CALENDARIO
LABORAL Y FESTIVO
Hayedo de los Montes de Ayago. #montesdeayago. |
Recuerdo con nitidez una conversación que, siendo yo muy joven —hace más de 30 años—, tuvimos en Extremadura junto a una humilde zarza y en la que Suso, que era capaz como nadie de atraparte con esa voz grave y pausada, me convenció de que la zarza no tenía nada de humilde. Me explicó con tono apasionado que la zarza era un prodigio de la naturaleza, que fijaba el suelo junto al agua, que era la despensa de las currucas del norte cuando migraban y una verdadera fortaleza armada donde encontraban refugio los conejos que el lince cazaba. Y terminó con unos versos sobre las moras y una receta para hacer la mermelada. Así era Suso, una enciclopedia andante con un conocimiento deslumbrante sobre todo lo que le rodeaba, capaz de interpretar un paisaje solo con una mirada, conectando las tramas invisibles de la naturaleza con siglos de historia humana y con la cultura popular que lo rodeaba.
En los años setenta, cuando solo salían al campo los que en él habitaban, Suso recorrió con el apoyo de WWF palmo a palmo sierras y llanos de aquella España aún salvaje e inexplorada en busca de los últimos linces, lobos, osos, urogallos, avutardas y las escasas parejas de águila imperial que aún quedaban, casi extintas y acorraladas por una sociedad inculta que aún las consideraba simples alimañas. Ese conocimiento pionero permitió poner en marcha las primeras medidas para su conservación y le hizo merecedor desde muy joven de la amistad de Félix Rodríguez de la Fuente y del respeto de los mejores biólogos y científicos, asombrados por el extraordinario conocimiento de la vida salvaje que demostraba.
A mediados de los setenta, mientras exploraba las sierras extremeñas y subido al castillo de Monfragüe, descubrió cómo las excavadoras del Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza (ICONA) arrasaban las laderas dónde el río Tajo se junta con el Tietar, arrancando alcornoques, acebuches y jaguarzos para sustituir el bosque autóctono por monótonos eucaliptales. Suso lo dejó todo y se trasladó a vivir con Isabel, su compañera de viaje, y sus hijos, al corazón de Monfrague y se entregó en cuerpo y alma a una verdadera cruzada dentro y fuera de España hasta conseguir detener los aterrazamientos y la declaración de Monfragüe como parque natural en 1979. Con toda seguridad, ese templo de la biodiversidad mediterránea del que nos enorgullecemos hoy no existiría sin su determinación y coraje.
En 1984, fue nombrado Director General de Medio Ambiente de la Junta de Extremadura, haciendo historia al ser el primer conservacionista en dirigir una administración y lograr situar a esta desconocida región en lo más alto del mapa de la biodiversidad de Europa. Pero tres años después abandonó los despachos para volver al activismo y al campo. Porque Suso fue un conservacionista que participó en la fundación y la vida de algunas de las principales organizaciones de defensa de la naturaleza de nuestro país, como WWF, Seo/Birdlife, ADENEX en Extremadura, ARCA en Cantabria, la CODA o el Fondo Patrimonio Natural, que en esos años de desarrollismo libraron infinidad de batallas para salvar de las máquinas y el cemento muchas de las joyas naturales con las que por suerte hoy contamos en España.
Suso fue un maestro y un referente para muchas de las personas que hoy lideramos la defensa del medio ambiente y que tuvimos la suerte de conocerle y aprender de él.
Defensor de la trashumancia
Pero por lo que probablemente será más recordado es por su lucha para recuperar las vías pecuarias, la ganadería extensiva y defender a los últimos trashumantes frente al arrollador modelo actual basado en una ganadería industrial, insostenible y desarraigada. Por el contrario, Suso defendía a ultranza el pastoreo estacional como una pieza clave, totalmente actual, de nuestra cultura y nuestra historia que había que rescatar. Y nuestros 125.000 kilómetros de vías pecuarias los defendía como una infraestructura única en el mundo y un arma estratégica para mitigar el cambio climático y adaptarnos a los impactos que están por llegar, para producir alimentos de calidad reduciendo el consumo de agua, piensos y energía, y para combatir el abandono rural y el desmoronamiento de la cultura tradicional. Para ello fundó organizaciones conservacionistas enfocadas a este objetivo, como Concejo de la Mesta y Trashumancia y Naturaleza, y se convirtió en un pastor más que cada año se ponía en marcha al frente del rebaño de ovejas, cabras o vacas para transhumar en busca de nuevos pastos entre Andalucía y Teruel o entre las dehesas de Extremadura y los puertos de León.
Durante tres décadas, con frío o calor, sol y nieve, Suso recorrió las cañadas y cordeles de España para denunciar su urbanización o la invasión por la agricultura o las carreteras y reclamar la recuperación de
este bien público para el uso y disfrute de toda la sociedad. Por eso cada año Suso irrumpía en Madrid atravesando el corazón de la ciudad con cientos de ovejas y cabras, recordándonos que todos descendemos de pastores, que la trashumancia es parte de nuestra tradición colectiva y el derecho ancestral de los rebaños sobre los coches a transitar.
Finalmente, este mes de diciembre la Unesco ha inscrito la trashumancia como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por “contribuir a la inclusión social, al fortalecimiento de la identidad cultural y a los lazos entre familias, comunidades y territorios”, un reconocimiento merecido a la vida de Jesús Garzón y a la de los últimos nómadas del mundo que aún practican esta forma de vida tan revolucionaria como ancestral.
Hay personas que dejan huella, personas que no se van. Suso siempre estará en cada pastor que trashuma, en cada esquila que suena y en cada nueva voz que se alza en defensa de la naturaleza salvaje y de la vida al aire libre y sin domesticar. Descanse en paz.
Desde hace 10.000 años detrás de los rebaños. |
El orgullo es uno de los signos característicos de los pastores trashumantes. «Orgullo por haber sacado adelante a sus familias», explica el investigador Francisco Martínez. Hablando con familias de la trashumancia, Martínez ha visto «orgullo por el trabajo realizado, que les ha permitido sacar a sus familias adelante. Un trabajo lleno de sacrificios, pero también cargado de tradiciones y saberes», que se han conservado generación tras generación.
Martínez es coordinador y autor principal de 'Trashumando recuerdos', una publicación de la Fundación Oxígeno que recoge una amplísima investigación etnográfica sobre la trashumacia, partiendo desde las sierras de La Demanda y Neila en Burgos. «Los pastores trashumantes, unas personas singulares históricamente, habían pasado desapercibidos para la mayoría de la sociedad, pero habían dejado una huella importante en la historia, la cultura y el patrimonio», explica Martínez.
Así que, hace cinco años, la Fundación Oxígeno puso en marcha un proyecto para recoger la memoria de la trashumancia y darla a conocer. «El objetivo era recoger los recuerdos de las gentes que conocían la trashumancia porque la habían practicado, escribiendo las últimas páginas de la tradición en Burgos», indica, o de hijos y nietos que lo habían vivido en primera persona y sabían lo que había supuesto socialmente.
Después de casi un centenar de entrevistas, de recorrer museos, archivos y miles de kilómetros de cañadas, de investigar y escuchar, en 2018 se presentó un documental que ahora se completa con una publicación. 'Trashumando recuerdos' condensa en 600 páginas la historia de la trashumancia y su impacto social, económico, cultural y patrimonial, con el apoyo de 570 imágenes y dibujos, 24 vídeos, 18 audios (estos accesibles con códigos QR) y más de 600 entradas de léxico trashumante.
«Queríamos dar a conocer el trasiego de pastores y ovejas por las cañadas», afirma Martínez, pero también homenajear a esos pastores trashumantes «que abandonaban la sierra en octubre, estaban siete meses fuera de casa, diez entre los que bajaban a Extramadura y pasaban en la sierra». Vivían a la intemperie, soportaban noches muy largas, innumerables penalidades y sufrían las noches de vigilia en las parideras, sabiendo que sus familias dependían de cómo resultara la parición de los corderos.
Una vida muy dura que, los implicados, recuerdan con pasión y emotividad. «A algunos se le saltaban las lágrimas cuando nos contaban sus recuerdos», apunta Martínez, quien no se olvida del importante papel que jugaba la mujer en la sociedad trashumante. Se quedaba en el pueblo, sola, con los niños y los mayores, atendiendo al ganado y asumiendo una carga laboral y familiar sin ningún tipo de comodidades. «Y los pastores le reconocen este trabajo».
Francisco Martínez destaca el impacto social, económico e histórico de la trashumancia en nuestro país, una tradición de ocho siglos, desde que Alfonso X el Sabio creara el Consejo de la Mesta en el siglo XIII hasta la actualidad. Cierto es que, en pleno siglo XXI, quedan pocos trashumantes (en Burgos, ninguno) pero la Asociación Trashumancia y Naturaleza mueve anualmente 40.000 cabezas de ganado, que recorren buena parte de los 125.000 kilómetros de la red de cañadas.
«La cultura trashumante es un legado que se ha movido por las cañadas», insiste Martínez. Se compartía cultura, costumbres, tradiciones, cantares, vestimenta o gastronomía, muchas de las cuales han perdurado hasta nuestros tiempos, lo mismo que un léxico asociado a la actividad. El legado de la trashumancia son también las cañadas, convertidas ahora en vías pecuarias protegidas, para usos no solo ganaderos, sino 'verdes' e históricos, en torno a las cuales hay innumerables bienes patrimoniales.
Solo hay que analizar el caso de Burgos. Partiendo de Neila y Valle de Valdelaguna, siguiendo por la Tierra de Lara, el Arlanza y La Ribera, hasta salir de la provincia por el territorio Esgueva, nos encontramos con innumerables bienes patrimoniales. Solo en la zona de Las Mamblas, nos encontramos con la iglesia visigoda de Quintanilla de las Viñas, el castillo de Lara, el dolmen de Mazariegos, varias iglesias románicas, los monasterios de Arlanza y Silos...
Además, «las cañadas son el mayor parque natural de España», asegura Francisco Martínez, y la trashumancia ha modelado el paisaje nacional. Gracias a la tradición de este tipo de pastoreo tenemos los pastizales de las montañas leonesas y burgalesas o las dehesas de Extremadura y Andalucía. «La biodiversidad de España está asociada a la ganadería trashumante» y, ahora, su futuro depende de la extensiva.
Martínez recuerda que la trashumancia se ha reconocido como parte del patrimonio cultural inmaterial de nuestro país y, en Burgos, ha sido clave en la historia de las sierras de La Demanda y Neila. Los pastores, ajenos a los límites políticos provinciales, se movían por el Alto Macizo Ibérico, bajaban a Extremaduras y algunos, en lugar de retomar a la sierra burgalesa (soriana o riojana) acababan en la Cantábrica, en Palencia y León, creando nuevos lazos de hermanamiento que siguen vivos.
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