viernes, 7 de agosto de 2020

Pandemia, mentiras y miedo

Esteban Cabal.

labrujula.info

De pequeño, todo te lo crees. Que si Dios, ese señor de barba blanca sentado en una nube, es uno y trino, que si cometes pecado mortal irás al infierno, que si el ratoncito Pérez, el hombre del saco, los Reyes Magos de Oriente… En fin, la cándida, trémula y crédula infancia.

Luego vienen los desengaños, nada es como pensabas, la cigüeña no viene de París porque serías francés, tu madre no te quiere tanto, no te compró la bici que te había prometido si aprobabas. Tu padre es cleptómano y os tenía a todos engañados. Tu mejor amigo se acuesta con tu novia y te enteras tres años después. Y en el colegio los compañeros de clase te dan la espalda porque la canalla ha corrido el rumor de que eres homosexual, aunque no lo seas.

Empiezas a desconfiar. A dudar. Dejas de creer en reyes y príncipes azules, en la rana, en el lobo de caperucita, en Tarzán y en Adán y Eva. Las mentiras hacen daño y hay que protegerse. Te aíslas y empiezas a hacerte preguntas. Cuando creías que tenías las respuestas aparecen nuevas preguntas, muchas más que antes. ¿Cómo pudo una paloma fecundar a la Virgen María? ¿Qué tiene que ver la masturbación con la ceguera? ¿Por qué la tostada siempre cae del lado de la mantequilla? ¿Y si no me vacuno qué pasa? ¿Por qué si yo mato a alguien soy un asesino pero si lo mata un soldado, o un policía, es un héroe? ¿Cómo va a ser justo que el desconocimiento de la Ley no te exima de su cumplimiento? ¿Tiene derecho un ser humano a firmar la sentencia de muerte de otro ser humano? ¿Por qué si debes al banco un millón tú tienes un problema, pero si le debes mil millones el problema lo tiene el banco? ¿Por qué echamos colorantes a la trucha si nos la vamos a comer nosotros? ¿Es una droga la marihuana y no lo es el alcohol y el tabaco? ¿Para qué sirven los botones de la manga de la chaqueta? ¿De dónde venimos, a dónde vamos? 

Descubres por fin que no hay una sola respuesta a cada pregunta, que la realidad no es plana, que tiene múltiples facetas, que la verdad es poliédrica, compleja. Que la memoria nos engaña. Y que casi todo lo que te han contado es mentira. Que todo son cuentos, la virgen no es virgen, el Santo Padre no es Santo ni Padre, Colón no descubrió América, El Cano no fue el primero en dar la vuelta al mundo, el hombre nunca pisó la luna, no había armas de destrucción masiva en Irak y lo de las Torres Gemelas fue una demolición controlada. Incluso tus sentidos te engañan, el sol ya no está allí donde lo ves, se escondió hace 8 minutos. ¿Si ni siquiera es verdad lo que ves, dónde se esconde la verdad? 

No hay verdades absolutas. Nada sabemos. ¿Quién puede decir “este cura no es mi padre”? Los ateos niegan y los creyentes afirman, pero son igual de crédulos. Se creen en posesión de la verdad. Te haces agnóstico. Y disidente. Empiezas a sospechar de todo, a cuestionar la historia oficial, es falsa, la escriben los vencedores. La primera víctima de la guerra es la verdad. Cuestionas todos los relatos de la oficialidad, son sesgados, interesados o falsos. Muchos “bulos” que circulan por la red, sin embargo, son ciertos. Las noticias falsas aparecen cada día a cuatro columnas y a nadie parece importarle. Las verdaderas no se publican. Las mentiras se publican 1.000 veces y se convierten en verdades. Los grandes medios nos hurtan una parte esencial de la realidad. Nos manipulan. Cuanto más gorda es una mentira, más fácil es que te la creas, eso dicen la psicólogos.

Y llega la pandemia decretada por la OMS. Y te das cuenta de que nadie sabe nada en realidad, los virólogos no saben qué es un virus, ni siquiera si es un ser vivo o no. Ni siquiera lo han podido fotografiar con el microscopio. La OMS se contradice. ¿Mascarilla sí, mascarilla no? ¿Mueren de neumonía o de trombosis? 

La OMS sigue matando moscas a cañonazos. El coronavirus es solo un caballo de Troya.

Los médicos no tienen criterio propio, se limitan a seguir los protocolos oficiales. Protocolos que la OMS cambia a menudo. No curan enfermos, tratan síntomas de forma mecánica, siguiendo el protocolo. El cártel farmacéutico no cura enfermos, cronifica enfermedades para aumentar sus beneficios. Y si hace falta se las inventa. Pero sus medicamentos son la tercera causa de muerte en el mundo. Y la salud pública se deteriora a pasos agigantados, se dispara el cáncer, el autismo, la diabetes, la depresión, las alergias… 

Michael Ellner escribió: 

“Míranos, todo está al revés. Todo está patas arriba. Los médicos destruyen la salud. Los abogados destruyen la justicia. Las universidades destruyen el conocimiento. Los gobiernos destruyen la libertad. Los medios de comunicación destruyen la información. Y la religión destruye la espiritualidad”.

El relato, las fake news, la post-verdad, la neolengua, La fase 1, la 2, la 3, el papel higiénico, el gel hidroalcohólico, los falsos positivos, los falsos negativos, Billy el Niño, el pangolín, el MMS o dióxido de cloro, los antivacunas y las redes 5G. Y al final todos en arresto domiciliario y con mascarilla, creyendo que la gripe china nos va a matar cienes y cienes de veces. Y es que se está muriendo mucha gente, ¡hasta los que no se habían muerto nunca oiga! El Argamedon. El Nuevo Orden Mundial. El Gobierno Mundial de las elites financieras y las multinacionales. 

Tenían razón los conspiranóicos, ya se ha liado. Y pensamos que después de esto, ya lo hemos visto todo, ya nada puede sorprendernos. Pero qué equivocados estamos otra vez, pronto lo vamos a ver. Lo peor no ha empezado. Dice la ONU que después del verano morirán 300.000 personas de hambre cada día, y eso sin contar con los que morirán de hambre y miedo a causa de la pandemia y el confinamiento. El hambre mata ya mucho más que el virus. El virus es una vaquilla al lado del toro del hambre que se ríe de tu sistema inmunitario.

Por fin terminan los aplausos y las caceroladas, los runner, los balconazis y el “Resistiré”, pero las colas del hambre siguen, cada vez más largas. El miedo a la muerte, el padre de todos los miedos, también. Hablan de desescalada, de desconfinamiento limitado, de la “nueva normalidad”. ¿Cómo puede ser nuevo lo normal? ¿Qué teníamos antes, la subnormalidad? La pandemia ha desaparecido pero la gente se sigue suicidando en los barrios pobres. Los hospitales vacíos pero los psiquiátricos llenos. Y las playas. Y los prostíbulos después de 98 días de arresto domiciliario. ¿Se disipa la distopía o apenas estamos entrando en la pesadilla de “Un mundo feliz”, o en “1984”?......Preguntas incómodas

Decía Alan Watts hace ya medio siglo en «El futuro del éxtasis»: 

«¿Para qué sirve el progreso si la comida no tiene sabor, 

las viviendas son absurdas, las ropas incómodas, 

la religión pura cháchara

y el aire está envenenado por los coches, 

el trabajo es aburrido, el sexo mecánico y tenso, 

la tierra está recubierta de hormigón 

y el agua contaminada por los productos químicos 

hasta el punto de que los peces abandonan este mundo?»


José Saramago, premio Nobel de literatura, nos advertía: 

No tengamos la inocencia o ingenuidad de creer todo lo que nos dicen”. Y añadía: “Tenemos que ser críticos. No tenemos la democracia, tenemos la Plutocracia, el poder de los ricos. El poder real lo tiene el dinero, las multinacionales”.

¿Podemos resignarnos a vivir en un mundo así, absurdo, desigual, ingrato y hostil, diseñado desde la mentira y el engaño? ¿Por qué no nos rebelamos contra este estado de cosas? El gran poeta español León Felipe dejó escrito: 

“Yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo que he visto. Y he visto: que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, que los huesos del hombre los entierran con cuentos, y que el miedo del hombre... ha inventado todos los cuentos”.

El poder mediático es cómplice y colaborador necesario para perpetuar este sistema podrido y trepidante. Si la prensa fuera libre, los abusos del Estado y los excesos del mercado no quedarían impunes. Las operaciones de “falsa bandera” no lograrían su objetivo, la “doctrina de shock” no sería efectiva.

Pero los magnates de la comunicación ejercen una sutil y eficaz censura que no emana de los gobiernos y los poderes públicos, completamente subordinados al gran capital, sino del establishment, esa oscura elite que dicta las normas y maneja (o pretende manejar) a su antojo el destino de la humanidad. Información relevante y objetiva es silenciada a diario para evitar debates incómodos que comprometerían el éxito de su monumental estafa. Los intelectuales y escritores no afectos al régimen son silenciados y ninguneados. “En una época de universal engaño, decir la verdad constituye un acto revolucionario”, decía George Orwell en su novela. ¡Atrevámonos!

Los secretos de Estado desprenden un olor fétido que la prensa ignora. De alguna manera todos lo sabemos, o lo intuimos, aunque apenas hablemos de ello. La prensa manipula y distorsiona la realidad en beneficio de los poderosos. "Si no andáis prevenidos, los medios de comunicación os llevarán a odiar a los oprimidos y amar a los opresores", decía Malcolm X. Y lo han conseguido en esta pandemia, nos han abducido para enfrentarnos, aplausos contra cacerolas, banderas contra banderas, y lo peor, nada duele tanto, el fuego amigo, cuerpo a tierra que vienen los nuestros. 

En opinión de Edward Bernays (“Propaganda” 1928):

Estamos dominados por un grupo de personas relativamente pequeño que entiende los procesos mentales y los patrones sociales de las masas. La propaganda es el brazo ejecutivo del gobierno invisible”.

A menudo los hechos se obstinan en dar la razón a Miguel de Cervantes cuando afirma que «la falsedad tiene alas y vuela, y la verdad la sigue arrastrándose, de modo que cuando las gentes se dan cuenta del engaño ya es demasiado tarde». Sin embargo, a largo plazo la verdad siempre triunfa, termina por imponerse; la luz vence a las tinieblas. Y aún podemos evitar la pesadilla orwelliana.

Los ciudadanos, los consumidores somos más poderosos que los gobiernos y que las grandes corporaciones, pero aún no lo sabemos. Tenemos el poder de elegir, de sancionar, de regular los mercados. Tenemos el poder de tumbar grandes corporaciones simplemente no comprando sus productos y hasta de tumbar gobiernos desobedeciendo sus leyes injustas.

Para escapar del sofisticado sistema de control social diseñado por las elites oligárquicas necesitamos empezar a contemplar un horizonte utópico, un mundo sin mentiras y engaños, sin dinero, sin usura, sin armas, sin violencia, sin guerras, sin odio, sin miedo, sin hambre, sin sufrimientos innecesarios, sin discriminaciones absurdas, sin cárceles, sin fronteras, sin esclavitud, sin cadenas, sin abusos del Estado, sin excesos del mercado. 

No podemos crear una “nueva normalidad”. Pero podemos crear una nueva realidad. Salir del miedo y la resignación. Otro mundo es posible. Un mundo más justo donde quepan muchos mundos. Si podemos imaginarlo podemos lograrlo. Se puede vivir fuera del capitalismo. Las victorias siempre empiezan en nuestras cabezas. Las derrotas también. Sí se puede.

Esteban Cabal. 

29 de Junio 2020

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