Investiga la propagación geográfica y la evolución de los
agentes patógenos en el sector de la agroindustria. ¿Qué hemos
aprendido, por ejemplo, de la gripe aviar o la covid-19 en este sentido?
Con la pandemia de los dos últimos años aprendimos que cuanto más se
propaga un patógeno a través de una variedad de entornos, más rápida y
prolífica es su evolución. Hemos asimilado que, con el fuerte aumento
del comercio internacional de aves de corral y cerdos, la cría
industrial desempeña un papel muy relevante en la propagación de las
gripes aviar y porcina, así como de otras enfermedades. Cuanto más se
extienden estas gripes, más se promueven nuevas cepas y evolucionan sus
adaptaciones moleculares.
¿Cómo se comportan las distintas cepas de gripe aviar que han ido apareciendo?
Las cepas H5Nx que se propagaron por Europa y EE UU hace un par de
años cambiaron de nicho ambiental. Pasaron de golpear zonas de
producción extensiva de pollos –características de la producción
mayoritariamente minifundista– a lugares de producción intensiva de
pollos, poblaciones humanas urbanizadas y horticultura gestionada. Esto
significa que estas nuevas cepas parecen estar cada vez más adaptadas a
la producción avícola industrial, cerca de los centros urbanos.
El H5Nx también evolucionó para infectar mejor a las aves de corral
industriales. La proteína hemaglutinina pasó de unirse específicamente a
los receptores de los intestinos de las aves acuáticas, a expandirse
hacia los receptores que se encuentran en las gargantas de las aves de
corral. Eso significa que el virus podría infectar ahora a una gama más
amplia de especies huésped, incluidas las aves de corral que la
agroindustria mundial cría por miles de millones. La cría industrial desempeña un papel muy relevante en la
propagación de las gripes aviar y porcina, así como de otras
enfermedades
¿Es posible la resiliencia ecológica en un contexto como este?
No debemos aceptar sin más que la agricultura intensiva forma parte
del orden natural de las cosas, como el oxígeno que respiramos o el
suelo bajo nuestros pies. La producción de este tipo impulsa cada vez
más la deforestación y la aparición de enfermedades. No encontraremos la
resiliencia ecológica hasta que acabemos con la agricultura industrial
tal y como la conocemos.
¿Cómo se consigue?
La resiliencia necesita la agrobiodiversidad en la granja de paisajes
alimentarios que la producción industrial rechaza por principio. Apoyar
una diversidad de ganado y aves de corral en cualquier granja produce
los cortafuegos inmunitarios que impiden que los patógenos mortales
evolucionen hacia la infectividad y virulencia, y que acaba con toda la
base económica agrícola de una región. Sin embargo, la producción
industrial depende de la deslocalización de la cría para obtener
características morfométricas homogéneas como el crecimiento rápido o
mayor tamaño.
¿Cuál es el papel de los agricultores?
Solo se puede producir un paisaje alimentario ecológicamente
resistente devolviéndoles la autonomía. Los agricultores deben ser
capaces de tomar decisiones sobre lo que es mejor para sus tierras y
comunidades. No encontraremos la resiliencia ecológica hasta que acabemos con la agricultura industrial tal y como la conocemos
En el libro Grandes granjas, grandes virus habla
de que el contexto socioecológico y político es fundamental para
explicar cómo las grandes explotaciones permiten la proliferación de los
virus. ¿Por qué?
Una vez más, no podemos llevar a cabo las prácticas agrícolas que
encajonan a los patógenos más mortíferos sin devolver a las comunidades
agrícolas locales la toma de decisiones. Estamos hablando de resiliencia
socioeconómica comunitaria, de economías circulares, de fideicomisos de
tierras comunitarias, de redes cooperativas de suministro integradas,
de justicia alimentaria, de reparaciones y de revertir traumas
históricos de raza, clase y género.
En contraposición con la agroindustria.
Esta depende de la transformación de las agriculturas en economías
industriales, convirtiendo la tierra y la comunidad en mercados de
escala, organizados en torno a los beneficios que se obtienen en sedes
corporativas a cientos de kilómetros de distancia. Si queremos impedir
la aparición de patógenos, en primer lugar, hay que retroceder más hacia
lo que se denominan economías naturales. Tales sistemas solo funcionan
cuando se permite a los lugareños ajustar la estrategia agrícola y la
planificación regional a las realidades de la tierra y de la mano de
obra en tiempo real, en lugar de mantenerlo para los intereses de los
beneficios corporativos trimestrales.
¿Qué ocurre con el bienestar animal?
Los animales de granja se tratan como clases de activos sujetos a
volatilidades de precios. En consecuencia, la cría, el nacimiento y el
desarrollo se inclinan logísticamente para servir primero a las
proyecciones de mercado. Las cerdas industriales que están a punto de
parir, por ejemplo, son sacrificadas en masa antes o después del parto
mediante una histerectomía terminal. Se les retira el útero y se les
coloca en cunas húmedas o se les rocía con un antiséptico antes de
extraer los lechones de su envoltura uterina.
A continuación, los lechones se aíslan y, en algunos casos, se les
induce médicamente a un destete precoz. Estamos hablando de las medidas
extremas que toma la agroindustria para evitar cambiar el mismo modelo
de negocio que seleccionan muchos de estos patógenos. No podemos
estudiar la evolución y la propagación de los microorganismos sin
incluir las realidades de los contextos socioecológicos y políticos en
los que están evolucionando. Una laguna de estiércol estalla y produce una muerte de
peces en un río local, ¿Quién paga? La empresa no. En el mejor de los
casos, suele recibir una pequeña multa. Los millones de euros en daños y
limpieza los pagan los vecinos y los gobiernos
En el caso de los residuos y los problemas que generan,
también señala que son las poblaciones locales las que pagan las
consecuencias de este tipo de producción. ¿Cómo podemos hacer para que
las industrias contaminantes paguen las consecuencias?
La agroindustria empresarial solo tiene éxito si externaliza los
costes de su producción en todos los demás: agricultores, consumidores,
gobiernos, animales de granja, fauna local… Todos absorben los costes y
los daños de la producción para que estas empresas puedan obtener
beneficios. Una laguna de estiércol estalla y produce una muerte de
peces en un río local. ¿Quién paga? La empresa no. En el mejor de los
casos suele recibir una pequeña multa, si es que la recibe. Los millones
de euros en daños y limpieza los pagan los vecinos y los gobiernos de
todas las jurisdicciones, desde la ciudad local hasta la Unión Europea.
¿Qué propone entonces?
Devolver los costes externalizados a los balances de las empresas
garantizaría que los causantes de los daños pagaran por ellos. Una
intervención de este tipo también acabaría con la agroindustria tal y
como la conocemos. Y eso no es malo. Hay modelos de producción de
alimentos perfectamente razonables y ya bien elaborados que pueden
alimentar al mundo y devolver a la humanidad –y a nuestra producción de
alimentos– a la matriz ecológica de la que depende nuestra especie.
¿Son soluciones reales?
Sí, si la gente se organiza lo suficiente para actuar en
consecuencia. De lo contrario, caemos en la trampa de lo que se conoce
como “ecopragmatismo”. No podemos cambiar las cosas a menos que las
corporaciones y la clase política que ha comprado estén de acuerdo con
ello. Si eso sigue siendo así, todo está perdido. Muchas de las
infecciones protopandémicas que ya circulan –las gripes, el ébola, los
coronavirus, la gripe porcina africana, etc.– estallarán globalmente, y
mucho antes que los cien años que separaron a la gripe de 1918 de la
covid-19.
Usted señala que hay varias propuestas para garantizar la
seguridad alimentaria con paradigmas alternativos y ambientalmente
sostenibles. ¿Cuáles de estas propuestas le parecen más razonables y
eficaces a corto plazo?
El tiempo se ha comprimido. La supervivencia a corto plazo requiere
ahora pensar a largo plazo. De lo contrario, nos quedamos con el
pensamiento que nos colocó en múltiples precipicios medioambientales y
epidemiológicos. Llevará tiempo salir de una producción de alimentos
dirigida por el capital que está destruyendo el mismo planeta que
necesitamos para regenerarlos para muchas generaciones más. La
alternativa que mejor funcione depende de una serie de circunstancias
específicas de cada comunidad: la disponibilidad de agua, el tipo de
suelo, la demografía o temas culturales.
También habla de las diferentes formas de tratar la agroindustria entre EE UU y en Europa. ¿Qué diferencias existen?
Europa se felicita a sí misma por no ser EE UU. Es verdad que este
país y China están a la vanguardia de las tecnologías y prácticas de
producción industrial -me vienen a la mente los campus de los hoteles
para cerdos en China- pero, a riesgo de pintar las cosas con una brocha
demasiado gruesa, Europa se esfuerza en gran medida por seguir el ritmo.
El continente está tan centrado en orientar las prácticas agrícolas en
direcciones que aumentan el rendimiento y reduciendo la
agrobiodiversidad que, en última instancia, favorecen la evolución y la
propagación de patógenos mortales. Como resultado, Europa está tan
inundada de patógenos industriales como cualquier otra parte del
planeta.
¿Me puede dar algún ejemplo?
Me viene a la mente es el Grupo Alimentario VION, de propiedad
holandesa y alemana, con sede en los Países Bajos, la mayor empresa
porcina europea. En contraste con el modelo cooperativo de Danish Crown,
en el que los ganaderos son propietarios de la empresa, VION opera con
el modelo americano de integración vertical. Es decir, subcontrata la
producción a ganaderos de los Países Bajos y Dinamarca. Estas empresas
han facilitado la concentración del mercado mediante adquisiciones
horizontales de competidores directos.
¿Y de buenas prácticas?
Existen ejemplos de éxito en todo el mundo. La agroecóloga política
Jahi Chappell escribió sobre Belo Horizonte, la ciudad brasileña de 2,5
millones de habitantes que desarrolló un sistema alimentario regional.
Este método subvencionaba a los agricultores de la periferia para que
cultivaran alimentos de forma agroecológica, protegiendo los bosques
locales y suministrando a los residentes de la ciudad alimentos
nutritivos en los mercados de barrio y en los restaurantes municipales,
de los que se eliminaron los intermediarios usureros.
Con el apoyo del gobierno mexicano, los indios zapotecas
desarrollaron una silvicultura certificada como sostenible y controlada
por la comunidad. El pino de la llanura se vende al gobierno estatal, y
los productos acabados, incluidos los muebles, se producen en una
fábrica local. La cooperativa oaxaqueña reinvierte sus beneficios en la
empresa, en la preservación del bosque y en sus trabajadores y la
comunidad local. Así se mantienen las pensiones, una cooperativa de
crédito y viviendas para sus hijos que estudian en la universidad.
La Federación de Uniones de Grupos de Agricultores de Níger –con más
de 62.000 miembros, más del 60% mujeres y una cooperativa que opera a
escala– les ofrece formación, banco de cereales, tiendas de insumos,
líneas de crédito, servicios de ahorro, consulta, defensa y radio
comunitaria. Antes de esto, al desmantelarse las cooperativas estatales,
los agricultores solo podían consumir sus cosechas o venderlas a
comerciantes con los que acumulaban enormes deudas.
Son iniciativas esperanzadoras…
Hay muchos más ejemplos de este tipo. Es como si hubiera todo un
mundo ahí fuera, aparte de Europa, EE UU y su huella colonial en el
mundo. Está claro que, con un gran esfuerzo, estos modelos son algo más
que pruebas de concepto localizadas. Pueden ampliarse o, mejor aún,
escalarse hasta abarcar el bienestar de millones de personas.