Las principales quejas de los hospitaleros
respecto a los comportamientos poco adecuados a algunos peregrinos.
1965 Tina del Albergue San Lázaro, Redecilla del Camino. |
Para elaborar este resumen, también temático, al modo de un turno de réplica, nos hemos fijado en las respuestas que los propios hospitaleros dan a los peregrinos que protestan, de nuevo a través de Gronze, Facebook y Google, así como en la experiencia de los últimos años, ya que el panorama peregrinatorio ha cambiado bastante, hablando con hospitaleros del Camino tanto de albergues de acogida tradicional como municipales o privados.
He aquí, por lo tanto, el resultado con las principales demandas, aunque resulta evidente que la diversidad tipológica y de estilo de acogida de los albergues ya nos previene sobre el evidente riesgo de cualquier generalización:
1. Peregrinos exigentes. Un comentario reiterado, porque aquel viejo lema de que «el turista exige, el peregrino agradece» es ya cosa del pasado. Pero tanto en los albergues de acogida tradicional como en los privados, que se corresponden con un servicio reglado de hostelería, cada vez es más notorio que ciertos peregrinos crean estar en un hotel o, incluso, en un multiservicio capaz de satisfacer todas sus necesidades y antojos. Pese a que la cantidad módica que pagan no debiera sugerir que puedan pedir demasiado, en ciertos casos la exigencia es la norma, en plan niños caprichosos que creen tener derecho a todo tipo de servicios y, además, gratis. En fin, poco que añadir a este tipo de actitudes totalmente impropias de peregrinos.
2. Falsas reservas. Los albergues que admiten reservas están teniendo bastantes problemas, según nos confiesan y sobre todo en las épocas o zonas más saturadas, con las falsas reservas. Estas consisten en que un peregrino, o grupo de peregrinos, peor todavía, confirman las susodichas reservas para un mismo día en varios albergues con la intención de quedarse, al final, en el que más les convenga (un comportamiento vergonzoso). Por supuesto que existen medios para combatir esta práctica (pedir como garantía una tarjeta de crédito, cobro anticipado, hora máxima de llegada, confirmación telefónica, etc.), pero la difusión de esta práctica está generando muy mal rollo y, como siempre ocurre, acabarán pagando justos por pecadores.
3. Suciedad. No solo hay algunos albergues en los que la limpieza brilla por su ausencia, sino que también hay peregrinos que descuidan por completo su propia higiene. Algunos pensarán que después de caminar y sudar no es necesario ducharse, bueno, algún incapacitado para la vida social puede que encaje en este perfil, un comportamiento anómalo que sin duda es reflejo de algún problema mental. No, la queja se suele manifestar por otras actitudes, como por ejemplo las de tirar los desperdicios fuera de las papeleras, acceder a las habitaciones con los zapatos o botas sucios, o, en el colmo de la falta de sentido peregrino, depositar las mochilas, en ocasiones con bichos, encima de las literas al llegar. La falta de educación podría extenderse a los cuartos de baño comunes, que algunos piensan son solo de un único uso, obviamente para ellos mismos.
Siendo lo anterior ya grave, el aspecto más resaltado por los hospitaleros es el estado en el que algunos dejan la cocina, que parece poco menos que una trinchera de la Gran Guerra después de un ataque enemigo, algo ciertamente inconcebible, y es curioso que aquí suelen establecerse diferencias entre nacionalidades, y también entre edades. Hay gente que parece que no ha recibido la educación básica para convivir con los demás.
4. Los que se llevan cosas. Y no solo del pequeño menaje de la cocina, lo más habitual y justificación del Xacobeo para no ponerlo en su red pública de albergues, sino también toallas, como hacen algunos en los hoteles caros, y hasta objetos de decoración, libros, en fin, cualquier cosa que satisfaga su afán depredador o de pura cutrez para ahorrarse un mínimo gasto (en este sentido, es un clásico llevarse los rollos de papel higiénico, pregunten a los hospitaleros cuál es el consumo en relación a los alojados).
El tema de los robos, realizados por falsos peregrinos a sus compañeros de ruta, es harina de otro costal, y por lo tanto asunto más propio de la delincuencia común.
5. La miseria en los donativos. Esta es una cuestión que daría para un artículo aparte, y de hecho ya hemos escrito algo sobre el asunto (¿Tienen futuro los albergues de peregrinos de donativo?), pero es un problema acuciante que puede afectar, seriamente, a la viabilidad del modelo. En opinión de los hospitaleros que trabajamos como voluntarios en este tipo de albergues, existe un consenso: el problema no son los peregrinos que, por el motivo que sea, carecen de recursos, pues para facilitar su experiencia en el Camino se presta también la asistencia, sino el de los pícaros o listillos, que vienen a dormir, cenar y/o desayunar de gorra para luego irse al bar del pueblo o ciudad a tomarse cañas, vinos y pinchos toda la tarde. La cosa ha llegado a tal punto que ya hay varias webs y blogs para facilitar la labor de esta gentuza; lo que nos faltaba.
6. Agresividad. Hemos tenido algunas noticias, cierto que muy esporádicas (Frómista, O Pedrouzo…), de gente que hace el Camino, porque el nombre de peregrinos no lo merecen, que se han puesto violentos con los hospitaleros, llegando a intentos de agresión, a veces consumados. La violencia verbal es, desde luego, bastante más frecuente, y nos informa de personas que están en la ruta —algunas con evidentes problemas psicológicos— no se sabe muy bien el porqué. Los hospitaleros hacen todo lo posible para identificar a esta minoría, y advertir a los de las siguientes etapas para que estén prevenidos de lo que se avecina.
7. Incumplir los horarios. Por motivos diversos, juergas, borracheras, eventos en la tv o manifiesta dejadez, no es raro que algunos peregrinos ignoren los horarios establecidos para el cierre en los albergues, que se suelen adaptar a la rutina propia del Camino, donde es necesario más tiempo de reposo y sueño del habitual para recuperarse del esfuerzo, así como madrugar para comenzar la nueva etapa. Es una falta de respeto a la casa, en primer lugar, pero también un comportamiento insolidario con los restantes compañeros.
8. Consumo de alcohol. Y ya que hemos tratado el tema de las borracheras, hemos de indicar que el vino, como decía el peregrino y prescriptor Herman Künig a finales del siglo XV, sigue trastornando a muchos en el presente. Esto ya no solo ocurre en el Bierzo, que es donde situaba el episodio, o en las ciudades, siempre más propicias con sus calles de vinos y tapeo, entre ellas la célebre Laurel logroñesa. El alcohol está más presente de lo que se piensa en la ruta, y forma parte de la experiencia peregrinatoria desde el pasado. Algunos, en muchos casos estimulados por los bajos precios en España y Portugal, pierden la mesura, y los demás pagan sus pasadas de rosca, que van del ruido a las vomitonas, y de las gracietas a auténticos excesos relacionados con el acoso sexual o la violencia, cuidadito con las bromas.
Además del alcohol, aquí podríamos incluir otro tipo de drogas y sus efectos, un tema sobre el que no se suele hablar, aunque no por ello deje de existir en el Camino.
9. No respetar las literas asignadas. Bien, no es una cuestión tan grave como las anteriores, pero refleja el egoísmo de ciertas personas que, sin haber hecho una solicitud por cuestiones de edad, salud o incapacidad, toman decisiones por su cuenta provocando agravios comparativos y generando desorden, así como el consiguiente enfado de los hospitaleros. ¿Harían lo mismo, si tuvieran sus boletos numerados, en el cine, el tren o el avión?
10. A vueltas con los chinches. Está ya siendo un clásico del Camino la acusación en doble sentido sobre el origen de los chinches. Los peregrinos se los encuentran a veces y exigen a los hospitaleros una explicación, o la devolución del dinero para largarse a otro sitio. Por su parte los hospitaleros, en muchos casos, acusan a los peregrinos de haberlos traído ellos (quizá no los recién llegados, pero sí otros que llegaron antes, quién sabe). De cumplirse la segunda hipótesis, estaríamos una vez más hablando de impericia, dejadez —a veces también de vergüenza por confesar lo obvio para que no los clasifiquen de apestado— por parte de muchos peregrinos.
11. Protestar los menús. Esto entronca con el capítulo 1, pero tiene su especificidad en el sentido de que algunos, nacionales o extranjeros, parece que no saben salirse de la sota, caballo y rey que les cocina su mamá en casa. Es así como surgen múltiples demandas de matizaciones a los menús: que si a mí me quitas esto, que si a aquel le añades lo otro, que por qué no se ha cocinado de aquella u otra manera, etc. Cierto que muchos menús dejan mucho que desear, nadie lo discute, pero también lo es que algunas personas son incapaces de salir de casa y variar sus rutinas —y ya no digamos los horarios— alimentarios.
12. La calefacción y los aguaceros. Si bien hay hospitaleros tacaños para poner la calefacción, también es preciso reconocer que algunos peregrinos tienen el termómetro averiado, y siempre se quejan de frío aunque las temperaturas sean ya suaves o cálidas. En alguna oportunidad la demanda de calefacción no lo es tanto para el cuerpo, sino para secar las botas y demás vestuario, aunque esta no sea su función inicial. Al respecto, los hospitaleros relatan a menudo cómo se pone el calzado, y otras prendas de ropa húmeda, encima de los radiadores, con el riesgo que ello implica, y también algunas prácticas que rozan lo patológico, como la de secar calcetines en un microondas. ¿Quién da más?
13. Uso de baños sin estar alojados. Esta práctica, consecuencia de una necesidad fisiológica que algunos tienen acelerada pese a la sudada, es muy habitual en el Camino. No solo se cuelan peregrinos necesitados de un wc en los albergues o cafeterías, sino en todo lo que se ponga a tiro, incluidas huertas, graneros, garajes y hasta casas particulares. Es una actitud sin duda pueril, porque lo primero debería ser pedir permiso, y en algunos lugares, pensemos en albergues con cafetería, consumir algo; los hosteleros no se cansan de escribir que los baños no son públicos, sino para los clientes, y así figura en carteles y avisos. La plaga no parece tener remedio, y se está combatiendo, básicamente, con prohibiciones, tarifas y, sobre todo, a gritos.
14. Reseñas vengativas. Para concluir la retahíla, extractada de las quejas más comunes de los hospitaleros, podríamos citar la mala leche, con carácter vengativo, que algunos esgrimen en webs o redes sociales contra hospitaleros y albergues. En ciertos casos las críticas pueden ser merecidas, nadie lo duda, pues cuando todos coinciden en lo malo suelen acertar, pero en otras ocasiones los dardos envenenados, contra personas y lugares que gozan de buena reputación, son evidentes respuestas a una norma que no ha gustado o un capricho no cumplido.
En fin, ya sabemos como es la especie humana, y el Camino no es una excepción angélica, sino que, como en la viña del Señor, hay un poco de todo y en todos los bandos.
Antón Pombo
Periodista especializado en el Camino de Santiago e historiador
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