Nota del editor del Blog:
Esa afirmación del títular me parece más graciosa que ajustada a la realidad, incluso que ajustada a la propia opinión del autor.
Lo barato y lo caro, siempre es relativo. Puede ser más barato traer naranjas de Argentina, si no se tienen en cuenta todos los costes y todas las consecuencias de esta baratura.
Ya estamos hartos en la agricultura y en la economía en general de que el único paramétro para medir una realidad sea el puto dinero.
Hay costes de producción que el sistema actual no imputa, o sea no los paga; y por eso le sale más barato, lo que al fin nos sale a todos mucho más caro.
Si el sistema económico actual imputara todos los costes producción, los reales, no solo los contables, son daríamos cuenta lo poco eficaz, eficiente y al fin lo poco económico que es el sistema actual de producción.
Por ejemplo, el día que los fondos de inversión abandonen las macrogranjas (y lo hacen habitualmente en cuanto pierden dinero) o se hagan con el monopolio,
entonces nuestra actual carne/basura nos saldrá muy cara: entonces,¿será más barato el cerdo?...
La agricultura es algo mucho más que economía de trileros/charlatanes.
Republico este artículo porque, dejando a parte esos aspectos, aporta elementos de interés para la discusión, como, por ejemplo, el contexto internacional que nos ha llevado hasta aquí, la diferencias del modelo americano y el europeo, el momento en que empieza a declinar el pequeño agricultor y ganadero, no es por el coste salarial de los jornaleros...
Vítor Barrio.
Joaquín Arriola*,
Tribuna Abierta Deia.
En la época de la gran depresión se produjo un cambio estructural muy
importante en la agricultura norteamericana. A pesar de su
responsabilidad en la crisis, el gran capital financiero no perdió
influencia política. Ejecutó las hipotecas que pesaban sobre los
pequeños agricultores altamente endeudados, expropiándoles sus tierras
para venderlas a grandes capitales inversores en búsqueda de nuevas
fuentes de beneficios en una época en los que estos eran bastante
escasos en la industria o los servicios.
En
Europa no se dio un fenómeno parecido. La cercanía de la URSS hacía
temer a las clases dirigentes europeas la radicalización política de la
clase obrera. Así, en los dos países en los que con mayor fuerza se
había manifestado el proceso revolucionario entre los trabajadores,
Italia y Alemania, pronto se estableció una alianza que incorporó a los
pequeños propietarios agrícolas en un esfuerzo por unir a la pequeña
burguesía en contra del movimiento obrero radicalizado. También en la
península ibérica se produjo, primero en Portugal con la dictadura de
Salazar y después en España con la Guerra Civil y el franquismo. En
Inglaterra o en Francia, el mantenimiento del sistema democrático fue
posible gracias a los avances en la protección social y la participación
política de los trabajadores. Y, por supuesto, con un pacto de no
agresión con los pequeños agricultores. Así que con fascismo, nazismo o
democracia, parte del precio de acabar con las veleidades
revolucionarias reales o potenciales de los obreros fue mantener a los
pequeños propietarios agrícolas.
Si
en Estados Unidos el autoritarismo de corte fascista no fue nunca un
fenómeno relevante es porque la radicalización de la clase obrera
norteamericana al calor de la revolución bolchevique fue siempre un
fenómeno minoritario, por lo tanto el gran capital no dudó en acabar con
la agricultura a pequeña escala como forma de producción agrícola
predominante. La literatura de la época (El camino del tabaco y La parcela de Dios, de Erskine Caldwell, o Las uvas de la ira
de John Steinbeck) reflejan el sentimiento de una época que está
pasando a mejor vida, la vida en el recuerdo de una clase social de
productores agrarios a escala familiar.
A
principios de siglo, en EE.UU. había 2 millones de explotaciones
agrarias; en la Unión Europea occidental (UE 15) la cifra era tres veces
mayor, con 6,5 millones de explotaciones. Pero mientras que en Estados
Unidos la explotación media tiene una dimensión de 175 hectáreas, en la
UE15 el tamaño medio es la décima parte que en EEUU. El Estado
norteamericano con las explotaciones medias más pequeñas es New Jersey,
donde tienen una dimensión media de 35 hectáreas, y las más grandes
están en Wyoming, donde superan las 1.500. En la UE15 el tamaño medio
más grande lo tiene Holanda con 300 y el menor, Grecia, con menos de 3.
Si en la UE se considera "pequeñas" a explotaciones que generan menos de
15.000 € de beneficios, y "muy grandes" los que generan más de 100.000
€, en EE.UU. son "pequeñas" las explotaciones que generan menos de
250.000 $ de ventas.
Estas
diferencias se manifiestan también en las posibilidades de vivir de la
producción agrícola: en Estados Unidos la mitad de los agricultores lo
son a tiempo completo; en la UE15, apenas la cuarta parte. Y mientras el
número de agricultores europeos no deja de reducirse cada año, en
Estados Unidos la cifra se mantiene relativamente estable.
Tras
la Segunda Guerra Mundial, el miedo al "contagio comunista" reforzó la
necesidad de garantizar el apoyo de los pequeños agricultores o en su
caso (Alemania, Italia€) de recuperarlos para el proyecto democrático.
Este objetivo se encuentra en la base de la inclusión en el proyecto de
Mercado Común Europeo de una Política Agrícola Común, con el argumento
de garantizar la seguridad alimentaria en Europa occidental y la mejora
de las rentas de la población rural, mucho más bajas en general que las
de la población urbana. La planificación de la agricultura europea bajo
el paraguas de la PAC ha sido sin duda el mayor éxito del mercado común
en toda su historia.
En
lo que llevamos de siglo, han desaparecido en España más de 800.000
explotaciones agrarias, la inmensa mayoría microexplotaciones de menos
de 10 hectáreas. Por el contrario, han aumentado en más de 3.000 las
explotaciones agrarias de más de 100 hectáreas. Con todo, todavía hoy,
de las más de 900.000 explotaciones, apenas hay poco más de 50.000 con
un tamaño suficiente para generar economías de escala y un uso eficiente
del capital. Y las muy grandes, las de más de 500 hectáreas, son
solamente la décima parte de estas. En consecuencia no es de extrañar
que el 20% de las explotaciones que generan menos producción apenas
lleguen a los 10.000 € de media en España, frente a los 30.000€ de Gran
Bretaña, 36.000€ de Francia o 45.000€ de Alemania.
Así
que la alternativa es clara:
si queremos mantener una estructura
productiva en el sector agrario basado en las explotaciones familiares,
la agricultura de cercanía,
los cultivos ecológicos, el bienestar animal
y la cercanía campo-ciudad etc.,
habrá que pagarlo.
El conjunto de los
consumidores tendremos que hacernos cargo de esa menor eficiencia en
términos de producción por euro invertido de ese tipo de agricultura.
Contra lo que se afirma, incluso por los propios productores, no es
cierto que la competencia de la agricultura procedente de Marruecos,
Sudáfrica o América del Sur se base en menores salarios, porque en estos
países priman también las grandes explotaciones agrícolas capaces de
reducir los costes unitarios y ser competitivos.
Desde
que España abandonó con 30 años de retraso su versión local del
totalitarismo y se incorporó a la UE, hemos podido disfrutar de
importantes ayudas de la política agrícola común. Lamentablemente, casi
al mismo tiempo que se producía la incorporación, la política agrícola
empezaba a virar lentamente hacia criterios neoliberales basados
fundamentalmente en la rentabilidad capitalista y esta en la agricultura
va asociada casi indefectiblemente al tamaño.
Esa es la madre del
cordero: en la programación financiera para los próximos siete años se
está planteando una reducción brutal en la PAC de aproximadamente unos
40.000 millones de euros. De llevarse a cabo, puede suponer una
reducción entre ayudas a la producción de pagos directos y ayudas al
desarrollo local rural unos 690 millones menos de euros al año de
subvenciones para la agricultura española.
No
se puede decir que el problema del sector son los salarios que se paga a
los trabajadores asalariados. Por el contrario, los salarios del sector
son altamente competitivos, mucho más que los de la industria o los
servicios, en comparación con la Europa desarrollada occidental. Los
aproximadamente 5.500 millones de euros de salarios pagados a los
470.000 asalariados del sector agrícola (pesca incluida) son
equivalentes a la subvención anual recibida de la PAC y todavía sobran
unos pocos centenares de millones para otros gastos. La subida acordada
en el salario mínimo a 950 € serían unos 850 millones de euros extras
que, junto con la reducción prevista de las ayudas europeas, supone que
estas pasen de cubrir la totalidad de los gastos salariales del sector a
cubrir solo tres cuartas partes.
Estas
cuentas rápidas implican que mantener la agricultura familiar en
explotaciones poco rentables y que subsisten gracias a la explotación de
la fuerza de trabajo y a la subvención de los costes salariales y por
parte del presupuesto comunitario nos puede costar por lo menos 1.500
millones de euros al año que habría que pagar con nuevas subvenciones
locales (es decir, impuestos) a los agricultores o a los precios de sus
productos.
La
alternativa puede ser más cara a corto plazo, pero más rentable a largo
plazo: llevar a cabo una reconversión agrícola que establezca la
jubilación forzosa de los agricultores de más de 60 años y proceder a
una concentración de tierras y al desarrollo de empresas agrícolas de
alta capacidad productiva. El envejecimiento es un fenómeno que afecta a
más del 40% de los propietarios de pequeñas explotaciones en España.
Por el contrario, en las grandes explotaciones españolas que generan una
producción superior a los 100.000 € solo el 10% de los propietarios
tienen más de 65 años y 2/3 tienen menos de 55, porcentaje comparable de
la media europea. Como se ve, lo pequeño puede ser hermoso, pero tiende
a ser más caro.
* Profesor de Economía Aplicada UPV/EHU.