miércoles, 2 de marzo de 2022

Ganadería entre árboles: una fórmula perfecta, silvopastoralismo.

 Hoy vamos a hablar en ‘Bosques para Siempre’ del pastoreo de ganado extensivo dentro de bosques (silvopastoreo). Y es que vacas, cabras y ovejas también se alimentan entre robles, castaños, pinos, fresnos y hayas. Incluso los cerdos comen bellotas entre masas arbóreas más cerradas que la dehesa de encinas y alcornoques dispersos que nos viene enseguida a la mente. Estudios y expertos resaltan la importante capacidad para secuestrar carbono y mitigar los efectos del cambio climático que tiene esta actividad, sin olvidar la de prevenir incendios gracias al manejo constante del sotobosque. Nos vamos a conocer a ganaderos y ganaderas que practican el silvopastoreo en diversos puntos de España. 

Ganadería Cobrana. Somiedo.Asturias.
Ver también;  Silvopastoralismo, una actividad imprescindible en la transición a un modelo ganadero sostenible


“No tiene mucho sentido que si mis vacas pastan en las brañas más altas donde no hay árboles tenga derecho a ayudas de la PAC (Política Agrícola Común de la Unión Europea) y si lo hacen entre estas hayas pierda ese derecho”. Abordaremos en este artículo esta contradicción, en especial en un país como el nuestro, que reparte bosques muy diferentes por doquier. Ahora el paseo con Diego Cobrana entre montañas asturianas pide escucharle atentamente mientras se disfruta hacia arriba de las cumbres afiladas del valle de Somiedo y alrededor de una densa vegetación entre las que sus vacas buscan sobre todo la hierba.

Diego Cobrana es uno de los no más de 15 ganaderos del valle, y cuenta con una cabaña formada por más de 200 vacas de la raza asturiana de los valles. “A partir de abril o mayo, según como venga el año, las subiremos a las brañas (los pastos y prados situados a mayor altura), pero ahora pastan entre cualquier tipo de vegetación que tenemos más abajo, por ejemplo entre hayas, donde siguen comiendo hierba y algunas hojas caídas”, afirma este joven ganadero continuador de una tradición familiar de varias generaciones. Sus reses también se mueven entre fresnos, acebos y serbales de los cazadores, dos especies estas últimas apetitosas para un conviviente salvaje de las vacas, el oso pardo. “El oso no ataca, a veces algunos jóvenes simulan ataques como juego, y lo vemos porque subimos casi a diario a ver al ganado, porque el que sí puede hacer daño es el lobo”, apostilla Cobrana.

Pasamos de vacas a cabras, a las 50 de razas autóctonas (del Guadarrama y guisanderas) que Irene Jara y Mario de Castro tienen entre pinares del abulense valle del Tiétar. Las conozco bien porque, entre otras cosas, degusto casi a diario los quesos que elaboran con su leche desde Al Sur de Ávila, y comparto enseguida con ellos la inquietud que te entra al ver cabras comelotodo entre un denso pinar. “Ahora las tenemos entre pinos”, explica De Castro, “y se comen hasta los líquenes de los troncos, y es cierto que ramonean y comen los pinos más jóvenes, pero yo digo que por cada uno que comen plantan ocho con sus excrementos; piensa que de los cerca de tres kilos de estiércol que echa al día, dos se quedan en el bosque”.

Más biodiversidad y menos cambio climático con el silvopastoreo

No obstante, como apuntaba Diego Cobrana y ahora corroboro entre los cabreros de Santa María del Tiétar, resulta esencial un buen manejo del ganado entre bosques para que no haya un excesivo pastoreo que afecte a la capacidad de regeneración de la vegetación. “Tenemos un rodalillo (de rodal, conjunto de árboles que se diferencian de los dominantes en ese terreno) de castaños dentro del careo (las 60 hectáreas donde pastan) donde hasta diciembre comen incluso los erizos que cubren las castañas, y en verano las bajamos hacia los pastizales, a por la hoja del fresno, pero casi siempre son ellas las que van buscando el pasto más apropiado; es como si nos pastorearan ellas”, apuntan estos ganaderos también jóvenes. Este ir y venir entre bosques con pastos favorece incluso la salud de las cabras: “No las desparasitamos porque ellas mismas, cuando lo necesitan, tiran más del enebro; piensa que el aceite de miera de este árbol sirve para ese fin”.

Hay otra cuestión importante que surge en la conversación con Mario de Castro e Irene Jara: “Últimamente ha crecido mucho la zarza, la jara y la retama y las cabras regulan muy bien este sotobosque; además, hemos notado una mayor presencia y diversidad de aves desde que nos asentamos aquí”. Hablaremos de las dehesas más adelante, pero sobre este beneficio del silvopastoreo para la biodiversidad, la Estación Biológica de Doñana (EBD/CSIC) acaba de dar a conocer un estudio científico que ha liderado en el que subrayan: “Los paisajes adehesados del suroeste de la península ibérica, gracias a que mantienen usos agro-ganaderos tradicionales y ricas poblaciones de ungulados salvajes, atraen buitres leonados procedentes de toda España y Francia”. Y concluyen: “Las dehesas ibéricas son claves para la conservación de las grandes aves carroñeras del sur de Europa”.

Más sobre beneficios ambientales, porque documentándome para este artículo di con otro que redunda en esta cuestión, en los valores en pro de la biodiversidad, la sostenibilidad y la lucha contra el cambio climático que aporta el silvopastoreo. Lo escriben en The Conversation José A. Reque, profesor titular de la Escuela Técnica Superior de Ingenierías Agrarias de Palencia, y Almudena Gómez-Ramos, profesora titular de Economía, Sociología y Política Agraria de la Universidad de Valladolid. De entrada me quedo con esta frase: “Una promoción racional a nivel mundial del silvopastoralismo puede llevar a un secuestro de CO₂ del orden de 26 a 42 gigatoneladas. Su potencial es superior al de la reforestación”.

Lógicamente, hablan de evitar los riesgos del sobrepastoreo, que pueden provocar fenómenos erosivos, pero también de dos esenciales provocados por no contar y valorar como se debe a la ganadería extensiva entre bosques: incendios y despoblación rural. Con base en recientes estudios publicados en revistas científicas, Reque y Gómez-Ramos recuerdan: “La combinación de vegetación herbácea de ciclo anual y fuerte potencial de regeneración, intercalada con vegetación leñosa con potentes sistemas radicales capaces de explorar suelos profundos, supone una opción excepcional para el secuestro y fijación de carbono”. Uno de esos trabajos recopiló datos de 86 estudios para concluir que, en promedio, se produce un mayor secuestro de carbono en el suelo en sistemas agroforestales clasificados como silvopastoriles que en el resto.

Trashumancia en Salas de los Infantes, Burgos. Foto: Javier Rico.

“Somos a la ganadería lo que la artesanía a la industria”

Del estudio científico al estudio de campo. Nos lo muestran Clara Rubio y Antonio Valencia entre robledales de roble melojo y castañares repartidos entre los pueblos salmantinos de Montemayor del Río, Colmenar de Montemayor y Peñacaballera. Tienen 40 vacas, más sus crías, de razas avileña negra ibérica, limusina y charolesa, y comparan “el robledal donde pasta nuestro ganado, que aporta el doble valor de un pasto controlado más un bosque sano y cuidado, y ese que ves a no más de cien metros con una vegetación cerrada en la que no se puede entrar y los árboles están mucho menos sanos”. Advierten más cosas: que esto “sí fija población y fija el paisaje” y algo inherente al bienestar animal en la ganadería extensiva, que “queremos ver a nuestras vacas a gusto, porque un animal hormonado y que sufre no produce en condiciones”.

A medida que nos adentramos en estas conversaciones regreso al artículo de Reque y Gómez-Ramos en The Conversation: “El imparable despoblamiento del medio rural y el mal funcionamiento de la cadena de valor, que no permite remunerar adecuadamente la actividad al ganadero, cuestiona a día de hoy la continuidad futura de la ganadería extensiva”. “Y no digamos entre bosques”, añaden Rubio y Valencia. “Nosotros somos a la ganadería lo que la artesanía a la industria”, prosiguen, “y somos conscientes de que nuestros filetes son más caros que los procedentes de explotaciones intensivas, pero también queremos que se valore y reconozca lo que hacemos por conservar todo esto, que no se nos meta en el mismo saco”. Y, como con Diego Cobrana en Somiedo, vuelve a surgir la queja de que estos bosques cuenten como superficie forestal no pastable y se les excluya de las ayudas de la PAC.

Esperando a una PAC más comprometida con los pastos entre bosques

Dentro de la PAC existe un coeficiente de admisibilidad de pastos (CAP) por el que se otorgan ayudas a la ganadería extensiva. Ese CAP, basado fundamentalmente en imágenes de satélite, descarta que se pueda pastar en determinadas masas boscosas muy densas, con mucha pendiente y afloramientos rocosos y, por consiguiente, que se opte a las ayudas, situación que afecta negativamente a una orografía diversa e irregular como la española. “Y lo peor es que esto no cambia sustancialmente con la nueva PAC”, señala Javier Alejandre, técnico de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA). “Es el problema de haber cambiado el modelo de pago y basarlo en la superficie en lugar de en el número de reses, o de no tener en cuenta la capacidad de regeneración de los pastos. Solo los eco-esquemas incluidos en esta programación de la PAC y la demostración, mediante alegaciones individuales, que tradicionalmente un tipo de ganadería ha aprovechado pastos entre bosques, pueden parchear esta situación”, concluye Alejandre.

A simple vista se podría decir que a la dehesa no le afecta ese CAP, sobre todo a aquellas con un arbolado más disperso y en terrenos muy llanos. Sin embargo, desde colectivos como la Federación Española de la Dehesa y la Fundación Savia denuncian constantemente la injustica de que gran parte de la dehesa se quede fuera. En algunas de estas dehesas más cerradas terminamos el viaje. Primero con Helena Escaño, hija de ganaderos que tiene claro que “todos somos dehesa: los pastos y los árboles, los animales y las personas”. Estamos en Cortegana, Huelva, con una ganadería de porcino en ecológico y con denominación de origen Jabugo que pasta entre alcornoques, encinas y quejigos. Incluso hay olivar y parcelas con huertas y cultivos de alfalfa y guisante, para que se consiga una rotación agro-ganadera sostenible.

¿Y si el jamón de Jabugo también es FSC?

“En la dehesa el objetivo no es que el cerdo engorde, sino que aproveche a fondo la montanera”, explica Escaño. Justo ahora estamos en plena montanera, momento de la caída de la bellota que solía empezar en septiembre (“el cambio climático cada vez la altera más y empieza más tarde”, se queja Escaño) y se prolonga hasta febrero. Aquí también recuerdo a los cabreros del Tiétar y el efecto antiparásitos del enebro: “En verano comen alfalfa y calabaza, que tiene propiedades antiparasitarias”, me dice esta joven ganadera. En la finca Montefrío de Cortegana también disponen de alojamientos rurales. “Es una manera de poner más en valor lo que hacemos, pero también de difundir y compartir conocimientos en torno a la agro-ganadería ecológica”, concluye Escaño.

La última parada en tierras onubenses da algunas claves para terminar con esperanza este periplo silvopastoral, sobre todo en lo relativo a poner más en valor y diferenciar en positivo esta ganadería extensiva. “Al igual que he conseguido la certificación forestal FSC para la madera o el corcho, ahora estamos trabajando para que las setas y los jamones, que ya tienen la DO Jabugo, puedan tener el sello FSC y darle aún mayor valor añadido al producto”. Así lo cuenta José Joaquín Suárez, ganadero pero sobre todo impulsor de numerosas iniciativas para revalorizar este tipo de dehesas, por ejemplo a través de la Asociación de Dehesas Ecológicas (Adeheco) o la Fundación Agroecosistema.

En el artículo de The Conversation resaltan lo necesario de estas líneas de apoyo “a través de un distintivo de calidad en el producto –como pueda ser un sello de sostenibilidad– o bien a través de apoyos directos al ganadero por los beneficios generados. En este sentido deben ser citados aquí los exitosos programas de empleo de ganado en régimen de pastoreo controlado para reducir el combustible vegetal en zonas estratégicas y prevenir así incendios forestales: las ovejas bomberas”. O las cabras bomberas, como destacamos recientemente en El Asombrario. “Tampoco verás que sale una llama de estas dehesas”, afirma Suárez, al que cogemos igualmente en la montanera y con un ganado muy diverso que favorece ese “cortafuegos” tan especial: “Ahora el cerdo ibérico es el rey de la dehesa, las ovejas me las llevo a un olivar para que lo dejen limpio y las vacas a zonas con menos densidad de arbolado; luego las pasaré a la dehesa, para que se coman las bellotas que han dejado los cerdos”.

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