Puntuales a la cita fuimos apareciendo en el lugar convenido, eran las
cinco menos diez de la mañana, noche cerrada, y caía un poco de agua .
Después de los saludos de rigor y de comentar lo que nos podía
acontecer durante la jornada, en cuanto a climatología (por que la
previsión era agua para todo el día), nos ponemos en marcha seis
aguerridos caminantes.
Nos dirigimos a Redecilla del Campo, este primer
tramo es por carretera, cruzamos el pueblo en silencio y aunque parezca
raro no nos ladran ni los perros. Parece un pueblo fantasma y nosotros
almas en pena sin un destino. Salimos del pueblo por una fuerte
pendiente y comienza a caer agua, es el primer chaparrón de los muchos
que nos cayeron encima. No nos pilla por sorpresa, la previsión era de
"chaparrones intermitentes durante toda la jornada".
Nos dirigimos hacia
Castildelgado por una estrecha carretera, continua lloviendo, pero ya
vemos las luces a lo lejos. Cuando llegamos deja de llover, el trafico
en la nacional 120 es escaso, hay una cafetería sin clientes abierta,
pero el pueblo duerme. A lo lejos el ladrido de un perro y sin tiempo
para más el pueblo se ha terminado. Seguimos por carretera y como los
margenes están bien delimitados apagamos los frontales, con lo que nos
quedamos en la oscuridad mas absoluta.
Cuando llevas el frontal encendido, el mundo se reduce a los 8 o 10
metros que ilumina pero cuando lo llevas apagado este se reduce aún
más, limitándose a los sinuosos margenes de la carretera. Comienza a
llover, nos ponemos la capucha, y mi campo de visión se reduce a la
mínima expresión. Solo existe la carretera, más allá de la cuneta no hay
nada, solo el más profundo abismo.
Así llegamos a Bascuñana, aquí los
perros nos ofrecen un recibimiento bastante digno, pero en cuanto
abandonamos el pueblo se olvidan de nosotros. Continua lloviendo, este
chaparrón es bastante largo, con lo que sigo cerrado en mis
pensamientos. ¡Que cosa más rara!, sin referencias visuales de ningún
tipo, todo lo que nos rodea no existe. Te puedes imaginar lo que hay
alrededor, pero como tu mundo se reduce a tu campo visual y no ves un
carajo, el mundo es muy pequeño.
Sabia que nos dirigíamos dirección sur, porque sabía colocar los pueblos
en un mapa, no por que tuviera referencia alguna. Seguía la noche
cerrada y el cielo cubierto, con lo que seguíamos" a pies juntillas" las
indicaciones de nuestro guía. El agua se ha convertido en una
compañera inseparable, llevamos varios kilómetros en su compañía y
empieza a ser un poco pesada.
Llegamos a Quintanar de Rioja, aquí el recibimiento es apoteósico, un
nutrido grupo de perros prepara un jaleo bárbaro. Casi seguro que algún
vecino se asomaría a la ventana para conocer el motivo de tal jaleo.
Nosotros a lo nuestro, en las ultimas casas se acaba el alumbrado, la
carretera y todo lo que conocemos como civilización y avanzamos por, lo
que se intuye más que verse, un camino. No tenemos más remedio que
encender el frontal para hacernos una idea de como es el camino, y sin
demora comenzamos las primeras pendientes de ascenso al monte Ayago.
El viento sopla con fuerza y mueve los pinos y hayas que se intuyen a
nuestro alrededor, los bordes camino están regados de Galampernas de
todos los tamaños, kilos y kilos, pero no hemos venido a por setas, otra
vez será.
El ascenso comienza a endurecerse, a una curva la sigue otra curva ¡esto
no tiene fin! y seguimos a oscuras. Casi en la cima comienza a clarear,
es un amanecer espeso con las nubes rozando las copas de los arboles. Y
el mundo comienza a ampliarse, no mucho, pero ya veo las hayas y pinos
que intuía en el ascenso. Son casi las ocho y media de la mañana.
Tenemos ante nosotros una zona de llano, pero un poco impracticable a
causa del agua, el hayedo es magnifico, lastima que nuestra visión,
quede reducida a unos cientos de metros. Me comentan que desde esta
altitud el paisaje es magnifico. Para tener constancia de nuestro paso
hacemos las primeras fotos. Un albergue espera nuestra llegada, donde
reponemos fuerzas, a mí me quedaban muy pocas por lo que como con
avidez. Una vez repuestos comenzamos el largo descenso.
Al principio hay grandes campas, donde pastan las vacas, repletas de
todo tipo de setas. Pero no estamos a ellas, con lo que se quedan para
otra ocasión. El bosque está precioso con los colores del otoño.
Nos
adentramos en un hayedo y empieza a llover como si no lo hubiera hecho
nunca, el ruido es ensordecedor y las gotas enormes. El camino
está tapizado de hojas y las hayas crean una bóveda sobre él y en cada recodo del camino hay una nueva sorpresa. ¡Maravilloso!
Salimos del bosque y tras un rápido descenso nos acercamos a Ojacastro.
Precioso pueblo, con varias casonas señoriales y una monumental iglesia (
que no se ve desde la carretera). Salimos del pueblo y por un pequeño
puente de madera cruzamos el rió Oja, siguiendo la ruta verde, que algún
día fueron vías del ferrocarril llegamos a Ezcaray.
Cuando llegamos a la plaza mayor son las 10.30 h. nos hemos metido entre
pecho y espalda 28 km en algo menos de cinco horas y media y creo que
nos hemos ganado el almuerzo.
Los más aguerridos continuaran hasta la cima del San Lorenzo, pero yo me retiro, por hoy vale.
Nota.
Nunca había hecho una marcha nocturna, pero por las sensaciones
experimentadas espero no sea la ultima. En otras rutas, los sentidos
están ocupados permanentemente, paisajes, ruidos etc... pero por la
noche tienes los sentidos alerta, a la expectativa y lo más curioso es
que no captas nada de nada. ¡Es fantástico!