La novela "El Último Albeitar Templario" centra su acción y sobre todo su desenlace entorno a los misterios que concita la Pila Bautismal Románica de Redecilla del Camino.
"EL ÚLTIMO ALBÉITAR TEMPLARIO"
Autor CARLOS MARTINEZ FABADO
Editorial Carena, Valencia 2009, 333 paginas
"EL ÚLTIMO ALBÉITAR TEMPLARIO"
Autor CARLOS MARTINEZ FABADO
Editorial Carena, Valencia 2009, 333 paginas
"...Llegado el día, Radomir subió al autobús y se dejó llevar hasta la Real Colegiata de Roncesvalles. Era lo que menos se podían imaginar los hipotéticos perseguidores. En aquel lugar se sumó al grupo de peregrinos que venían del norte de Europa. No tardó en llegar al Puente de la Rabia de Zubiri. Poco después, pasó por Pamplona y dio gracias a Dios en su catedral. Radomir estaba tan integrado en aquella torre de Babel que formaban los viajeros, que nadie podía sospechar de él. Días más tarde, el grupo cruzó el puente románico de Puente la Reina y Radomir, mientras pisaba las piedras romanas, recordó lo que le habíamos contado de nuestra estancia allí. Al día siguiente, sus compañeros y él llegaron a San Pedro de la Rúa de Estella. Luego, pasaron por Santa María de Eunate y por la catedral de Santa María la Redonda de Logroño. En la capital riojana tuvo que buscar una farmacia. Tenía los pies llenos de ampollas y las ingles escocidas. En la etapa siguiente llegaron a Nájera y visitaron el monasterio de Santa María la Real. De allí, marcharon a Santo Domingo de la Calzada, estuvieron en su catedral y, un día más tarde, visitaron detenidamente los monasterios de Yuso y Suso.
Radomir aprovechó para comprobar si en la minúscula cueva del ermitaño San Millán de la Cogolla había alguna mínima pista o indicio, pero no encontró nada anormal con respecto a lo que se había aprendido de memoria en Miravet.
Viajaba con los cinco sentidos alerta y, en ocasiones, creía que era perseguido. Entonces extremaba las precauciones y agudizaba el instinto de supervivencia, hasta que llegaba a la convicción de que sólo se trataba de meras figuraciones suyas.
En la undécima jornada llegaron por fin a Redecilla de Camino. Todos juntos visitaron el pequeño templo de Nuestra Señora de la Calle. A simple vista, observó que los ocho torreones que rodeaban los alvéolos de la parte exterior de la copa, estaban superpuestos. No era una sola roca tallada, como ya habían supuesto observando las fotos en Miravet. Radomir recordó lo que le habíamos dicho mil veces hasta memorizarlo: lo que contenía la carta de mi bisabuelo.
«No existe la nada. Todo objeto o ser tiene enfrente, arriba o abajo su simétrico. Existen el bien y el mal, los cristos y los anticristos, la cara y el revés. La luz domina a la oscuridad y la mantiene sin el poder. Así debe seguir.»
La cara y el revés. No hacía más que pensar en ello mientras le daba la vuelta a la bellísima pila. La cara y el revés. ¿Y si la cara fueran los torreones y el revés la clave? ¿Los ocho o sólo los simétricos? ¿Los cuatro simétricos o sólo los de la luz? Por la noche lo averiguaría.
Como todos, se fue a descansar y a lavarse al albergue de peregrinos que se alzaba justo enfrente de la iglesia. No le gustaba demasiado que estuviera tan cerca una cosa de la otra, pero no podía elegir.
Las ganzúas le franquearon el paso. La linterna de campaña le ayudó a encontrar la pila de inmediato. No resultó tan fácil como él había imaginado. Ni siquiera haciendo palanca con un destornillador cedían los torreones. Incluso llegó a dañar uno de ellos. Inquieto y preocupado por el tiempo que llevaba allí dentro, empezó a barajar otras posibilidades. Tal vez no fuera ésa la solución. Estaba pensando que era demasiado evidente como para que en cualquier otra época se hubieran arriesgado tanto para ocultar allí un secreto tan importante. Se sentó en el suelo, sobre la base de la pila, y fue empujándola hacia sí para poder observar la base. Le cayó toda el agua bendita encima. Blasfemó entre susurros para que nadie le oyera. Esa eventualidad dificultó aún más la búsqueda, porque la piedra húmeda se le resbalaba entre los dedos.
La dejó en el suelo tumbada, se levantó y con la linterna enfocó la base oculta. No había huecos, pero sí una especie de argolla, como las que había en las puertas de las casas antiguas para atar a los animales de carga. Era pequeña. No entendía muy bien qué narices pintaba esa argolla en la base. Probó a estirar para ver qué pasaba y advirtió, sorprendido, que empezaba a ceder un mecanismo. Se quedó quieto, atento, observando si se había producido algún movimiento en alguna parte de la pila. No vio nada diferente, pero, sin embargo, sí que escuchó un ruido extraño. Parecía como si algún mecanismo se hubiera puesto en marcha en el interior de la pila. Probó otra vez a despegar el primer torreón que le venía a mano y no pasó nada. Permanecía inalterable.
Recordó lo de la luz y lo de la simetría, y trató de pensar con calma. Recordó la posición inicial de la pila, antes de tumbarla. ¿Cómo sería la incidencia de la luz solar entrando durante el día a través de la vidriera? Contuvo la respiración, mientras hacía sus cálculos. Luego, presionó la pieza elegida con firmeza y esta vez sí que cedió la piedra.
En el interior del torreón había una tablilla grafiada con un idioma hebraico. Su escritura era cuneiforme. Radomir estuvo a punto de dar un salto de alegría. ¡Lo tenía, lo tenía! Probó con todos los demás, pero sólo se abrió el torreón simétrico al primero que había cedido. Era exactamente igual, pero con distinto texto. Evidentemente, Radomir no sabía traducir el contenido. Asió con fuerza las dos pequeñas tablillas entre sus manos y sintió ligeros escalofríos, precedidos de una sensación de calor y angustia. El vértigo le obligó a volver a sentarse. No supo cuánto tiempo permaneció así, pero cuando recuperó la consciencia ya estaba amaneciendo. Se levantó del suelo. Con gran dificultad, volvió a colocar los torreones, y la pila en vertical. Tenía que salir rápido de allí, porque el charco de agua bendita sobre el suelo era demasiado evidente. Regresó al albergue antes de que el resto de peregrinos se despertaran. Afortunadamente, nadie había notado la ausencia..."
DESCRIPCIÓN DE LA PILA BAUTISMAL:
Redecilla del camino es el primer pueblo jacobeo de Castilla y León. Fundado en 1028, donde se menciona el núcleo poblacional en el Cartulario de San Millán de la Cogolla.
Situado al pie de la Sierra de la Demanda. Es parte del camino de Santiago.
Lo más destacado es su iglesia parroquial, dedicada a la Virgen de la Calle. El templo posee restos medievales en la cabecera, y de esa época es su pila bautismal, obra románica del siglo XII y uno de los ejemplares más bellos del románico español.
Está compuesta por un pedestal de media docena de columnas, mientras que su copa esférica tiene tallado en todo su perímetro una decoración que se asemeja a la construcción de una ciudad, con sus torrecillas semicirculares y miradores en voladizo cubiertos con tejadillo triangular representando la Jerusalén Celeste.
"Es en esta pila donde se encuentra el desenlace de mi novela" nos comenta Carlos Martínez Fabado, autor en la novela.