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sábado, 27 de septiembre de 2014

La Tragedia de los montes Comunales

La Tragedia de los Comunales                   

Jaime Izquierdo
Fuente: REDR
 
Aunque este artículo es una reflexión sobre la realidad asturiana,
sin embargo presenta muchas similitudes 
con la situación de los bienes comunales
de Redecilla del Camino y Comarca
 
El biologo  Garret Hardin  tituló así  un polémico artículo  -publicado  en la revista  Science en 1968-  en el que  concluía  que un recurso  compartido tendía  a ser sobreexplotado. En Asturias, la  historia  ha  demostrado  que  eso  no  es  cierto  y  que,  en  la  actualidad,  la  tragedia  de  los comunales  está  asociada  a  lo  contrario,  es  decir,  a  la  atrofia,  a  la  falta  de  ajustados  manejos multivalentes  y,  sobre  todo,  a  la  ausencia  de  una  política  regional  pensada  para  rescatar  del abandono  a unos  territorios que, en estimaciones de Jesús Arango, suponen casi la mitad de la superficie regional.
Visión parcial de los Montes de Ayago
 
Se  trataría  de  encaminar  a  los  comunales  en  el  siglo  XXI  por  la  senda  del  desarrollo  local,  la conservación activa de la naturaleza  y la generación de empleo en los pueblos.
De pensar en una nueva empleabilidad rural vinculada a la gestión compleja de los montes comunales y concebida en  términos  de  uso  regulado  de  los  recursos  naturales  renovables,  prevención  de  riesgos ambientales, mantenimiento local de cánones paisajísticos, conservación de las distintas culturas de  la  tierra,  y  de  la  biodiversidad  asociada,  y  reactivación  de  los  sistemas  agroalimentarios locales,  en  un  nuevo  contexto  de  relaciones  entre  ciudad  y  campo,  entre  los  consum idores urbanos y los actores rurales. 
Se trataría, en definitiva, de buscar para cada comunal el modelo de  gestión  pertinente,  apoyándose  en  los  principios agroecológicos  locales  y en el compromiso  gestor  de la comunidad social propietaria.
 
La  construcción  de  un  proyecto  de  rehabilitación comunal de tal calado no es solo un asunto de política institucional  de  gabinete  o  de  escaño.  Requiere  un proceso de reflexión colectiva de la sociedad asturiana para  preguntarnos  qué  y  cómo  queremos  que  sean nuestros montes.
Una  cuestión  que  tiene  implicaciones,  en  primer lugar, en el  nivel celular del ordenamiento territorial, es decir, las parroquias propietarias de  los  comunales, y en la resolución de las casuísticas  relacionadas con la  tipología  y  la  titularidad.  En  segundo  lugar,  en  la rehabilitación  de las  distintas  ordenanzas parroquiales consuetudinarias  que,  durante  siglos,  posibilitaron  el éxito  de  la  gestión  compartida  y  demostraron  ser eficientes como reguladores de lo común  y que ahora deberíamos actualizar  para vehicular la responsabilidad  del  vecindario.  En  tercer  lugar,  en  la  búsqueda  de  fórmulas  de  gestión actualizadas  y de mercados de interés. Y, por último, en  la implicación  de la sociedad urbana que los fines de semana se pasea por los montes y  de vuelta a la ciudad  suspira por los sabores, antes llamados "de aldea", y que ahora decimos "ecológicos".
Sin  embargo,  nada  de  esto  asoma  en  el  panorama  político  regional.  De  forma  inexplicable, finalizado  el  trabajo  de  las  comunidades  comunales  en  la  conformación  del  patrimonio paisajístico  más  valioso  de  Asturias  -allá  por  los  años sesenta  del  pasado  siglo  XX-  la  sociedad  regional  urbanoindustrial, y sus instituciones de gobierno, dieron la espalda a la "civilización  campesina".  En  la década de los noventa,  a través del  Plan de Ordenación de los Recursos Naturales de Asturias  (PORNA),  les  confiscamos  la autoria  intelectual  de la obra y sentenciamos, política y "científicamente", que  los antiquísimos  pagos  campesinos  eran,  en  realidad,  simples "espacios naturales".  A grandes rasgos podríamos decir que la  mayor  virtud  del  PORNA  radicó  en  poner  coto  a  la expansión  del  desarrollo  urbano-industrial,  y  el  mayor defecto,  la  desconsideración hacia  el valor patrimonial de las culturas campesinas.
Digámoslo  sin  rodeos:  los  actuales  instrumentos  de  política regional,  fragmentados  en  distintas  competencias (agricultura,  espacios protegidos, recursos naturales, gestión forestal,  ganadería,..),  no  sirven  al  objetivo  de  gestionar  los comunales. Es más, tocando cada uno su  instrumento, sin partitura,  y por ello sin concierto,  la acción administrativa regional  desafina y produce ruido en lugar de música. Y si algo necesitan los comunales -como demostraron los originales gestores campesinos-,  es acción concertada, sinfónica, para recuperar la armonía entre la mano del hombre y el cuidado de la tierra.
De hecho, tales instrumentos, nacidos del pensamiento industrial,  nunca sirvieron debido a una combinación  contraindicada  de  causas:  porque  fueron  concebidos  con  el  pecado  original  de negar  la autoría campesina; porque no previeron  que la gestión  comunal  requería  acción  local  concertada  y multifuncional    -una  dotación  adecuada  de  activos que sigan el ciclo anual regular, secuencial y pertinente de  trabajos:  rozar,  cuchar,  segar,  aclarar,  pastorear, matar  los  gochos,  injertar  frutales,...-  y  porque  a partir  de  los  años  noventa  optamos,  por  un  lado,  poruna  gestión  ¿protectora?  burocrática  y  de  corte paralizante  y,  por  otro,  por  subvencionar  actividades ganaderas,  o  forestales,  descontextualizadas  de  la complejidad agroecológica local.
Sin embargo, las cosas están cambiando  en relación al protagonismo  futuro que tendrá el  orden  comunal. En la  ONU,  tras  al  fracaso  de  las  sucesivas  cumbres  del clima,  se han percatado  de que sin un instrumento de gobernanza  comunal no será posible frenar el cambio climático. No en vano,  la atmósfera  es un inmenso comunal proindiviso en mano común  de la Humanidad. Ningún país puede parcelarla para cultivar su propio clima.
No ajenos a esa preocupación sobre la necesidad de repensar un nuevo orden para los bienes comunales, la Real Academia de las Ciencias de Suecia concedió en 2009 a la socióloga Elinor Ostrom el premio Nobel por sus "heterodoxos" estudios en favor de las economías comunales de cooperación. El mensaje que se transmitía  era revelador de la  importancia que las estrategias comunales  tendrán  en  la  sociedad  posindustrial, sea  para  regular  el  clima  del  planeta,  sea  para gestionar  sosteniblemente  los  recursos  naturales de una región como Asturias.
Lo  nuestro,  siendo  complicado,  es  más  sencillo que  lo  del  cambio  climático.  Quizá,  lo  primero que tendríamos que reconocer es que vamos mal. Que  hemos  cometido  errores  de  diseño  en  las políticas  regionales  de  intervención  en  los territorios  comunales  y  que,  en  consecuencia, antes  de  seguir  "mandando",  por  inercia  y acumulación  burocrática,  habría  que  parar  y templar.
Si un proyecto merece la pena en estos tiempos de zozobra es precisamente ese: implicarse en el diseño  de  una  sólida  estrategia  regional  para rehabilitar, y rehabitar, los comunales, darles una nueva  funcionalidad  y,  por  ello,  conservarlos. Ahora  que  no  es  tiempo  de  inversiones,  bien  lo pudiera ser al menos de reflexiones.
Si en su momento el éxito de los comunales vino alumbrado por la  necesidad, que fraguó todo un  compendio  cultural,  institucional  y  normativo  de  actitudes  aldeanas  alrededor  de  la cooperación vecinal; ahora debería ser de nuevo la necesidad, entendida no en términos de mera
subsistencia  sino  de  bienestar  y  sostenibilidad,  la  que  moviera  nuestras  voluntades institucionales,  políticas  y  ciudadanas  para  evitar  la  atrofia,  la  tragedia  en  ciernes,  de  los comunales en Asturias.

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