Ana González, natural de Santo Domingo de la Calzada, y David Ceballos, originario de Cantabria, son los últimos pastores trashumantes riojanos que continúan recorriendo las cañadas con su rebaño a pie. Junto a ellos camina también su hija Eda, de apenas dos años, que da nombre a la ganadería familiar.
La historia de esta familia comenzó lejos de los pastos. Ana y David trabajaban en otros oficios cuando decidieron cambiar radicalmente de vida.
En 2015 compraron sus primeras 500 ovejas y, con el paso del tiempo, ampliaron el rebaño hasta 600 cabezas, además de incorporar 40 vacas de carne. Años después, en 2023, realizaron su primera trashumancia completa, un sueño largamente planeado que atrajo la curiosidad de los vecinos a su paso. «La gente nos saludaba desde las puertas y hasta nos ofrecían merienda», recuerda David.
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El trayecto que recorren no los lleva ya hasta tierras extremeñas como antaño sino que discurre en un radio de unos cincuenta kilómetros que entre Santo Domingo de la Calzada y los pastos de Matute, Tobía y Anguiano, a través de la cañada del río Oja. Durante semanas, en la temporada de trashumancia ascienden por las laderas del monte San Lorenzo, a más de 2.000 metros de altitud, hasta dejar al rebaño pastando libremente en las zonas más frescas, vigilado por siete mastines que los protegen de los peligros.
La trashumancia, declarada recientemente Bien de Interés Cultural Inmaterial por el Gobierno de La Rioja, ha sido durante siglos una de las prácticas ganaderas más representativas de Europa. Consiste en trasladar el ganado a lo largo del año buscando los mejores pastos y condiciones climáticas. Sin embargo, la industrialización y el abandono del medio rural la llevaron casi a la desaparición. Ana y David, con su Ganadería Eda, son la excepción a la regla y un símbolo de resistencia.
Un caso, el suyo, especialmente particular ya que no heredaron esta forma de vida suno construyeron desde cero. «Nadie en mi familia se había dedicado a esto», confiesa Ana, en diversas entrevistas llevadas a cabo en medios de comunicación riojanos, que junto a David y ahora su hija Edad aseguran sentirse plenos. «Amamos los animales y la libertad. Nos hace más felices estar en familia, al aire libre, que tener un trabajo que no nos llene».
El matrimonio vive principalmente de la venta de corderos, aunque la incorporación de vacas les ha abierto nuevas oportunidades. Reconocen que los costes de producción son cada vez más altos, pero no pierden la esperanza. «La carne se paga bien, y queremos seguir creciendo», afirma David, que sueña con aumentar el número de ovejas hasta 2.000 y las vacas hasta un centenar.
Mientras tanto, la pequeña Eda crece entre praderas, ovejas y perros pastores. Sus primeros pasos los ha dado entre el sonido de los cencerros y el silbido del viento. Sus padres creen que ese contacto directo con la naturaleza le da una infancia distinta, marcada por los olores del monte y el respeto por los animales. «Sabemos que esto es sacrificado, pero compensa con creces».
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