los 15.000 habitantes.
El manuscrito, presentado en la Real Academia de Medicina de Barcelona en 1884, fue uno de los primeros de esta naturaleza en España. En la provincia de Burgos, nunca antes se había elaborado un documento similar y sirvió después de base para otras topografías (tampoco muchas). Más allá del plano estrictamente científico, el trabajo de Clímaco permitió «dar un puñetazo encima de la mesa» para desmontar supercherías. Frente a curanderos, sanadores y demás vendedores de humo, observación sobre el terreno y planteamientos racionales a base de ensayo y error.
«Hubo un caldo de cultivo muy bueno en la zona durante aquellos años porque estaban a la última a nivel científico», remarca Juanjo Martín, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Burgos (UBU) y autor de La topografía de Clímaco. Vivir, enfermar y morir en la Rioja Burgalesa a finales del siglo XIX. Cuesta creerlo al tratarse de un entorno rural de la vieja Castilla, pero no hay que olvidar la existencia de un «movimiento económico y social» en la comarca que propició, entre otras cosas, la constitución de una de las primeras asociaciones médicas del país.
Había pujanza, sí, pero solo para unos pocos. La gran mayoría «vivía en casas infames, comía mal y tenía salarios muy bajos». Por no hablar de las «condiciones higiénicas» que tanto afectaban a la salud y a las que Clímaco prestó especial atención con el fin de evitar enfermedades mortales. En aquella época, la esperanza media de vida superaba a duras penas los 30 años y las epidemias de cólera, tifus, viruela o tuberculosis estaban a la orden del día.
«De la tuberculosis no te podías librar. No había remedio y, a veces, la gente huía literalmente de las zonas afectadas»
a punta Martín, trazando una acertada comparativa con el covid porque «al final llegaba a todos los rincones». No obstante, si algo tiene claro al echar la vista atrás es que «eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor es una patraña».
El análisis de Clímaco, que se prolongó durante varias décadas, no se limitó únicamente a recabar información sanitaria. La incipiente irrupción del regeneracionismo favoreció una amplitud de miras desde campos -a priori distantes- como la sociología. En este sentido, Clímaco pone el foco sobre la desigualdad entre las clases acomodadas y el pueblo llano. Por ejemplo, al constatar que «la dieta de los obreros era tan pobre que sus hijos -lo afirman los propios inspectores de Educación- tenían peor color porque estaban mal alimentados».
La comida era una cuestión primordial para asegurarse una mayor esperanza de vida, pero no la única. De hecho, hay determinados factores que, por decirlo de alguna manera, 'democratizaban' el padecimiento de graves enfermedades. «Cuando llega el cólera afecta a todos», esgrime Martín a sabiendas de que «los ricos no se veían libres de posibles epidemias». Y tampoco al tocar lanas que patógenos. No en vano, los más pudientes tenían su propia conducción de agua en casa mientras la red de alcantarillado brillaba por su ausencia.
Resultaban más palpables las diferencias a nivel geográfico. «No era lo mismo vivir en zonas con tierras muy pequeñas para labrar que en pueblos cerealísticos como Castrojeriz o Melgar de Fernamental». Aun con todo, sería «interesante» abordar dicha cuestión en profundidad porque, hasta el momento, «no se ha hecho un estudio económico de la vida rural del siglo XIX en toda la provincia». Se sabe más, lógicamente, de los contrastes sanitarios en la capital. «Había barrios -sobre todo los del sur, los llamados barrios negros- donde la vida era infame», subraya el autor de La topografía de Clímaco mientras puntualiza que «no era lo mismo vivir en el Espolón que en la plaza Vega».
«No podemos ni imaginar las condiciones de vida que hasta hace bien poco han tenido nuestros antepasados»
Desde un punto de vista antropológico, el galeno pradoluenguino también plasma en su escrito cuestiones del día a día de las clases populares. Relata, entre otras cosas, «cómo se divertían y lo alegres que eran las jotas que cantaban los hombres en las tabernas». El consumo de alcohol, en muchos casos, era excesivo. No se tenía en cuenta, por falta de información, lo nocivo que es para la salud. Además, era una forma de aliviar las penas para toda esa gente que «trabajaba 10, 12 o más horas al día y estaba peor alimentada pese a deslomarse».
No es de extrañar que, dadas las circunstancias, proliferasen trúhanes con ganas de hacer caja a costa de la miseria ajena. Aunque «tardíamente», los facultativos fueron dejando a un lado las supercherías para centrarse en la realidad material. Y ahí Clímaco, con su topografía, jugó un importante papel al exponer que «es la ciencia la que explica las enfermedades y no las supersticiones o los castigos divinos».
Desgraciadamente, el sistema educativo llegaba hasta donde llegaba y el desconocimiento campaba a sus anchas. En base a ello, «la lucha de los médicos era constante». Tenían que desmitificar falsas creencias e inculcar hábitos higiénicos. Custión de vida o muerte en muchos casos, urgía erradicar ideas sin sentido. Desde el poder cuasi místico de las plantas hasta prácticas surrealistas y habituales, como cuando «las nodrizas masticaban en su boca lo que iba a comer el niño y luego se lo daban».
Parece de locos, pero ojo. Martín no pasa por alto que «hoy en día vivimos en un mundo en el que se da más cancha a las ocurrencias de políticos trumpistas de extrema derecha y otros tipos de populismo y no se oye a los verdaderos creadores de la ciencia». La difusión de bulos o ‘milagros’ de toda índole a través de las redes sociales amplifica falacias y distorsiona verdades empíricamente demostradas. Partiendo de esta base, el estudio de Clímaco «ayuda a comprender por qué en aquella época parte de la sociedad pensaba que era más pragmático tirar de un mago o de un curandero que de un médico».
Sobre este asunto, la reflexión de Clímaco resulta tremendamente acertada y, salvando las distancias, se puede aplicar en cierto modo al presente. «Los remedios caseros, los graciosos de los charlatanes, van huyendo de la verdadera práctica médica como Satanás de la luz», advirtió con sorna y un halo de esperanza en el futuro al añadir lo siguiente: «No decimos con esto que no haya curanderos ni embaucadores que dejen de explotar al prójimo versátil, crédulo y descontentadizo, pero lo cierto es que no hemos observado tanta credulidad en la generación presente como se cuenta que la tenía a principios de este siglo».
Una de las principal conclusiones a la que llega Martín después de transcribir, analizar y contextualizar la topografía médica de Clímaco es que «no podemos ni imaginar las condiciones de vida que hasta hace bien poco han tenido nuestros antepasados». De ahí su interés, plasmado en un sinfín de libros y publicaciones, por «el día a día de la gente corriente».
«El público, por lo general, tiene una idea de la historia muy difusa. Nos cuentan grandes hechos, épicas batallas, fechas memorables o glorias imperiales, pero la historia constata lo mal que vivía la mayor parte de la población». Dicho esto, que en el fondo sería «lo más básico de todo», Martín agradece la indispensable colaboración de María Teresa Martínez de Sas, catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona (UB). Fue ella quien le puso sobre la pista hace tres años para acceder a una documentación sumamente valiosa. Una pena, eso sí, que ninguno de sus siete hijos tuviese descendencia (solo dos llegaron a la edad adulta). De lo contrario, es probable que se conservasen otros escritos de su puño, sabiduría y letra.