y en las próximas elecciones locales puede constituir
una corporación municipal con 5 concejales.
“Es un drama. Es una reconversión brutal que ha traído otro modelo de producción, el de sustituir pequeñas explotaciones por otras más industrializadas, que se hacen con más producción y con más tierras”. El responsable de la cadena y de mercados de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG), Andoni García, califica de drama el proceso, en toda Europa, hacia un menor número de explotaciones agrarias.
Así lo ha constatado Eurostat, la agencia estadística de la Unión Europea (UE) que acaba de publicar datos sobre la evolución del número de granjas, agrícolas y ganaderas, a lo ancho del territorio europeo.
La conclusión es clara. En los 15 años comprendidos entre 2005 y 2020, el año de la pandemia, desaparecieron casi 4 de cada 10 explotaciones. En concreto, un 37%.
En el siguiente gráfico se puede comprobar cómo en el año que impactó el coronavirus había 9 millones de explotaciones agrícolas en el conjunto de la UE, según los censos que publica Eurostat. En cambio, 15 años antes, se superaban los 14 millones.
Este cambio de modelo de producción agrícola y ganadera lleva al responsable de COAG a hablar de una “Europa vaciada” que constituye un “problema para toda la sociedad”. “Se han sustituido las pequeñas explotaciones, familiares y tradicionales, por otras más industriales, más intensivas y más ligadas a la especulación”, que colocan el “negocio por encima de la vida rural”, argumenta Andoni García.
Desde la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA), también se constata ese cambio de modelo. “Es una realidad que acontece en toda Europa desde hace años”, apunta su portavoz, Diego Juste. “La estructura de costes de las explotaciones y el hecho de que los precios pagados a los agricultores lleven tantos años siendo tan bajos, presionados por el resto de la cadena alimentaria, ha hecho que las explotaciones hayan tenido que dimensionarse”, asume.
“Al final, las industrias y la distribución presionan para que haya explotaciones cada vez más grandes y controlables”, ahonda el portavoz de UPA, que apunta también a otros factores, como la progresiva “mecanización”, que conlleva que el nivel de gasto a veces no sea afrontable para las pequeñas explotaciones, y también el “progresivo despoblamiento” del territorio rural.
España no es una excepción. Según los datos del Censo Agrario publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), en nuestro país los macro cultivos (las explotaciones de más de 100 hectáreas) han aumentado en los últimos veinte años, pasando de suponer el 54% de toda la tierra agrícola al 58%. El resto de cultivos de tamaños inferiores, en cambio, han ido perdiendo terreno.
Las estadísticas señalan que, si bien la realidad de un menor tejido de explotaciones se da en toda la Unión Europea, no ha afectado igual a todos los países.
Como se ve en el siguiente gráfico, en España ha impactado, pero menos que en otros socios comunitarios. Aquí la caída de explotaciones agrícolas en esos 15 años se ha situado en el 14,5%, menos de la mitad de la media europea.
En España el recorte es mayor que en Portugal, que ha perdido el 10% de su tejido de explotaciones agrícolas y ganaderas, pero está lejos del 30% que han superado tanto Francia como Italia.
Más evidente es el cambio en gran parte de Europa del Este. En Polonia, por ejemplo, el número de explotaciones se redujo más de un 47% entre 2005 y 2020. Porcentaje que se dispara por encima del 67% y del 74% cuando se analizan las cifras de Hungría y Bulgaria, respectivamente.
En estos mercados, explica Andoni García, se trata de la desaparición de explotaciones pequeñas y medianas. “Es un proceso que no para”, se lamenta.
A lo largo de estos años, las explotaciones han disminuido en todo el territorio español, con una excepción: Andalucía. Según los datos que publica el organismo estadístico europeo, en 2020 esta comunidad autónoma alcanzaba las 267.700 granjas agrícolas y ganaderas, un 4,4% más que en 2005. Sin embargo, como se ve en el siguiente mapa, es un caso único en la distribución regional.
En las regiones del Cantábrico, la evolución ha sido muy diferente, con retrocesos que van del 48% de Euskadi y Asturias al 38% de Cantabria. En Galicia, la caída en el número de explotaciones es del 17,8%. En cambio, en la Comunitat Valenciana y Murcia, la disminución del número de granjas de este tipo roza el 30% y en Canarias e Illes Balears es más del 26%.
En el norte de España, uno de los motivos de esta transformación del campo es el progresivo desmantelamiento del tejido ganadero. “Desde 2008 se han perdido el 50% de las explotaciones de leche. Es vaciar a los pueblo de vida”, argumenta Andoni García.
Los datos publicados por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación constatan que, en siete años, España ha perdido más de 9.000 ganaderos dedicados a la producción de leche. Son los que transcurren entre 2015, el año en el que desaparecieron las cuotas lácteas, y 2022. En ese lapso de tiempo, se ha pasado de 20.000 ganaderos dedicados a la producción láctea a poco más de 10.000, según los datos al final del último ejercicio.
En el terreno agrícola, la producción en España también tiende a la concentración. Como se analizó en esta información, la superficie destinada en España al uso agrícola prácticamente no ha variado en la última década.
En total, cerca de 24 millones de hectáreas dedicadas a producir todo tipo de cultivos: frutales, viñedos, olivares o pastos, que se han mantenido estables en extensión. En cambio, de nuevo, se percibe una caída del 9% en el número de explotaciones dedicadas a la agricultura entre 2009 y 2020, según los citados datos del Censo Agrario del INE.
Las distintas fuentes consultadas sitúan la presión de la industria y la distribución, por mejorar las cifras de producción y su coste, como uno de los factores que están impulsando la transformación del campo. También, la política económica ligada al sector primario y la regulación del comercio internacional. Sobre todo, la desregulación.
“La Unión Europea y las políticas que se aplican están basadas en la liberalización, en los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio (OMC), los acuerdos con Mercosur. Estos traen una bajada de precios para los agricultores, que luego no ven los consumidores”, señala el responsable de COAG. “Se están favoreciendo las importaciones y eso tiene un impacto en los precios y en la destrucción de explotaciones locales. ¿Qué sentido tiene traer producciones de la otra parte del planeta cuando no se necesita, porque se puede hacer aquí? Lo hemos visto con la miel”, en referencia a la crisis que vive el sector apicultor por las importaciones que llegan de mercados como el chino que, en muchas ocasiones, no se reflejan en las etiquetas de los productos que llegan al supermercado.
En el trasfondo, la Política Agraria Común (PAC). Actualmente, esta política está en transformación, porque trata de ligar la producción a un modelo más basado en la sostenibilidad. Está previsto que, entre 2023 y 2027, España reciba más de 47.700 millones de euros de la PAC. Es el tercer país receptor, solo por detrás de Francia y Alemania. Según los cálculos del Ministerio de Agricultura, estos fondos suponen el 20% de los ingresos agrarios del sector.
La PAC está transformándose y, aunque ha disminuido ligeramente su presupuesto en las últimas décadas, no parece estar vinculada a la caída en el número de explotaciones que reflejan los datos de Eurostat.
En el marco financiero que marcó Bruselas para el periodo 2007-2013, los fondos para el presupuesto agrícola y rural, el medio ambiente y la pesca alcanzaron los 413.000 millones de euros. Para el siguiente periodo, 2014-2020, se situaron en 408.313 millones. Y para el que está en curso, hasta 2027, esta suma se ha rebajado hasta los 386.603 millones de euros.
Una financiación que, según las organizaciones agrarias, en España debería tener un foco en la búsqueda de nuevos agricultores y ganaderos, pero para hacer que el campo sea rentable sin la necesidad de ese tipo de ayudas. “El reto es que la producción no deje de ser familiar, que esté vinculada al territorio, que haya diferentes generaciones y se pueda encontrar un relevo generacional”, concluye el portavoz de UPA.
Alfar hallado durante la ejecución de esta obra, en las cercanía de la ciudad de Libia, Camino de los Romanos, y río Reláchigo. |
Ambos municipios venían sufriendo frecuentes roturas de sus actuales tuberías de abastecimiento y cortes en el suministro que han quedado solucionados, además de atender una demanda de conexión al sistema supramunicipal del Oja -Tirón pendiente desde la puesta en servicio de éste en 2016. El hecho de compartir hasta ahora las infraestructuras con la Mancomunidad constituida por Leiva – Herramélluri – Tormantos, que no se sumaron al nuevo sistema, hacía inviable esta conexión al sistema supramunicipal.
Hasta que no se ha realizado una nueva conducción de 8 kilómetros desde el partidor de Herramélluri hasta la conexión con el sistema supramunicipal a la altura de Santo Domingo de la Calzada, tubería que posteriormente continúa desde el partidor de Herramélluri hasta los depósitos de Treviana y de San Millán de Yécora.
El Consorcio de Aguas y Residuos de La Rioja ha proyectado y ejecutado la nueva tubería que evitara tener que utilizar la tubería de la Mancomunidad de la que dependían previamente. Desde que comenzó la obra en septiembre, se ha invertido 1.308.676,90 euros en los trabajos ejecutados por la empresa riojana QODA Calidad, Organización y Vivienda SL, los cuales han contado con financiación europea a través del programa FEDER La Rioja 2021-2027 “Fomento del acceso al agua y de una gestión hídrica sostenible”.
El proyecto ha supuesto la construcción de 8 Km de una nueva tubería de fundición dúctil de 200 mm de diámetro conectando dos instalaciones del sistema de abastecimiento supramunicipal Oja-Tirón construidas en los inicios del sistema: una tubería existente en Santo Domingo de La Calzada y el partidor, ubicado en Velasco (río Reláchigo), aldea de Herramélluri, que permitiría el suministro a Herramélluri, Leiva, Ochánduri, San Millán de Yécora, Treviana y Tormantos.
Aparición de restos arqueológicos
En su ejecución, que contaba con la preceptiva supervisión arqueológica
por su cercanía al yacimiento arqueológico de Libia y por atravesar una
calzada romana, aparecieron restos arqueológicos de valor como un alfar,
una tinaja perfectamente conservada o los restos de un crucero y
determinadas imágenes policromadas al parecer pertenecientes a la ermita
de San Sebastián en las proximidades del Camino de Santiago en Santo
Domingo de la Calzada.
Con la firma de la recepción de las obras al contratista se ha dado finalización formal a los trabajos, si bien éstos habían concluido el pasado mes de marzo y están ya en servicio permitiendo el suministro desde el sistema Oja a los municipios de Treviana y San Millán de Yécora y evitando, en menos de un año, los frecuentes episodios de suministro mediante cisternas que estas poblaciones habían venido padeciendo en los últimos años.
Cuatro empresas controlan el 90% del comercio mundial de cereales.
Vacas pastando en el área renaturalizada de Knepp (Reino Unido).Matt Ellery (CC BY-SA 2.0) via Flickr
Los sistemas nacionales de producción de alimentos se están volviendo más sensibles a los choques globales
Entonces, ¿cómo podemos alimentar a la población mundial sin destruir el planeta?
El libro traza un programa radical: Monbiot quiere que sustituyamos la cría de ganado por polvo proteínico compuesto por una bacteria fermentada que pueda sustituir la proteína y la grasa de las dietas humanas, concentrar la producción de alimentos restantes en enclaves de alto rendimiento y permitir que el resto de la tierra recupere su estado salvaje. Pero Monbiot es un periodista avezado y endulza la píldora con entretenidos relatos de experiencias. Regénesis: Alimentar al mundo sin devorar el planeta comienza en la parcela que Monbiot tiene en Oxford, con una oda de cinco mil palabras a un terrón:
La tierra, que antaño entendíamos como una masa homogénea, se compone de estructuras dentro de estructuras. Lombrices, raíces y hongos crean terrones pegados con las fibras y los pegajosos elementos químicos que producen, llamados agregados. Dentro de estos agregados, los animales diminutos, como los ácaros y los colémbolos crean terrones aún más pequeños. Dentro de estos, las bacterias y sus depredadores microscópicos –criaturas que ni siquiera puedo ver con la ayuda de mi lupa, como tardígrados, ciliados y amebas– forman unos agregados aún más pequeños […]. Hemos tardado todo este tiempo en aprehender con propiedad que el sustrato del que dependen nuestras vidas es una estructura biológica.
La majestad inadvertida del suelo le inspira para “relatar una nueva historia, una regénesis, sobre lo que comemos y cómo lo cultivamos”. Monbiot procede a detallar el enorme daño medioambiental que ha producido la agricultura. Empieza junto a su hogar, en su amado río Wye, que ahora se ha convertido en una “asquerosa alcantarilla” después de que se permitieran granjas aviares en su cuenca. Después se reúne con algunos granjeros innovadores: Iain Tolhurst, en South Oxfordshire, que ha desarrollado un modelo de cultivo de frutales y verduras sin productos químicos ni productos procedentes del ganado, que evita la reducción del rendimiento mediante un manejo minucioso de la tierra; Tim Ashton, de Shropshire, que emplea los métodos “sin arado” para cultivar cereal, los cuales reducen la destrucción del suelo; Ian Wilkinson, cuya granja agroecológica experimental en West Oxfordshire, FarmED, ha creado una “economía circular rentable”. A Monbiot le emociona especialmente el trabajo de The Land Institute de Kansas, que cultiva variedades perennes de cosechas anuales, que de otra manera deberían replantarse cada año, como un pariente del trigo llamado kernza. Cualquier reconfiguración del sistema alimentario debería tener en cuenta también las necesidades que debe cubrir. Monbiot traza un vívido retrato de un banco de alimentos cerca de su casa y de la lucha comunitaria contra la pobreza alimentaria, lo que le conduce a una reflexión sobre la relación existente entre la protección medioambiental y la justicia alimentaria. Las campañas por la soberanía alimentaria, concluye, deben reconocer la colisión entre la defensa del medio ambiente y la agricultura, así como el hecho de que la producción local de alimentos en un país como Gran Bretaña nunca podrá cubrir los requisitos alimentarios modernos.
Finalmente, Regénesis: Alimentar al mundo sin devorar el planeta aborda el tema de las proteínas y las grasas. Mientras que los capítulos anteriores se centraban en los métodos agrícolas alternativos, este se titula “Farm Free” [Sin cultivo]. Monbiot viaja a Helsinki, donde se emociona con el trabajo de Pasi Vainikka, director ejecutivo de Solar Foods, que emplea un procedimiento que inició la nasa en la década de 1960 para producir proteínas mediante la “fermentación de precisión” de microorganismos, que se reproducen rápidamente en tanques sin necesidad de la luz del sol por lo que “por primera vez en la historia de la humanidad […] tendríamos una comida básica que no proceda de la fotosíntesis”. La poco prometedora papilla amarilla que se bate en los tanques de fermentación de Vainikka se seca para formar Solein, “una harina dorada que huele a huevos revueltos”. “Supone –declara con júbilo Monbiot– el principio del fin de la mayor parte de la agricultura”. Producir alimento de esta manera –y explica que Solein es solamente una de las docenas de opciones y que la bacteria del suelo que se emplea aquí es tan solo una de las miles de candidatas– liberaría vastos terrenos de la agricultura, permitiendo la reversión al estado salvaje a una escala previamente inimaginable. Una revolución contraagrícola de este tipo sería inmensamente disruptiva; los gobiernos tendrían que apoyar a quienes necesitaran encontrar empleo en otras áreas, con suerte en las nuevas industrias, que tendrían mejores patronos que los de la industria cárnica. Pero el cambio marcaría una era: “A la era de la Extinción le sucedería la era del Regénesis”.
Para Monbiot, es necesario reconocer que la agricultura es la principal causa de la destrucción ecológica
En la estampa final, de nuevo en su parcela, golpeada por una helada intempestiva, Monbiot reflexiona sobre las frustraciones del activismo medioambiental: “Recogemos las pruebas, explicamos el problema, proponemos una solución y se nos recibe como al doctor Stockmann en la obra de Henrik Ibsen Un enemigo del pueblo: con ira, negación y deshonra”. Sin embargo, el éxito depende de que exista un movimiento preparado para el momento en el que se abra la posibilidad y su intuición es que, dado el alineamiento de las nuevas tecnologías, la fragilidad sistémica y el creciente desasosiego de la gente, “pronto nos encontraremos, creo, con un momento para que las condiciones cambien”.
Monbiot probablemente sea el periodista medioambiental británico más conocido. Netamente situado en la izquierda y partidario de la independencia escocesa, galesa y norirlandesa, ha mostrado su apoyo diversamente al Partido Verde, al Plaid Cymru, a los Liberal-Demócratas y al Partido Laborista de Corbyn. Estudiante de zoología en Oxford a principios de la década de 1980, empezó su carrera en la bbc, trabajando en la unidad de historia natural, y sus primeros libros –Poisoned Arrows (1989), Amazon Watershed (1991), No Man’s Land (1994)– eran relatos en primera persona de los abusos ecológicos y de los derechos humanos en Papúa Occidental, Brasil, Kenia y Tanzania. Columnista en The Guardian desde 1996, ha escrito extensamente sobre ecología, política y temas sociales y ha figurado en documentales y programas sobre temas de actualidad. Otros de sus libros destacados son Heat (2006), que versa sobre las soluciones a la crisis climática; Feral (2013), sobre la resilvestración, y Out of the Wreckage (2017), que defiende una “política de la pertenencia”. Regénesis: Alimentar al mundo sin devorar el planeta, con su mezcla de historia, reportaje y activismo, con sus cambios de registros y énfasis, encaja perfectamente con su obra anterior. ¿Cómo deberíamos, pues, valorar este libro?
Monbiot tiene razón al argumentar que la “carnificación” de las dietas impulsa un ciclo destructivo.
Deberíamos empezar por agradecer la atención que el libro dedica a los efectos de la industria ganadera intensiva, detallando los problemas para deshacerse de los residuos, el abuso de los antibióticos, las enfermedades zoonóticas, la “expansión agrícola” masiva de los productos químicos y los monocultivos mecanizados de soja y maíz destinados a la alimentación de los animales confinados en macrogranjas. Monbiot tiene razón al argumentar que la “carnificación” de las dietas impulsa un ciclo destructivo. La carne, los lácteos y los huevos se vuelven relativamente baratos mediante la externalización de sus costes ecológicos; el aumento del consumo alimenta los beneficios que impulsan la expansión y la profundización del sistema. El libro contribuye también a fomentar la alianza de los movimientos climáticos con las luchas contra la destrucción ecosistémica. Aunque la biodiversidad y el calentamiento global fueron ambas convenciones fundacionales de la Cumbre de la Tierra de la onu celebrada en Río en 1992, las políticas sobre el clima hace tiempo que han dejado de lado la biodiversidad en parte debido a la necesidad de combatir el negacionismo bien financiado de las compañías de combustible fósil. Los académicos y activistas que se oponen a los procedimientos de la ganadería intensiva llevan tiempo argumentando que la transformación de la agricultura –actualmente gobernada por grandes empresas interconectadas que ejercen su control sobre los productos químicos y farmacéuticos, el comercio, las finanzas y, por encima de todo, sobre la genética de semillas y animales– es fundamental para resolver tanto la crisis climática como la ecosistémica. El libro de Monbiot se publica en un momento en el que las grandes corporaciones agrícolas, ellas mismas profundamente implicadas en las industrias de los combustibles fósiles, han empezado a aparecer, finalmente, en las reuniones internacionales sobre el clima y la biodiversidad. La oportunidad de la publicación de Regénesis: Alimentar al mundo sin devorar el planeta resulta incrementada por la participación de Monbiot, junto con Extinction Rebellion, en la COP15 celebrada en Montreal, en un movimiento denominado Reboot Food, que apoya el programa descrito en el libro.
Como los anteriores libros de Monbiot, este se propone popularizar un tema complejo (en un momento, afirma, que ha leído tanto sobre la composición del suelo que podría haberse graduado, aunque tiene la sensación de que apenas ha empezado a arañar la superficie). Pero captar el cuadro completo de su razonamiento y de sus implicaciones sigue siendo, no obstante, un desafío. Hay temas importantes que no se abordan. ¿Cómo, por ejemplo, podrían responder las innovaciones de los diferentes granjeros que se describen en el libro a la llamada a la acción también contenida en el mismo? Monbiot no nos aclara cómo podría abastecer Tolhurst a una población más amplia que la de su vecindad, cómo podría acceder rápidamente a una tierra fértil y bien situada, ahora que está menguando, cómo podría competir con las ofertas del supermercado de productos exóticos y fuera de temporada, ni qué sucedería a quienes trabajan en esas explotaciones de Kenia, México y otros lugares, contratados para proporcionarlos. A la inversa, deduce que la granja de cereales mixtos de Wilkinson es “bella” pero “no correcta”, porque su rendimiento es insuficiente. Pero Monbiot no logra explicar cómo se mide ese rendimiento, ni tampoco cómo los cambios en las subvenciones y las políticas existentes, así como la contabilización de la totalidad de los costes o de las rentas garantizadas, podrían alterar los precios relativos y la asequibilidad.
En segundo plano afloran temas más generales. Un ejemplo al respecto es la cuestión del estiércol, ¿cómo se adaptaría un sistema de producción alimentaria a la erradicación de la ganadería? A pesar del tributo inicial a la tierra, el libro evita el tema de su renovación, respecto a la cual todos los ejemplos proporcionados por Monbiot, con la excepción de Tolhurst, se apoyan en una pequeña cantidad de animales domésticos, que van desde las gallinas que merodean y los peces que comen insectos hasta, dependiendo de la bioregión, animales de pasto de mayor tamaño; Monbiot no menciona el rebaño de bisontes nativos que vive en The Land Institute. Tiene razón al decir que, en manos de la agricultura industrial, el estiércol se ha convertido en un elemento contaminante, pero el estiércol procedente de animales sanos, locales, entre los que se puede potencialmente incluir a los seres humanos, es una cuestión diferente. Lo mismo puede decirse de las fuerzas estructurales e históricas más generales. Monbiot da por sentadas las subvenciones a los productos agrícolas y las instituciones que respaldan el complejo de macrogranjas y monocultivos que los alimentan; al igual que desdeña la geografía de la especialización y el comercio, tratándolas no como constructos políticos, sino como obstáculos inamovibles respecto a un sistema alimentario local, inclusivo y diverso.
Las dietas se han modificado varias veces, siempre en relación con los patrones cambiantes de las clases y de la acumulación de capital
El cambio en la dieta, incluyendo la carnificación y los alimentos ultraprocesados, se entendería mejor en el contexto de los regímenes alimentarios históricos. Las dietas se han modificado varias veces, siempre en relación con los patrones cambiantes de las clases y de la acumulación de capital. Monbiot tiene razón cuando dice que el complejo monocultivo-ganadero surgió en el seno de un régimen alimentario establecido por la hegemonía estadounidense de posguerra, pero el bloque social que la sustentaba se derivaba en realidad de una clase creada por el régimen anterior dominado por la Gran Bretaña imperial. Su agricultura hereda la lógica de los plantadores coloniales que crearon las plantaciones de azúcar en el Caribe, roturando las complejas selvas durante mucho tiempo moldeadas por los pueblos arahuacos e importando la caña de azúcar, una planta asiática, para que allí la cultivara y cosechara una mano de obra esclava. En su libro Changes in the Land (1983) William Cronon documentó cómo las ideas puritanas del jardín del Edén –un imaginario explícitamente invocado por el título del libro de Monbiot– distorsionaron las percepciones del lugar que los colonizadores llamaron Nueva Inglaterra. Percibieron a las tribus abenakis como primitivas en un paraíso en el que abundaba la caza mayor, los bosques proporcionaban muchos estupendos productos para comer y las tierras eran fértiles para el cultivo del maíz. El paraíso se deshizo cuando los colonos dividieron y vallaron la tierra, porque no entendieron que las poblaciones indígenas practicaban lo que hoy se llamaría agroforestería, atrayendo a los venados a lugares específicos.
Más hacia el oeste en la línea fronteriza, el Estado expansionista del siglo XIX y el capital ferroviario fueron incapaces de concebir las praderas americanas como unos enormes pastos para decenas de millones de bisontes moldeados por la población lakota, cuyas formas de vida estaban intrincadamente unidas a la multitud de plantas y animales de las llanuras. A partir de la década de 1870, los granjeros europeos que se asentaron en las praderas, ahora ya despejadas de su población nativa, de sus plantas y de sus animales, practicaron una agricultura de exportación basada en el cultivo de cereales y en el ganado bovino, que se convirtieron en nuevos productos naturales incorporados a la economía mundial. El régimen de monocultivo-ganadería del periodo de posguerra descrito por Monbiot se conformó mediante precios subvencionados para productos concretos, especialmente el maíz y la soja, cuyos campos crecieron a la par de las industrias de alimentación de ganado, sustituyendo a la paja y el heno como alimento para el ganado bovino, porcino y aviar ahora estabulado. Un resultado de ello fue la inmensa reducción de número de explotaciones agrícolas; los subsidios recompensaban la producción a gran escala de monocultivos, lo que impulsaba a los operadores de mayor tamaño a concentrar las granjas de sus vecinos. Las operaciones agrícolas ampliadas se convirtieron con el tiempo en oportunidades de inversión; los inversores, y no tanto los granjeros, se embolsaban los subsidios. Una de las hojas de la tijera eran las grandes empresas químicas y de maquinaria, que vendían los insumos necesarios para reemplazar la fertilidad y los controles naturales de plagas y enfermedades que se habían perdido con la consolidación de los monocultivos. La otra hoja comprendía a las gigantescas industrias de procesado alimentario que monopolizaban las compras.
El régimen alimentario ha ido de crisis en crisis desde la Cumbre Mundial del Hambre de 1974
El complejo ganadero apuntaló un enorme aumento del consumo de productos cárnicos y lácteos, a la vez que proporcionaba los insumos colaterales del maíz y la soja, que pasaron de las industrias de alimentación para el ganado a las industrias alimentarias capitalizadas. Las mercancías comestibles que proliferaron en las estanterías de los supermercados combinaban estos productos derivados con productos químicos hasta entonces no consumidos por los seres humanos y amablemente denominados “aditivos”. Los supermercados, a su vez, arrinconaron a las carnicerías, fruterías y panaderías locales, lo cual modificó las dietas. Se centraron no solamente en la carne y los lácteos, sino también en los nuevos alimentos ultraprocesados. Los ingredientes sustituibles se agruparon en categorías inventadas de “almidones”, “grasas” y “edulcorantes”; las etiquetas nutricionales detallaron las proteínas, las calorías, las vitaminas, etcétera en minúsculas etiquetas, mientras que los productos de la granja, como el brócoli, se convirtieron en añadidos que ahora figuraban en la cara visible del paquete para invocar el espíritu de las cocinas clásicas.
Un puñado de megacorporaciones y sus laboratorios estarán en disposición de controlar las nuevas fuentes de proteínas
Ahora se está produciendo un cambio ulterior, procedente de un régimen alimentario que ha ido de crisis en crisis desde la Cumbre Mundial del Hambre de 1974. Una y otra vez los capitales agroalimentarios fueron rescatados por los Estados más potentes, arrinconando a los países más débiles y vulnerables y a los movimientos sociales. El papel de los Estados y de las organizaciones supraestatales está en buena medida ausente en Regénesis: Alimentar al mundo sin devorar el planeta, pero sería complicado exagerar el impacto sobre la agricultura mundial de los programas de ajuste estructural del fmi, que obligaban a los países endeudados a maximizar las cosechas para la exportación, incrementando así el precio de los ingredientes de las cocinas locales. Las dietas pobres y las inhumanas condiciones laborales trajeron la inseguridad alimentaria a las poblaciones locales y las hicieron vulnerables ante las enfermedades. Ahora las industrias de alimentos ultraprocesados dirigen la persistente lógica de la incorporación de nuevos productos a la economía mundial. A medida que los ingredientes se vuelven cada vez más sustituibles, el último producto agrícola incorporado a esta (después del tabaco, los cereales, el ganado, el maíz y la soja) es la plantación de palma. El aceite de palma, primero cultivado domésticamente en África Occidental, se trasplantó a Asia a partir de la década de 1990. Las pequeñas explotaciones africanas aún plantan la palma dentro de una matriz de bosques y campos y continúan usándolas para sus necesidades culinarias y culturales. Las plantaciones de palma de Malasia e Indonesia proveen aceites aún más baratos para los alimentos ultraprocesados, después de roturar bosques tropicales y acabar con los seres vivos que los habitan. Contratan como mano de obra a quienes históricamente conformaron estos hábitats específicos. Las plantaciones de palma ahora han regresado a África, donde amenazan la agroforestería tropical.
La falta de atención a las relaciones de poder es especialmente evidente en el planteamiento de Monbiot sobre las proteínas y las grasas, respecto a las que pide básicamente que los movimientos medioambientales se alineen detrás del subsector emergente del capital riesgo atento a la producción de proteínas de laboratorio. Festeja las posibilidades –“limitadas únicamente por nuestra imaginación”– sin comentar el cambio de la evolución de las formas de cocinar guiadas por la experiencia y el deseo a otras guiadas por el interés de grupos empresariales. E ignora al sector líder de las “alternativas a la carne” –la carne celular– con el desplazamiento de la tecnología, de la química a la genética. Todo ello se adecúa al desplazamiento de la fuerza impulsora del libro. La protección de los suelos del mundo acaba subsumida en el objetivo de abolir la industria cárnica y láctea; el veganismo, más que la preservación, se convierte en el motor de la argumentación. Detrás de Solar Foods, pronto se descubre un abanico vertiginoso de empresas recién creadas, de emisiones de acciones y de absorciones y adquisiciones de empresas públicas y privadas dedicadas al diseño genético y la manufactura de proteínas, entre ellas Bayer, dueña de Monsanto, y Exxon, que está investigando la fermentación microbiótica para fabricar biocombustibles. A este subsector le interesa trasladar sus tecnologías desde los márgenes al centro de los mercados alimentarios, lo cual tendrá como resultado que un puñado diferente de megacorporaciones y sus laboratorios estarán en disposición de controlar las nuevas fuentes de proteínas del mundo a partir de una base genética aún más endeble. Cuesta entender que un desarrollo así sea algo distinto de la extensión de la dieta estándar global.
Hoy la comida barata son las pastas precocinadas y las pizzas congeladas, mientras que los ricos comen productos frescos orgánicos
Lo que el concepto de Monbiot no tiene en cuenta es que, en realidad, se trata de una dieta de clase, lo cual no es nada nuevo. El azúcar colonial proporcionó consuelo a la población londinense empobrecida durante el siglo XVIII; Engels describía la dieta de la clase obrera de Manchester durante la década de 1840 como lo que quedaba en los mercados que la clientela con más dinero había frecuentado a primera hora del día. Mientras que antaño la gente pobre consumía menos carne y de peores cortes que la gente rica, hoy la comida barata son las pastas precocinadas y las pizzas congeladas, mientras que los ricos comen productos frescos orgánicos, cuyos elevados precios son el resultado de su existencia en los márgenes de la agricultura predominante liderada por las megacorporaciones agrícolas y ganaderas. Esta división dietética de clase solo puede agrandarse a medida que la producción alimentaria industrial desplace a los productos agrícolas. Monbiot tiene la esperanza de que pueda evitarse la conquista de este nuevo sector por parte de las grandes corporaciones, pero suena como un deseo ingenuo. No explica cómo podrían imponerse realmente leyes antimonopolio o límites a la propiedad intelectual. La ciencia ficción ya nos ha advertido de esta posibilidad futura. La película de 1973 Soylent Green (Cuando el futuro nos alcance) describe un futuro distópico –en 2022 ni más ni menos– en el que los habitantes de Nueva York ingieren únicamente galletas de soja y lentejas manufacturadas en una fábrica pantagruélica; no pueden ni imaginar el sabor de la carne o de las fresas, restringidas a una minúscula élite que puede permitirse sus precios exorbitantes.
Detrás de las causas de la soberanía alimentaria y la agroecología se halla quizás el movimiento social más importante del mundo
En Regénesis: Alimentar al mundo sin devorar el planeta la democracia y el poder corporativo se relegan a un segundo plano. ¿Cómo explicar esto? Monbiot tiene un historial de posturas poco ortodoxas. Podríamos traer a colación su defensa de la energía nuclear: opuesto a ella en un primer momento, rompió con buena parte del activismo verde en 2011 por su apoyo a la misma. Igualmente resulta sorprendente que a diferencia de su entusiasmo por el subsector de la alimentación industrial “no cultivada en explotaciones agrícolas”, Monbiot descuide o rechace a quienes sería esperable que respaldara. Detrás de las causas de la soberanía alimentaria y la agroecología se halla el que probablemente sea el movimiento social más importante del mundo. Vía Campesina es una organización de pequeños agricultores fundada en 1992 para protestar contra la incursión de la Organización Mundial del Comercio en la agricultura, que defiende los derechos sociales y culturales al tiempo que la prosecución de objetivos medioambientales. Entre sus miembros se cuenta el Movimiento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra brasileño, la Alianza por la Soberanía Alimentaria en África (AFSA) y muchos otros movimientos locales. Vía Campesina lucha para defender los paisajes bioculturales contra el capital extractivo y sus Estados cautivos. Los miembros de la AFSA han logrado promover leyes que combinan el derecho consuetudinario con la protección de los derechos de las mujeres, la infancia y la juventud. Organizaciones de pequeños agricultores como estas buscan defender las ecologías y las culturas de sus territorios amenazados por los poderes corporativos de la minería y la extracción de madera, así como por los monocultivos. Las personas que lideran estos movimientos, que defienden el agua y la tierra, son cada vez más víctimas de asesinatos.
Vía Campesina y sus aliados han logrado una serie de victorias ante la ONU y la FAO
En los últimos años, Vía Campesina y sus aliados han logrado una serie de victorias ante la ONU y la FAO en las que se han adoptado principios agroecológicos por diversos comités. El Grupo Forest Tenure Funders adjudicó 1.700 millones de dólares en la COP26 para apoyar los derechos de las poblaciones indígenas y la salvaguarda de los bosques. Ahora Francia está pidiendo el reconocimiento de las tierras renovadas mediante buenas prácticas agrícolas como sumideros de carbono y presiona a la Unión Europea para que apoye la agricultura saludable, incluyendo la agroecología. Naturalmente, siempre existe el peligro de la apropiación. “Smoke and Mirrors”, un informe del Panel de Expertos Independiente sobre Sistemas Alimentarios Sostenibles apunta que términos como “soluciones basadas en la naturaleza” y “sostenibilidad” están siendo utilizados para esquivar las críticas. Como sus aliados del sector de los combustibles fósiles, el capital agroalimentario se apropia rápidamente del lenguaje que lo critica. La industria pesticida, experta en propaganda, hoy se denomina CropLife.
Monbiot justifica su marginación de este movimiento global por sus bajos rendimientos. Quienes promueven la agroecología y la soberanía alimentaria, defiende, a menudo son “ciegos ante el rendimiento” y olvidan que “es imposible alimentar al mundo con una agroecología de bajo rendimiento”. Aquí y en otros textos, Monbiot se basa en una agronomía, cuyo compromiso con la modernización de la agricultura aplica criterios de eficacia estrechos, que favorecen las cosechas únicas en campos homogéneos, lo cual le lleva a cuantificar inadecuadamente buena parte de lo que es realmente importante para los sistemas naturales. Los criterios del “mayor rendimiento en la menor cantidad de tierra posible” se aplican únicamente en campos en los que se cultiva un único producto: el rendimiento es mucho más difícil de calcular en sistemas de cultivos mixtos, especialmente en los integrados en el seno de las dinámicas de ecosistemas específicos, ya sean bosques, marismas o praderas. Monbiot reconoce a medias que “a veces los rendimientos de la agroecología son mayores que los de la agricultura convencional”, si se tienen en cuenta la totalidad de los factores, y menciona de pasada los éxitos cosechados en la India y Malawi. Pero seguir este hilo socavaría sus prescripciones.
Las consecuencias ecológicas y para la salud de reemplazar las granjas mixtas por monocultivos están bien documentadas. Estas incluyen la pérdida de “servicios ecológicos” procedentes de los bosques talados y la desaparición de las cosechas que fijan el nitrógeno, del estiércol animal, de las plantas de hoja verde y de los insecticidas fabricados a base de plantas. Todos estos elementos son sustituidos por fertilizantes y pesticidas químicos, así como por maquinaria, como en el caso de los pozos que extraen agua del subsuelo para que las cosechas sean más fiables que si dependieran de la lluvia… hasta que esta se gasta. A ello se añade la contaminación que tan bien describe Monbiot. La gente desplazada por los monocultivos pierde acceso a los alimentos locales. En la India, la Revolución Verde, que fue el origen del argumento de la preservación de la tierra, que adoptan determinados conservacionistas incluyendo a Monbiot, hizo que las lentejas fueran más caras que el arroz y dejó a la gente sin proteína vegetal. También se les privó de verdura (redefinida como hierbas) y de los productos del bosque, que proporcionaban vitaminas, minerales, pienso para animales y medicinas tradicionales. El primer déficit nutricional del que se informó ampliamente después de la Revolución Verde fue el de vitamina A, que causa ceguera. Por supuesto, esto puede remediarse con suplementos: el capitalismo siempre vende soluciones para los problemas que crea. Sin darse cuenta, Regénesis: Alimentar al mundo sin devorar el planeta nos lleva de vuelta a la lógica del sistema agrícola global que buscaba subvertir.
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Este texto se publicó originalmente en New Left Review.
N-120 travesía en Redecilla del Camino. |
El contrato afecta a un total de 117 km (incluyendo vías de servicio) y tiene una duración de 3 años, con posibilidad de prórroga por otros 2 años, más una prórroga adicional de 9 meses. Se enmarca en el programa de conservación y explotación de carreteras de Mitma, que permite mantener la vialidad en la Red de Carreteras del Estado para que sea accesible en adecuadas condiciones para todos los ciudadanos.
El sector indicado es el nº 2, que incluye las siguientes carreteras:
Carretera N-120:
El nuevo modelo de contratos de servicios para la ejecución de operaciones de conservación y explotación en la Red de Carreteras del Estado persigue ofrecer un servicio integral de movilidad al usuario, mejorar el estado de la carretera y red, y optimizar los recursos públicos.
A través de ellos se realizan trabajos de ayuda a la vialidad y conservación ordinaria de las carreteras, para permitir que la carretera y sus elementos funcionales dispongan de las mejores condiciones de vialidad y seguridad posibles, incluyendo actuaciones como: vigilancia y atención accidentes e incidentes, vialidad invernal, servicio de control de túneles y comunicaciones, mantenimiento de instalaciones, establecimiento de inventarios y reconocimiento del estado de la vía, agenda de información de estado y programación, ayuda a explotación y estudios de seguridad vial, y mantenimiento de los elementos de la carretera con adecuados niveles de calidad.
Oficio de Jueves Santo a las 18,00h.
Vía Crucis a las 12,00h del Viernes.
Domingo de Pascua a las 14,00h.
Resto de pueblos ver fotografía enviada por Chechu, muchas gracias.
La apertura de monumentos de las zonas rurales de Burgos se lleva a cabo a lo largo de la Semana de Pasión gracias al convenio firmado entre la archidiócesis de Burgos y la Fundación Siglo. En horario de 11:00 a 14:00 y de 16:00 a 19:00, algunos de los templos permanecerán abiertos durante diez días (del 1 al 10 de abril) y otros durante los días grandes de la Semana Santa (del Jueves Santo, 6 de abril, al Domingo de Pascua, 9 de abril). El programa cuenta con la colaboración de voluntarios locales, que se encargarán de abrir y mostrar el patrimonio de sus pueblos.
En la provincia, los pueblos que abrirán durante los días 6 a 9 de abril son: Rebolledo de la Torre, San Miguel de Cornezuelo, Santa Gadea del Alfoz, Gredilla de Sedano, Lomas de Villamediana, San Zadornil, Pineda de la Sierra, Riocavado de la Sierra, Castrillo Solarana, Poza de la Sal, Tobes y Rahedo, Villegas, Villadiego, San Vicente de Villamezán, Redecilla del Camino, Viloria de Rioja y las dos iglesias de Belorado, Santa María y San Pedro.
Abrirán del 1 al 10 de abril, ambos inclusive: Coruña del Conde, Zazuar, Caleruega, Gumiel de Izán, Roa de Duero, Sinovas, Manzanedo, Crespos, Tabliega, El Almiñe, Valpuesta, Lara de los Infantes, Solarana, Riosequillo, Villarcayo, Bisjueces, Santa Gadea del Cid, Pancorbo, Vadocondes, Los Balbases, Pampliega, Villamayor de los Montes, Presencio, Covarrubias, San Juan de Ortega, Hontanas y Castrojeriz.
El día 19 de noviembre ha fallecido Isabel García Manero, nacida en Cerezo de Riotirón hace 89 años, se casó con el difunto Teófilo (Filo)...