A unos 1.000 metros de altitud,
a los pies de los Montes de Ayago que marcan frontera con la provincia burgalesa,
la aldea de Tondeluna acoge a su único habitante que no teme el frío del invierno
ni la escasa cobertura que llega a ese paraje.
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Rebaño de cabras de Nicolás Morteruel, en Tondeluna, Montes de Ayago, Sierra de la Demanda |
Un traspaso por jubilación hizo posible el sueño de Nicolás Morteruel
hace un año.
Cuando supo que un rebaño de cabras, con su quesería
incluida,
se quedaba libre en la sierra riojana, no dudó en hacer las
maletas,
que iban más cargadas de ambiciones e ilusión que de enseres
materiales.
Él ha emprendido el camino contrario a muchos jóvenes de su
edad, abandonando con 24 años la capital riojana para buscar nuevas
oportunidades en el medio rural.
Aunque su caso se lleva el premio a
mejor destino extremo.
La población más cercana es Ojacastro (lidero con Redecilla del Camino),
municipio al que pertenece esta pedanía, a 25 minutos en coche, pero
para Nicolás vivir aquí no supone ningún reto de supervivencia.
Formado en Gestión Forestal y del Medio Natural, el monte es su
hábitat ideal. Solo ha necesitado del apoyo, «y paciencia», de sus
mentores Goyo y María, antiguos propietarios y fundadores de la Quesería
Tondeluna, para emprender su proyecto personal. Las cabras, como
anfitrionas, solo tuvieron que dar el visto bueno a este nuevo invitado
que iba a pasar a convertirse en su compañero de vida.
Todavía no se conoce a la perfección a los 110 animales de raza
alpina que alimenta («Goyo tenía nombre para casi todas»), pero poco a
poco va distinguiéndolas. Al igual que ha ido aprendiendo de sus
cuidados, los tratamientos sanitarios y el manejo del ganado, porque de
eso también venía sin experiencia alguna. «Hasta ahora solo había tenido
algunos animales domésticos en Albelda de Iregua, que es de donde
desciendo». Por no hablar de la elaboración de los quesos. El año pasado
se estrenó en este manjar artesanal y no le fue nada mal: de los más de
4.000 quesos elaborados ya ha vendido todos, principalmente en
restaurantes, alguna tienda de Ezcaray y los sábado en el mercado de
Santo Domingo.
«Choca mucho que un chico joven decida subirse aquí y encargarse de
una explotación ganadera y de hacer quesos. No es lo común, y cuando mi
entorno supo de mi decisión es evidente que me tacharon de loco, pero es
lo que más feliz me hace. Me dedico a lo que me llena y me emociona
verdaderamente, y eso es una suerte. Esta es la vida que quiero y tengo
claro, al menos en este momento, que este es mi sitio. Estar con los
animales, en el monte, a mi aire. Sé que de esto no me voy a hacer rico,
pero al menos tampoco nadie se hace rico a mi costa». Ni una pizca de
duda e inseguridad en estas palabras.
Nicolás ha encontrado en Tondeluna su perfecto ecosistema y, sobre
todo, con miras a futuro, porque considera una ventaja para subsistir en
este sector agrario el hecho de abarcar todos los procesos, desde la
producción hasta la comercialización: «Yo crío las cabras, las ordeño,
elaboro los quesos y los vendo al precio que yo decido. Por eso veo
rentable mi explotación, pero entiendo que con los precios a los que se
paga la leche y la carne, la mayoría de ganaderos salgan a las calles a
quejarse. Y el día en que desaparezcan las ayudas de la PAC, no van a
poder sobrevivir».
Desde la Sierra de la Demanda, donde también le da a la apicultura a
pequeña escala, reflexiona sobre que «igual el futuro del sector pasa
por apostar por explotaciones agrícolas y ganaderas más pequeñas con las
que pueda gestionar y elaborar el propio producto o abarcar más fases
para no depender tanto de intermediarios que marcan los precios y tú
solo puedes resignarte».
«El lobo, una pieza más del ecosistema»
Este joven cabrero se muestra tajante al afirmar que el temido lobo
en la sierra riojana «es una pieza más del ecosistema, y si queremos que
esto funcione, el ecosistema debe contar con todas sus piezas». Él
cuenta que lleva un rebaño de cabras y otro de mastines para
protegerlas. Solo va a pastorearlas en temporada de caza, guiándolas en
el sentido contrario al que van los cazadores, pero si no son los perros
quienes ejercen el papel de pastores. «Y lo hacen muy bien, porque
hasta ahora no he tenido que lamentar ninguna baja».
Cierto es que hace un año ya relatábamos en este periódico el ataque
sufrido por 25 de sus cabritos de la mano de un perro. «Algo que sucedió
después de unas batidas. Sería un perro que se escapó o lo soltaron por
la sierra y que acabó metiéndose dentro de la cuadra mientras yo estaba
en el monte con las cabras adultas y los mastines».
A los mastines se suman los dispositivos GPS que Nicolás ha colocado
en seis de sus cabras para tener al rebaño siempre controlado: «Se trata
de buscar herramientas, porque las hay, para evitar los ataques a los
animales. Mis cabras duermen cada noche en las cuadras y cuando salen a
pastar no se alejan mucho de la aldea, pero siempre acompañadas de los
perros».
«Entiendo la crispación de muchos ganaderos que se quejan porque
estas bajas en sus rebaños son ya la puntilla de una situación de
desgaste tras arrastrar una larga temporada de bajos precios y costes
cada vez más altos, pero también los hay que dejar a sus animales
durmiendo en el monte y otros que tienen ganado en la sierra, pero no
viven en la sierra. Estoy de acuerdo con las indemnizaciones que dan por
esos ataques, pero creo que deberían indemnizar a quien haga bien las
cosas».