La crisis del coronavirus nos ha recordado que la agricultura es una actividad esencial
y, a la vez, nos muestra las vulnerabilidades de nuestro abastecimiento alimentario
en una economía globalizada atrofiada de tanto crecer.
Para rearticular en lo local la economía y en especial la alimentación,
necesitamos revisar nuestras creencias, valorar y visibilizar, para que florezcan, las alternativas agroalimentarias
que están construyendo una economía arraigada en los territorios con justicia social y ambiental.
¿Cómo lo hacemos?
Universidad de Sevilla,
Fuente Soberanía Alimentaria.
Crecer para morir: el círculo vicioso de las exportaciones agroalimentarias.
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«¡Arriba las manos, esto es un mercado!», del Comando Forquilla Ganivet |
En las últimas décadas, una parte del sector agroganadero local se ha
modernizado y se ha insertado en las cadenas globales de valor con una
creciente orientación agroexportadora. Esta dinámica, lejos de hacerle
ganar valor añadido, lo ha sumido en una profunda crisis económica que
se expresó en las manifestaciones del otoño de 2019. Invirtiendo en
tecnologías que implicaban costes crecientes además de impactos
ambientales, el sector agroganadero, incluida una parte importante de la
agricultura familiar, no ha dejado de aumentar sus producciones y sus
exportaciones. Sin embargo, Europa vive desde hace décadas un problema
estructural de excedentes que empobrece y expulsa a quienes trabajan en
el campo. Recordemos que los excedentes han costado mucho dinero a la
Unión Europea en el pasado llegando a tener que financiar su destrucción
o subvencionar sus exportaciones contribuyendo, paradójicamente, al
hundimiento de los precios internacionales. Sin duda, también han
contribuido a ello la liberalización de los precios agrarios que han
impulsado los acuerdos internacionales de libre comercio y la adaptación
a los mismos de las últimas reformas de la PAC.
La defensa de la orientación exportadora de nuestra agricultura no es una solución, sino un círculo vicioso que nos debilita.
Deberíamos empezar a comprender que la defensa de la orientación
exportadora de nuestra agricultura no es una solución, sino un círculo
vicioso que nos debilita: invertir en profundizar la mecanización y la
digitalización agraria implica nuevos costes para aumentar aún más
producciones que generan nuevas reducciones de precios pese a los
intentos de diferenciación en calidad. Exportamos cada vez más e
importamos también más alimentos, lo que nos hace crecientemente
dependientes de los mercados internacionales. A la vez, se reducen en
número las fincas y aumenta su tamaño, en una dinámica de crecer o morir
que termina siendo de crecer para morir. Estos procesos generan fuertes
impactos ambientales que están destruyendo nuestra capacidad futura de
alimentarnos: creciente consumo de energía tanto en la producción como
en el transporte de los alimentos; pérdida de fertilidad del suelo y de
biodiversidad, como en el caso de los monocultivos del olivar andaluz;
contaminación y agotamiento de los acuíferos, como en los invernaderos
de hortalizas en Almería o de la fresa en Huelva; ganadería intensiva
con fuerte contribución al cambio climático que desestabiliza la
economía de la ganadería extensiva y de las dehesas, por ejemplo, las
macrogranjas porcinas, etc. A ello se unen la reducción del empleo y la
degradación de las condiciones laborales en el campo, en especial para
la mano de obra asalariada jornalera, mucha inmigrante pero también
local.
¿Realmente debemos seguir promoviendo las exportaciones
agroalimentarias para intentar compensar el déficit de la balanza de
pagos y la factura energética? ¿No sería una solución más estratégica
relocalizar y reterritorializar una parte creciente de nuestra
producción alimentaria y también industrial, incluida la de material
sanitario, y moderar así las vulnerabilidades socioeconómicas de una
crisis como la actual? ¿No deberíamos, además, bajar el consumo de
energía asociado al transporte a larga distancia de los alimentos y
otros bienes necesarios para poder mitigar el cambio climático y la
crisis energética? Ese es el debate hoy: es necesario y urgente que las
prioridades cambien.
Rearticular en lo local los sistemas agroalimentarios: ¿cómo lo hacemos?
Disminuir el número de fincas y aumentar la escala y la
intensificación, rebajando la mano de obra y dañando el medio ambiente
nos hace vulnerables: ¿no tendría más sentido mantener e incluso
aumentar el número de fincas, reduciendo la escala, defender el empleo
agroganadero, eliminar excedentes y orientar las producciones
prioritariamente a los mercados locales con criterios de calidad,
sostenibilidad y justicia social?
Una parte del sector agroganadero europeo, hombres y muchas mujeres
del campo, está desarrollando ya desde hace décadas nuevas estrategias
de reducción de insumos, actualizando saberes tradicionales para el
rediseño de los agroecosistemas con innovadores criterios
agroecológicos. También están diversificando sus producciones con
estrategias multifuncionales, defendiendo los mercados locales y
abriendo canales de comercialización en alianza con nuevos agentes
rurales y urbanos, representantes de una sociedad activa y comprometida.
¿Qué racionalidad económica necesitamos que guíe a los hombres y las
mujeres del campo?: ¿maximizar beneficios y producciones, minimizar el
empleo entendido como un coste o generar autonomía económica manejando
la biodiversidad con conocimiento campesino y defender un modo de vida
con una ética del cuidado? ¿Qué racionalidad económica necesitamos que
guíe nuestros hábitos alimentarios?: ¿supermercados desconectados de los
límites de la naturaleza o el cuidado y la justicia socioambiental?
Todavía tenemos una agricultura familiar y cooperativa campesina que
trabaja la tierra cuidándola como modo de vida, buscando la estabilidad y
la autonomía, generando vínculos de vida cotidiana con las gentes de
sus territorios a quienes alimentan desde la proximidad relacional y
física. Este es el sector agroalimentario que necesitamos.
Esta propuesta de soberanía alimentaria no es ni autárquica ni
excluyente. Es un cambio de modelo y de prioridades de forma que el
comercio internacional sea subsidiario del abastecimiento alimentario y
no al revés, primando la proximidad para reducir las vulnerabilidades y
la volatilidad de los mercados globales. La crisis del coronavirus nos
recuerda que es el momento de preguntarnos hacia dónde caminamos y qué
futuro agroalimentario queremos.
Nuevas políticas públicas
Esta transición necesita de políticas públicas a su favor y en este
caso debemos poner la atención en la PAC, especialmente ahora que las
negociaciones sobre su reforma están abiertas. Toda política pública
necesita un modelo de referencia para fijar objetivos y diseñar
políticas coherentes y eficaces. La PAC lleva décadas defendiendo
formalmente un modelo agrario europeo basado en la multifuncionalidad,
la sostenibilidad y la agricultura familiar y cooperativa, pero
destinando la mayor parte de las ayudas a explotaciones intensivas
agroexportadoras integradas en cadenas globales agroalimentarias. Es el
momento de una PAC coherente para la reconversión agroalimentaria que
necesitamos.
El debate sobre la PAC no está solo en los instrumentos, ayudas de
primer o segundo pilar, sino sobre todo en el para quién y para qué.
Estas cuestiones están interrelacionadas porque la forma en que se
cultiva, se crían animales y se elaboran alimentos no es solo una
cuestión técnica sino también sociocultural, económica y política al
mismo tiempo.
Es necesario revertir la actual distribución desigual de fondos
agrarios según la cual el 80 % del dinero lo recibe el 20 % de los
beneficiarios de mayores dimensiones. La PAC debe dejar de subvencionar,
e incluso comenzar a penalizar, las grandes propiedades de tierras y
los modelos intensivos agroexportadores que tienen que iniciar
urgentemente su reconversión. Este proceso implicará la destrucción de
empleo en las industrias de insumos agrícolas, que tendrán que
redirigirse hacia otros sectores del sistema agroalimentario o hacia
otro tipo de actividades en un proceso general de reconversión económica
y productiva para la mitigación del cambio climático. En todo caso,
será necesario que mucha más gente trabaje el campo en un proceso de
reagrarización y reruralización de la vida. Para ello las condiciones
materiales y simbólicas del trabajo en el campo tienen que cambiar.
La PAC debe concentrar sus fondos en la agricultura y la ganadería a
pequeña escala donde predominan el autoempleo y las racionalidades
económicas sociales y cooperativas. La profesión agroganadera tiene que
dignificarse y las políticas públicas pueden contribuir a garantizar una
renta agraria mínima para todo agricultor o agricultora que trabaje la
tierra con criterios agroecológicos y genere empleo de calidad. De la
misma forma, los derechos laborales y sociales de quienes trabajan en el
campo, libres de discriminaciones raciales o de género, deben estar
garantizados por el conjunto de la sociedad; la producción de alimentos
ha de considerarse un servicio público esencial.
Las políticas públicas deben garantizar una renta agraria estable
capaz de atraer a la juventud y en especial a las mujeres a formas
agroecológicas de producir alimentos y a la dinamización de mercados
locales. Recordemos que los procesos de despoblamiento rural están, en
muchos lugares, asociados a la emigración de las mujeres como resultado
de la falta de oportunidades para desarrollar un proyecto de vida
autónomo en el medio rural. Para ello son necesarias políticas
imaginativas y activas de acceso a la tierra para mujeres y jóvenes a
través de bancos de tierra y políticas integrales de reforma agraria
destinadas a dinamizar nuevos sistemas agroalimentarios locales. Para
ello, las políticas públicas, más allá de la PAC, tendrán que financiar
unos servicios públicos de asesoramiento agroecológico, con personal
técnico formado para ello, articulados con una investigación
participativa al servicio de quien trabaje la tierra, transforme
alimentos y los comercialice en el ámbito local.
No se trata de subsidiar actividades económicas que no son viables.
Por el contrario, se trata de impulsar un cambio en la forma de producir
y comercializar alimentos hacia una nueva economía local próspera y
estable. Se trata de favorecer una estabilidad que se asienta en una
población local que come cotidianamente alimentos saludables de
proximidad con precios asequibles y así garantiza unos ingresos estables
para productores y productoras locales que practican una agroecología
de bajos insumos y costes.
Necesitamos una nueva PAC para colocar la alimentación en el centro y
rearticular las economías locales en torno a ella, ayudas para
acompañar la reconversión no solo del modo de producir alimentos, sino
también de su comercialización y consumo. La compra pública de alimentos
locales en escuelas, hospitales, centros de mayores… junto a la
dinamización de canales cortos de comercialización y mercados locales
tienen que ser políticas públicas generalizadas en los territorios para
esta transición en marcha.
Necesitamos
miradas nuevas que vean en lo rural el espacio que nos da la vida,
territorios llenos de sabiduría, riqueza y belleza que hay que defender.
La alimentación en el centro
Para colocar la alimentación en el centro y rearticular la economía
de nuestros territorios hay que comenzar con un cambio cultural
profundo. Necesitamos cuestionarnos los sesgos que se esconden detrás de
nuestras miradas hacia lo agrario, lo rural y lo doméstico cuando los
vemos como mundos a abandonar, atrasados, sin valor. Necesitamos
cuestionar los relatos que nos impulsan a fortalecer unas dinámicas
suicidas con mitos de riqueza, progreso, desarrollo, eficiencia,
productividad, competitividad y crecimiento, que en realidad implican
daño para las personas y para la naturaleza de la mano de pérdidas de
empleo, aumento de las desigualdades sociales, empobrecimiento para la
mayoría, en especial para quienes trabajan la tierra, y destrucción de
unos recursos naturales imprescindibles para la vida.
Necesitamos miradas nuevas que vean en lo rural el espacio que nos da
la vida, territorios llenos de sabiduría, riqueza y belleza que hay que
defender. Necesitamos ver y sentir el mundo agrario campesino y
agroecológico con el reconocimiento y agradecimiento que merecen quienes
nos alimentan sin destruir nuestras posibilidades futuras de vida.
Necesitamos disfrutar todos, no solo las mujeres, de nuestras cocinas y
nuestra comida diaria como parte del cuidado y del cariño compartido con
nuestra gente querida. Los cambios que necesitamos solo podrán venir de
la mano de una nueva forma de sentir y mirar el mundo agrario, rural y
culinario. Nuestra capacidad actual y futura para alimentarnos es lo que
está en juego. Es, sin duda, el momento de plantearnos el futuro hacia
el que queremos caminar y comenzar a dar los pasos hacia él.
Marta Soler Montiel
Universidad de Sevilla.