Cuando te equivocas de diana, o escupes contra el cielo.
La dimensión continental de esta contestación evidencia el carácter estructural
de los problemas del sector primario.
Los agricultores y ganaderos europeos sufren una crisis capitalista de manual.
Es decir, una crisis de crecimiento de una actividad que se desarrolló y prosperó
durante décadas gracias a su modernización e industrialización,
pero que se encuentra estancada desde principios del siglo XXI.
Está encerrada en un modelo productivista que ya no crece y genera malestar
entre unos endeudados y empobrecidos campesinos.
La PAC
nació en 1962. Desde entonces, se está subvencionando la agricultura en
Europa. Hay que potenciar la soberanía alimentaria pero protegiendo a
los pequeños agricultores, no a grandes empresas que trabajan en Europa
pero también en países con menos exigencias sociales y
medioambientales. Hay que cuidar a la agricultura pero no a cualquier
precio. El cambio climático es una realidad de la que no podemos
escapar. Por muchas tractoradas, la lluvia no se puede subvencionar.
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Manifestación de agricultores en Belfort (Francia) 31 enero de 2024. / Thomas Bresson (vía Wikimedia Commons)
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Las botas pardas se tiñen del marrón del barro. Algunos dirigentes de
la extrema derecha europea habrán pisado más el campo en estas últimas
semanas que en el resto de sus vidas. Desde Vox hasta Alternativa para
Alemania, pasando por la Reagrupación Nacional de Marine Le Pen o
Hermanos de Italia, las formaciones ultras pretenden instrumentalizar la
actual oleada de protestas de agricultores. Y eso que promueven el
mismo modelo económico que tanto malestar genera entre los campesinos:
el capitalismo neoliberal.
Cuando faltan cuatro meses para las próximas elecciones europeas,
esta rabia del campo aparece como un regalo caído del cielo para la
ultraderecha, que ya tenía el viento en popa de cara a los comicios del 9
de junio. Si bien en 2019 las manifestaciones climáticas de los jóvenes
tuvieron una incidencia en ese escrutinio y favorecieron el crecimiento
de los verdes en la Eurocámara, la actual oleada de protestas
campesinas aparece como un síntoma del cambio de época. Es una señal del
efecto backlash (reacción conservadora) que sufre el ecologismo, pero también de los límites e incoherencias del neoliberalismo verde.
Alemania, Francia, Polonia, Países Bajos, Rumania, Italia… Es larga
la lista de los Estados donde se han producido este tipo de
movilizaciones, que también han alcanzado a España desde principios de
febrero. La dimensión continental de esta contestación evidencia el
carácter estructural de los problemas del sector primario. Los
agricultores y ganaderos europeos sufren una crisis capitalista de
manual. Es decir, una crisis de crecimiento de una actividad que se
desarrolló y prosperó durante décadas gracias a su modernización e
industrialización, pero que se encuentra estancada desde principios del
siglo XXI. Está encerrada en un modelo productivista que ya no crece y
genera malestar entre unos endeudados y empobrecidos campesinos.
En 2020, el 0,5% de las explotaciones más grandes recibió el 16,6% de los fondos de la PAC
A eso se le suman las incoherencias de las políticas agrarias de la
Unión Europea. Por un lado, el hecho de dar una gran cantidad de ayudas
al sector, sobre todo los 41.400 millones de la PAC, pero hacerlo sin
criterios de justicia social –en 2020, el 0,5% de las explotaciones más
grandes recibieron el 16,6% de los fondos, con ayudas individuales
superiores a los 100.000 euros– ni climática –se reparten en función de
las hectáreas, lo que incentiva una agricultura productivista y
contaminante–. Por el otro, el haber renunciado a una regulación de los
precios que se pagan a los campesinos y haber suprimido los aranceles
sobre los alimentos de fuera de la UE, con la firma de tratados de libre
comercio.
Estos factores económicos no resultan las únicas explicaciones del
actual malestar agrícola –también alimentado por las sequías, el exceso
de papeleo, las normas medioambientales, la competencia “desleal” de los
productos ucranianos…–, pero han influido en el estallido social de
esta profesión, tan desigual como precarizada.
“Queremos vivir de
nuestro trabajo”, “Cuando llego a final de mes, no me queda ningún
ingreso neto. Vivo gracias al salario de mi mujer”… Testimonios como
estos resultan habituales entre los campesinos que han cortado
carreteras en Francia.
Grupúsculos ultras se infiltran en las protestas
A pesar de ello, los grandes medios y buena parte de la clase
dirigente han impuesto una interpretación mucho más simplista y parcial:
el campo contra la ecología. Este diagnóstico solo tiene en cuenta las
últimas gotas que han colmado el vaso –la supresión de la subvención del
diésel rural en Alemania o Francia o una reducción del tamaño de las
granjas en Bélgica o Países Bajos– en lugar del caudal de este malestar.
También sirve para no cuestionar a la industria alimentaria y la gran
distribución –una de las dianas predilectas de los campesinos
movilizados– ni los dogmas económicos neoliberales, como la no
regulación de los precios o los tratados de libre comercio. Y, de hecho,
se trata del mismo marco discursivo de la extrema derecha.
Los grandes medios y parte de la clase dirigente han impuesto
una
interpretación simplista y parcial: el campo contra la ecología.
“La ecología se lleva a cabo de manera sistemática en perjuicio de
nuestros campesinos”, dijo a la cadena TF1 Jordan Bardella, número dos
de la RN. Era el 20 de enero y apenas dos días después de que hubieran
empezado los primeros cortes de carreteras, el cabeza de lista en las
europeas del lepenismo intentaba instrumentalizar las protestas
visitando una explotación ganadera en el suroeste de Francia, propiedad
de simpatizantes de su partido. Ese ejercicio comunicativo no terminó de
salirle bien, ya que luego se supo que esos mismos granjeros habían
robado el año pasado tres hectáreas y 39 fardos de henos. Pero inauguró
el desfile preferido en las últimas semanas de los dirigentes ultras: el
del campo.
Ya sea haciéndose el imprescindible selfi encima de un tractor o a
base de tuits, los Le Pen, Abascal o Geert Wilders quieren sacar rédito
electoral a la rabia del campo. Además, militantes de grupúsculos
neofascistas participaron en protestas de viticultores en Montpellier,
donde hicieron proclamas de “más para nuestros campesinos y menos para
los migrantes”. Y a principios de enero, el ministro de Economía alemán,
el verde Robert Habeck, quedó bloqueado en un ferri en el norte del
país debido a una concentración de campesinos cabreados, organizada a
través de un canal de Telegram conspirativo y xenófobo.
¿La extrema derecha saldrá beneficiada?
Más que su presencia en las protestas, el riesgo de la ultraderecha
es ideológico y electoral. “Desde principios de los años 2000, el auge
del lepenismo se debió a su capacidad de implantarse electoralmente en
los territorios rurales”, explica el historiador Edouard Lynch,
especialista del mundo agrícola y profesor en la Universidad
Lumière-Lyon 2, refiriéndose a la estrategia de Marine Le Pen de
convertirse en la portavoz de la “Francia de los olvidados”. La mayor
parte de los 88 diputados de RN en la Asamblea fueron elegidos en
circunscripciones rurales en las legislativas de 2022. Es el mismo
modelo “ruralista” que intenta aplicar Vox en España.
Hablar del “campo” no solo sirve para intentar seducir electoralmente
a los campesinos –el 30% de ellos votó a Le Pen o Zemmour en la primera
vuelta de las presidenciales de 2022, un porcentaje parecido a la media
del país–, sino también a todos los habitantes de los territorios
rurales y periurbanos. Ellos ya habían estado sobrerrepresentados a
finales de 2018 en la revuelta de los chalecos amarillos, que marcó
asimismo la campaña de las europeas del año siguiente.
El Movimiento Campesino Ciudadano fue la primera fuerza en las elecciones provinciales de Países Bajos el año pasado
¿La ultraderecha sacará un rédito electoral a este malestar del
campo? “Me cuesta imaginar que no lo vaya a hacer”, reconoce el
politólogo Guillaume Letourneur. Sin embargo, este especialista de la
implantación rural de RN matiza que “esto dependerá de la oferta
electoral en las europeas”, en las que el presidente de la Federación de
los cazadores, Willy Schraen, liderará un nuevo partido ruralista.
“Quizás será esta lista la que saldrá más beneficiada por las
protestas”, sostiene Letourneur. Este nuevo partido francés se inspira
en el Movimiento Campesino Ciudadano, que dio la sorpresa en Países
Bajos y se convirtió en la primera fuerza en las elecciones provinciales
en marzo del año pasado. La candidatura de la España Vaciada también
pretende dar la sorpresa en los comicios de junio.
Demonizar la ecología sin caer en el climato-escepticismo
La derecha mainstream –desde la CDU en Alemania hasta el PP
en España, pasando por el macronismo en Francia– sigue con inquietud
esta evolución del electorado rural. Esto ha provocado que haya
endurecido su discurso contra el ecologismo. El presidente del Partido
Popular europeo, el alemán Manfred Weber, ya se había opuesto el año
pasado con claridad al Green Deal (Pacto Verde) de la Unión
Europea, a pesar de que esa batería de medidas ha quedado descafeinada
ante la influencia de los grupos de presión. “El gran problema es el Green Deal
y su visión claramente basada en el decrecimiento”, ha denunciado
recientemente el presidente de la FNSEA (principal organización agrícola
en Francia), Arnaud Rousseau, conocido por poseer más de 700 hectáreas.
Aunque la ultraderecha se presenta como defensora de los pequeños
campesinos,
en realidad respalda las políticas que alimentan su malestar.
“Ante cada dificultad, ustedes se dedican a señalar a los
agricultores” y los presentan “como delincuentes, contaminadores de
nuestras tierras y como los torturadores de los animales”, reprochó el
primer ministro francés, Gabriel Attal, a una diputada verde en la
Asamblea Nacional. En lugar de hablar de “competencia desleal”, señalar a
la gran distribución o cuestionar la desregulación de los precios, el
Gobierno de Emmanuel Macron ha acusado de este malestar agrícola a los
ecologistas. Ha sacrificado varias medidas medioambientales, como el
final progresivo de la subvención del diésel rural o un plan para
reducir el uso de pesticidas, para responder a la rabia del campo.
Esta reacción representa, sin duda, una victoria ideológica para la
extrema derecha. Intentando distanciarse de los discursos
climatoescépticos, el lepenismo (y también los ultras en otros países)
afronta el debate sobre el cambio climático con una nueva estrategia. Lo
plantea como una confrontación entre el “falso medioambiente” punitivo,
que defienden los tecnócratas de Bruselas y los “burgueses” urbanos que
votan a la izquierda, y el “verdadero medioambiente” de los campesinos y
cazadores. Una posición puramente retórica y llena de contradicciones,
pero que también ha abrazado una parte de la derecha clásica.
Aunque la ultraderecha se presenta como la defensora de los pequeños
campesinos ante Bruselas, en realidad respalda aquellas políticas que
alimentan el malestar del sector primario. Votó en la Eurocámara, a
finales de 2021, los fondos de la PAC, repartidos sin criterios de
justicia social ni climática. También ha respaldado recientemente
acuerdos de libre comercio con Chile o Kenia. En cierta manera, la rabia
del campo refleja la paradoja en que se encuentra atrapada Europa: un
continente enfermo de un neoliberalismo que nutre el voto a la
ultraderecha. Y eso que esta defiende el mismo modelo que alimenta el
descontento